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Un soldado desaparecido hace tres años

La familia de Edwin Yesid Espitia no tiene noticias de él desde marzo de 2015. Denuncian que las versiones del Ejército han sido contradictorias y que el proceso judicial no avanza. La institución dice que adelanta investigaciones internas. ¿Un caso para la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas?

Nicolás Sánchez A. / @ANicolasSanchez
05 de febrero de 2018 - 11:00 a. m.
Angie Espitia sostiene una de las últimas fotos de su hermano, que se tomó el día de su grado de bachiller. / Fotos: Gustavo Torrijos - El Espectador
Angie Espitia sostiene una de las últimas fotos de su hermano, que se tomó el día de su grado de bachiller. / Fotos: Gustavo Torrijos - El Espectador

Edwin Yesid Espitia, de 18 años, llamó a su mamá la tarde del 19 de marzo de 2015 a decirle que estaba contento porque iba de vuelta al batallón y luego arrancaría hacia Bogotá a ver a su familia. También le dijo que le tenía una sorpresa, pero que no se la iba a decir. La sorpresa nunca llegó. Espitia está desaparecido desde el 22 de marzo de ese mismo año.

Edwin podría sumarse a las cerca de 47.025 personas que según la Unidad para las Víctimas han sido desaparecidas forzosamente en Colombia, y de comprobarse que fue desaparecido, su caso lo tendría que asumir la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en razón del conflicto armado, que ni siquiera ha empezado labores y no tiene presupuesto asignado. Una situación duramente criticada hace poco por organismos como la Cruz Roja Internacional.

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Los problemas de Espitia, cuentan sus hermanas Yeimi y Angie, empezaron desde el momento mismo de su incorporación al Ejército. En junio de 2014 fue a presentarse a una citación en Soacha buscando resolver su situación militar. A pesar de que él llevaba documentación que acreditaba que había acabado el bachillerato, lo incorporaron como soldado regular. “Le dijeron que lo llevaban (como regular) porque ellos tenían que cumplir un cupo”, cuenta Yeimi.

Espitia había decidido prestar servicio militar a pesar de que su mamá le pidió que no lo hiciera. El Ejército lo integró al Batallón de Ingenieros Número 28, con sede en Primavera (Vichada). La prioridad para su familia fue cambiar la nominación para pasarlo de soldado regular a bachiller, con la esperanza de que ese cambio significara que no lo llevaran al “monte”, como dicen sus hermanas.

Lo lograron y Espitia estaba feliz: “Estoy contento porque hay no sé cuántos muchachos regulares y sólo cuatro bachilleres, o sea que nos quedamos en la base”, le hizo saber a su familia en una llamada. Además, el orden público en la zona no presentaba perturbaciones. El contrabando de gasolina era la principal preocupación del grupo al que pertenecía Espitia.

La situación empezó a cambiar tras cuestionamientos de Espitia a algunas de las directrices que le daban en el batallón. Por ejemplo, no estaba de acuerdo con tener que dar la vida por la patria, como lo enseña la doctrina militar. Le contó a su familia que un cabo, al cual no quiso identificar, le dijo que “le llegara el agua hasta donde le llegara” iba a hacer que el soldado tuviera que desarrollar labores por fuera del batallón, en la zona rural del departamento.

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Luego de esos primeros choques, Espitia salió de permiso. Las hermanas dicen que cuando llegó a Bogotá, la alegría de los primeros momentos en el Ejército se había disipado. Además, empezó a hacer advertencias sobre las que no daba detalles. “Él decía que tenía más miedo por las personas del mismo batallón que por la gente externa, que allá se veían muchas cosas, pero nunca decía qué”, relata Angie.

La desaparición

Faltaban menos de ocho días para que Espitia saliera a su segundo permiso. El domingo 22 de marzo de 2015, a eso de las ocho de la noche, llamó a la casa de la familia un hombre que, según cuentan, se identificó como el mayor Corcho. Les dijo que un grupo de cuatro soldados, entre los que estaba el menor de la familia, estaba perdido. La hipótesis era que cerca de donde estaban, el Parque Nacional Natural El Tuparro, había unas fiestas y que los jóvenes pudieron haber decidido irse para allá.

A los Espitia los extrañó porque a Edwin no le gustaban las fiestas, cuentan sus hermanas, ni siquiera sabía bailar. “Se nos hizo raro, pero pensamos que se había dejado convencer”, recuerda Yeimi. Al otro día la familia marcó al número del cual los habían llamado para preguntar si se sabía algo del paradero de Edwin.

La versión de los hechos cambió. Les dijeron que el único que estaba perdido era Espitia y les preguntaron que si sabían algo de su paradero. “El Ejército nos amedrentó al principio”, asegura Yeimi. Les dijeron que en caso de que estuvieran escondiendo a su hermano estaban cometiendo un delito. Además, les preguntaron que si él integraba alguna pandilla o, en el colmo del prejuicio, que si era homosexual. La hipótesis que manejaba la institución castrense era que Edwin se había evadido.

La familia Espitia empezó a desconfiar. El cambio de versiones en el Ejército no les dejó un buen sabor, aunque no descartaban que Edwin, el menor de cuatro hermanos, se hubiera evadido. “Pensamos que si era verdad que estaba evadido, llegaba a Bogotá en dos días, máximo una semana”, dice Yeimi. Las sospechas aumentaron cuando las hermanas le exigieron al Ejército hablar con un joven que le prestaba el celular a Edwin para llamarlas. Sin embargo, el que pasó al teléfono fue otro muchacho que, meses después se enterarían, le había pegado a su hermano en una ocasión.

