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Las guerrilleras y la guerra, dramas y alegrías

En sólo el Bloque Sur marcharon con sus madres 9 niñas y 10 niños, cuatro de ellos lactantes. Once de las muchachas marcharon en estado de embarazo.

Timoleón Jiménez*
08 de febrero de 2017 - 11:32 p. m.
Timoleón Jiménez, máximo comandante de las Farc. / /Edinson Bolaños
Timoleón Jiménez, máximo comandante de las Farc. / /Edinson Bolaños

La escritora Marta Rojas y la periodista Mirta Rodríguez Calderón, escribieron junto con Ulises Estrada, todos cubanos, una interesante y bella obra que titularon Tania, la guerrillera inolvidable, en homenaje a la combatiente argentino alemana Tamara Bunker, caída en una emboscada en Bolivia, seis semanas antes del trágico final del Che Guevara.

Los autores eligieron una frase de Inti Peredo para cerrar la obra. Éste, revolucionario boliviano que luchó junto a ella, y uno de los pocos sobrevivientes de la guerrilla del Che, salvajemente asesinado por la policía de ese país el 9 de septiembre 1969, cuando intentaba desde la clandestinidad reavivar la lucha, había dicho sobre Tania:

“¡Murió heroicamente por la libertad de América Latina, pero vivirá siempre como un ejemplo de lo que es capaz de hacer una mujer valiente y revolucionaria de verdad!” La fotografía de su cadáver, hallado siete días después aguas abajo del Río Grande, lugar elegido para la emboscada por el ejército boliviano, conmovió profundamente incluso a sus ejecutores.

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Su muerte me recuerda la de Jennifer, una bella muchacha de piel morena, que 40 años después también fue alcanzada por el fuego enemigo, en la retirada que siguió a un asalto de la tropa a su unidad, en las inmediaciones del río Guayabero. Tras recibir el disparo mortal, su cuerpo fue arrastrado por la corriente y sus compañeros no volvieron a saber más de ella.

Como Jennifer, numerosas combatientes también perecieron en medio de la larga confrontación, armas en mano en medio de la refriega o sorprendidas repentinamente a medianoche por los bombardeos aéreos. Otras lograron sobrevivir al precio de graves heridas, quedando muchas de ellas discapacitadas o con dificultades en órganos vitales.

En La Habana fueron tratadas sanitariamente guerrilleras que vinieron a hacer parte de la Delegación de Paz durante los años de conversaciones con el gobierno. La mayoría por causa de las secuelas que dejaron en sus cuerpos los proyectiles enemigos de una u otra naturaleza. Los especialistas se asombraban porque en esas condiciones fueran combatientes activas.

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Suele decirse, y creo que con toda razón, que las mujeres son las mayores víctimas del conflicto. Georgina Ortiz se llamó la primera guerrillera de las Farc muerta por el Ejército en Marquetalia. A ella, como señalaba atrás, hay que agregar decenas, centenas y quizás miles de compañeras. Pero no sólo fueron muertes y heridas las que afectaron a estas mujeres rebeldes.

Provenimos de una sociedad profundamente machista, en la que las mujeres siguen siendo en gran medida excluidas y discriminadas. En las Farc siempre luchamos contra esa oprobiosa influencia, pero hay que reconocer que aun tratándose de una organización reducida si se la compara con la sociedad en su conjunto, cambiar la mentalidad de toda la gente no es fácil.

Podría decirse que la mayoría de mujeres llegadas a las Farc tiene procedencia campesina. Pero además de los campos más alejados de las ciudades grandes y medianas, incluso de pequeñas veredas de zonas de colonización, a horas de una carretera o un pueblo. Las familias pobres, casi todas, suelen llevar una vida muy ruda en la que la violencia juega un papel destacado.

Padres y hermanos castigan severamente a sus hijos e hijas y hermanas. Y a estas últimas las cargan de prohibiciones. En muchas ocasiones sus propios parientes, o trabajadores de las fincas, las inician desde muy temprano a la vida sexual, incluso violentándolas. Hay padres que consideran que no hay que darles educación a sus hijas mujeres porque se trata de inversiones inútiles.

No es extraño en las comunidades rurales que muchachas de doce o trece años escapen de sus hogares con algún trabajador que las enamoró. Y se la sacó, como dicen sus familiares. En menos de un año habrán parido su primer hijo y es probable que otro u otros lleguen en los sucesivos. Suelen ser abandonadas tras un tiempo y tienen que valerse por sí solas para salir adelante.

