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Una pelota para la reconciliación

En algunas de las regiones más afectadas por el conflicto armado, ocho escritores y periodistas documentaron cómo las comunidades han sido capaces de dar un primer paso para la reconciliación y la paz a través del fútbol.

Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
31 de mayo de 2018 - 09:47 p. m.
Niños de Quibdó antes de inciar un partido en una cancha de barro. / Joaquín Sarmiento.
Niños de Quibdó antes de inciar un partido en una cancha de barro. / Joaquín Sarmiento.

“Ay, Dios mío, yo creo que si no hubiera conocido el fútbol estaría muerta o cargando un fusil en el monte”.

Jasmín

La historia de Jasmín, en Timbiquí (Cauca), está atravesada por los dolores de los niños en la guerra: recoger coca, tener miedo, ser pobres, estar confinados en su territorio y hasta servir a los actores armados. Todo eso lo tuvo que hacer Jasmín desde que tenía 5 años. “Hoy Jasmín tiene 21 años, los labios gruesos, las piernas de acero y una lluvia de trencitas teñidas de rojo que cae sobre su frente oscura.”, y las cosas son diferentes para ella desde que se decidió por el fútbol.

Esta narración hace parte de los ocho relatos que componen el libro La pelota de trapo, iniciativa de la fundación Tiempo de juego, apoyada por Acdi/Voca. Este libro es el resultado de los viajes de ocho periodistas y escritores a un territorio en el que el fútbol era un ente transformador. Según Andrés Wiesner, presidente de Tiempo de Juego, la idea era probar si su teoría era cierta: una pelota hecha con trapos, un grupo y un lugar plano pueden ser el primer paso para la reconciliación.

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Entonces, aparecieron los narradores y las regiones: Héctor Abad Faciolince fue a Ituango (Antioquia); Patricia Nieto al espacio de reincorporación de Dabeiba (Antioquia); Fernando Quiroz a Macayepo (Bolívar); Pedro Noli a Quibdó (Chocó); Estefanía Carvajal a Medellín (Antioquia); José Navia a Puerto Tejada (Cauca); Germán Izquierdo a Timbiquí (Cauca); y Andrés Wiesner en Ciénaga (Magdalena). Regiones que tiene historias de conflicto y resistencia.

Germán Izquierdo Martínez, el periodista que escribió sobre Jasmín narra cómo fue capaz de cambiarlo todo por el fútbol. En el capítulo ‘Jugando la vida a la orilla del río’, aparece la voz esperanzada de ella, que se vinculó a la Fundación Tiempo de juego, se puso la camiseta y se volvió instructora de fútbol de niños indígenas de la comunidad Eperara Siapidara. “Antes, muchos de estos niños se la pasaban con pistolitas de madera que taqueaban con pólvora para quemar a los demás. Eso ya no se ve tanto. Estoy segura de que el fútbol les cambia la mentalidad”, le dijo a Izquierdo.

Él, por su parte, también se llenó de esperanza haciendo la historia: “Lo que más me llevo es ver la comunidad sia con otras comunidades afro, cómo han logrado, a partir del fútbol y la recreación, acercarse más”, dijo el periodista.

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Patricia Nieto, periodista y escritora, pudo notar que este deporte es un agente importante en la reincorporación de excombatientes de la guerrilla de las Farc. “El fútbol ha permitido que hombres y mujeres locales, más los que vienen de afuera, que son los desmovilizados o los agentes de la policía y los soldados, encuentren un escenario en el que comparten 90 minutos con unas reglas específicas que todos deben obedecer. Y eso se extiende fuera de la cancha, a relaciones interpersonales que ellos han ido tejiendo”, dice. Es decir, quienes estuvieron enfrentados en la guerra, más la población civil que estuvo en la mitad, ahora comparten un espacio de integración.

Y ese, de hecho, ese el panorama en varios espacios de reincorporación. En Monterredondo (Cauca), por ejemplo, hay una cancha sintética y enmallada que usan los niños y jóvenes cuando salen del colegio, así como los excombatientes cuando terminan su jornada de trabajo. En La Elvira, también en Cauca, lo primero que construyeron los exmiembros de Farc, después de que el Gobierno hiciera las viviendas, fue un polideportivo. A las 4:00 p.m. están jugando fútbol.

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En Montes de María, en Macayepo (población del Carmen de Bolívar), también hay una historia de encuentro que documentó Fernando Quiroz. Se remonta a los tiempos de la guerra, cuando cuando en este lugar estuvieron asentados los paramilitares, donde sucedió una masacre perpetrada por un local: Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena. Luego de eso quedó el estigma, y cuando llegaron las primeras ayudas del posconflicto, a los macayeperos no los tenían en cuenta. Estaban relegados. Desesperados, decidieron revivir los campeonatos de fútbol que había antes de la guerra, en los que jugaba toda la región. Invitaron a los habitantes de San Jacinto, Ovejas, El Salado, San Onofre, entre otros, y la gente no se resistió. Al jugar reconocieron que los macayeperos eran de su misma gente, que no tenían la culpa. Y a partir de eso vuelven a unirse para caminar hacia adelante.

El fútbol por sí solo, como lo documentó Tiempo de juego, llama a la unión, pero con el método y la conversación allana el camino a la reconciliación, la empatía y el perdón. Ese es el caso que Wiesner pudo documentar en Ciénaga.

“Un partido de fútbol permitió que Cantillo (instructor de fútbol) abrazara a sus victimarios. Cantillo termina jugando un partido de fútbol con las personas del Frente Hernán Giraldo, que son las personas que asesinan a su madre), relata con una sonrisa. No es un dolor menor, Daniel Cantillo, al principio con alguna resistencia, fue capaz de empezar a jugar con lo que en otro momento serían sus enemigos merecedores de una venganza. Pero ese no es el camino que escogió.

Este libro, que se presenta este jueves 31 de mayo en Bogotá, apuesta por los ejemplos que muestran que el deporte que unirá al país en torno al Mundial de Fútbol también puede unir en torno a este momento de posconflicto, Que el deporte que ha sido sinónimo de violencia por el narcotráfico y por las ‘barras bravas’, ahora pueda pararse en la paz, y construirla.

Por Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena

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