Pasaron las semanas y los meses y Edwin no apareció. Un día se iluminó la esperanza. Un compañero de su hermano llamó a Yeimi y le dijo que lo había visto en el parque principal de Soacha. Ellas le dijeron que revisarían las grabaciones de las cámaras que están instaladas en el lugar. “El muchacho se asustó”, dice Angie. Al revisar las cámaras no había rastro de Edwin. Ellas creen que esa información buscaba desviar la investigación.

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La familia de Edwin asevera que a él lo desaparecieron. “Estoy segura de que a mi hermano lo desaparecieron por su modo de ser y de pensar”, asegura Yeimi. Se han dedicado a buscar información que les permita saber qué pasó con él. Cuentan que pensaba estudiar recursos humanos cuando volviera del Ejército.

Una vez el esposo de una de las hermanas viajó al batallón, estando allí el noticiero del canal RCN reportó la desaparición de Edwin. Salió huyendo porque un cabo le dijo que su seguridad estaba corriendo serio peligro. Incluso llamó a despedirse: “Esto está muy feo por acá, les encargo a mi muchacho”, dijo en una llamada.

Los Espitia persistieron. En diciembre de 2015 reunieron un millón de pesos con el fin de pagar recompensa por información acerca del paradero de Edwin. Al poco tiempo una persona, de la cual se omite su nombre por razones de seguridad, se puso en contacto y aseguró saber qué había pasado con su hermano. La información que recibieron fue en contravía de la esperanza. “Lo único que sé es que a él lo mataron los militares por los lados de un pueblo que se llama Casuarito, en la frontera con Venezuela”, les dijo.

Ellas le preguntaron si estaba dispuesto a ayudarlas a localizar el cuerpo, y respondió que sí, y dijo que no quería la recompensa. Fueron a la Fiscalía a poner en conocimiento la información que habían recibido, hecho del cual se arrepienten, porque posteriormente recibieron mensajes contradictorios de esa persona y no volvieron a tener ningún contacto con él.

Esa es una de las razones por las que la familia no confía en el fiscal que lleva el caso, Manuel Enrique Hernández. Lo señalan de no ser diligente y de tener amistad con los militares que piensan que están implicados. “Si el caso de mi hermano no se logra traer a Bogotá, está perdido”, pronostica Yeimi.

El coronel del batallón de ingenieros en el que estaba Edwin era John Alexánder Parra Vargas, pero la persona que se comunicó con ellas aseguró que quien lo habría asesinado y desaparecido sería el capitán William Urrego, quien, según cuentan, se reunió con ellas 15 días después de la desaparición para contarles cómo se había “evadido”. A pesar de que en reiteradas ocasiones intentamos comunicarnos con Urrego para conocer su versión de los hechos, el número telefónico siempre pasaba a buzón de voz.

Por su parte, el general Hélder Giraldo, comandante de la Octava División del Ejército, dijo desconocer las razones por las cuales la familia afirma que a Edwin lo desaparecieron forzosamente. Agregó que serán las investigaciones las que determinen si se trata de un caso de desaparición o de deserción.

En ese sentido explicó que en el Ejército se están adelantando varias investigaciones disciplinarias por el caso, pero que no tiene conocimiento de que haya testigos presenciales que aseguren que a Edwin lo asesinaron. “Si existen esos testigos, seguramente hacen parte de los elementos materiales probatorios dentro del proceso que adelanta la Fiscalía General de la Nación”.

Por su parte, la persona que se comunicó con las hermanas afirmó: “Le digo que esos manes no hacen nada, hasta el coronel Parra sabe que él está muerto”. Parra, que ya no es parte del Ejército, del cual salió en 2016 tras ser retirado por facultad discrecional, se defiende diciendo que “ojalá hubiera sabido (el paradero de Edwin), me hubiera quitado muchos dolores de cabeza y muchos problemas”. Además, controvierte las versiones según las cuales él fue desaparecido y asesinado, diciendo que existe el testimonio de uno de los compañeros del batallón que afirma que él le dijo a Espitia cómo escaparse. Lo que el exmilitar confirma es que entre Urrego y Espitia no había buenas relaciones, “tuve la oportunidad de escuchar muchas cosas después, que vivían peleando, que no era muy normal la situación en el sentido de que era un muchacho rebelde y siempre tenían discordancias”.

El 27 de enero de 2016 llegó un oficio a la casa de esta familia. El documento, firmado por el sargento segundo Julio César Chavarro Castro, le pedía a Edwin (que para ese entonces llevaba 10 meses desaparecido) que compareciera al despacho del Juzgado 68 de Instrucción Penal Militar, acusado de desertar de las filas del Ejército. Este diario se comunicó con Chavarro, quien dijo que el proceso está en manos de la Fiscalía 22 Penal Militar. Al indagarle por detalles del proceso, dijo que no estaba autorizado para hablar.

Al preguntarles qué esperan frente a la desaparición de su hermano, Angie y Yeimi responden al tiempo: “Verdad y justicia”, aunque no hablan del tema en familia para no ahondar la herida. Al padre de Edwin, un hombre distante y que se muestra fuerte, le dio una crisis en medio de la cual exclamó: “¿Ustedes por qué no hacen nada, no entienden que me estoy muriendo por dentro? Hagamos algo, me estoy muriendo por dentro”.

La sorpresa que le tenía Edwin a su mamá era una serenata, pero lo único que tiene hoy en día su familia es el recuerdo de él escuchando una canción de Miriam Hernández: “Se me fue sin avisar, no le pude acompañar / a su cita con la oscuridad”, cantan las dos, tras lo cual Yeimi concluye: “No me gusta escucharla. Me acuerdo tanto...”.

Por Nicolás Sánchez A. / @ANicolasSanchez

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