La prostitución en los caseríos es una alternativa para algunas. Otras derivan su subsistencia del trabajo en la recolección de cultivos de uso ilícito. Durísimas jornadas muy lejos de sus hogares, soportando casi siempre el acoso de sus compañeros de trabajo, hombres que las consideran un provocativo botín. Cocinar en una finca, o incluso en un pueblo, puede ser también solución.

La guerrilla, ese ejército que opera misteriosamente en los alrededores y con el que de uno u otro modo se entra en relación, goza de enorme prestigio entre el campesinado. Su presencia implica un trabajo político previo, colaboración, tranquilidad, orden, respaldo, solución a muchísimos problemas. Los lazos de afecto hacia la insurgencia se hacen fuertes.

Las muchachas ven en la guerrilla una puerta cierta a su reconocimiento y liberación. Serán alguien, tendrán respeto, afecto, una razón para vivir y soñar. Quieren y luchan porque se las reciba. Hay criterios, normas estrictas, pero no dejan de haber situaciones en las que son pasados de alto por alguno. La dureza de la vida guerrillera no es tanta para una campesina.

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Ellas están acostumbradas desde su infancia a trabajar, cargar peso, cruzar ríos o cazar.  Hay otras mujeres en filas, antiguas, que las instruyen y aconsejan, que las guían junto con los mandos, las educan, las preparan. También hay guerrilleros, hombres atractivos con los que no se prohíbe tener amores. Hay reglas sí, permisos y controles. Pero el amor y la aventura todo lo pueden.

También hay marchas, combates que se buscan, combates que se sufren por un ataque sorpresivo del enemigo, bombardeos y ametrallamientos aéreos,  inclemencias del tiempo. En esas condiciones el embarazo es un problema serio. Tiene que normatizarse la planificación para evitarlos al máximo. Entonces también aparece la dolorosa situación de los legrados.

Muchas combatientes de las Farc tienen uno o más hijos. Basta con hablar con cualquiera de las más antiguas para enterarse de que alguna vez parieron. El drama de tener hijos para separarse de ellos muy pronto, el sufrimiento eterno de las madres que no saben nada de ellos o reciben una pequeña noticia ocasional. Por eso, muchas tomaron la decisión de renunciar a la maternidad.

Hay capítulos poco conocidos de la guerra. Como la actividad de los servicios de inteligencia enemigos para localizar la guerrilla con el seguimiento de esos hijos. La muerte de Lucero Palmera no fue un caso aislado. Simón Trinidad, prisionero en USA,  recibió la espantosa noticia de la muerte de su compañera y su hija que la visitaba en un campamento del sur del país.

Como si se tratara de la mordedura de una víbora en medio de la selva, el embarazo imprevisto de alguna compañera llegó a convertirse en serio problema. La guerra es terrible y sólo quien se halla perseguido con saña por un enemigo implacable puede comprender ciertas cosas. Seguro que algunas veces hubo que  adoptar decisiones sumamente dolorosas.

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Pero el conjunto de la organización, incluidos los potenciales padres, comprendió con un nudo en la garganta siempre, que en la guerra hay situaciones que no dejan más salidas.

Las guerrilleras de las Farc, en igualdad de derechos y obligaciones que los hombres, aportaron infinitamente a la vida colectiva de muy diversos modos. Con trabajo, con bravura, con cariño, con conciencia. Sin ellas en filas esta resistencia habría sido mucho más dura. Es un motivo de orgullo haber compartido con ellas tantas vicisitudes.

Hoy, no deja de llamar la atención de muchos su presencia en la última marcha como insurgencia hacia las zonas veredales. Un buen número de ellas llevan sus hijos pequeños. En sólo el Bloque Sur marcharon con sus madres 9 niñas y 10 niños, cuatro de ellos lactantes. Once de las muchachas marcharon en estado de embarazo. Hay cifras semejantes en los demás Bloques.

Muchas madres guerrilleras pudieron traer al campamento hijas e hijos de los que se habían desprendido un tiempo atrás. Otras los alumbraron en estos últimos tiempos de cese el fuego. Otras guerrilleras los concibieron recientemente con la esperanza puesta en el nuevo futuro. Qué bellas se ven ellas y sus criaturas. Cómo las cuidan entre todas y todos como los hijos de las Farc.

Atrás quedan los dolores y los dramas de la guerra. Por eso pienso ahora en Tania, la heroína argentina alemana que acompañó al Che, y en las miles de combatientes farianas. De todas ellas podemos decir como Inti Peredo de Tania: ¡vivirán siempre como un ejemplo de lo que es capaz de hacer una mujer valiente y revolucionaria de verdad! Gracias, muchachas, gracias.

*Máximo comandante de las Farc. La Habana, 6 de febrero de 2017.

Por Timoleón Jiménez*

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