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Turismo comunitario: en las entrañas de la Sierra Nevada de Santa Marta

Tras el fin del conflicto, 120 familias campesinas, donde otrora la guerra paramilitar y guerrillera hizo estragos, hoy promueven visitar sitios sagrados y vedados más arriba del mar de Santa Marta.

Edinson Arley Bolaños / @eabolanos
12 de junio de 2018 - 12:36 p. m.
Piedra sagrada de Donama, sitio espiritual donde los indígenas koguis hacen pagamento antes de llegar al mar./ Óscar Pérez
Piedra sagrada de Donama, sitio espiritual donde los indígenas koguis hacen pagamento antes de llegar al mar./ Óscar Pérez

El cerebro de los tayronas

La memoria de los tayronas estaba escondida en las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Como agazapada, esquivando las balas de quienes querían apoderarse de su territorio sagrado. Cientos de años atrás, en una piedra gigante dibujaron el mapa de los pueblos indígenas de la Sierra, cerca del mar, como un presagio de que intentarían desaparecerlos hasta de la historia. Ahí donde dejaron grabada su memoria empezó el viaje, a principios de junio pasado, por una de las rutas de turismo comunitario, hoy impulsado por los campesinos colonos que habitan estas faldas. Los que tantas veces huyeron de la muerte con rostro de motosierra.

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Bordeando el río Manzanares, la camioneta trepa desde Santa Marta por una trocha sinuosa y silenciosa que empieza en el corregimiento de Bonda. Pronto aparece la piedra de Donama, el primer sitio de reflexión y conocimiento para los turistas. “Para los indígenas, la territorialidad no es solamente el espacio físico, sino puntos espirituales que se interconectan en distintos lugares de la Sierra, que no necesariamente indica un límite territorial”, cuenta Víctor Cordero Ardila, el gerente de la Red de Productores de la Sierra Nevada de Santa Marta, la organización que acompaña a las comunidades para trazar las rutas turísticas de la zona.

“Mucha gente viene a ver los encriptados en las piedras”, dice Cordero y señala los caminos grabados en la roca maciza, los cuales también significan los pensamientos de los tayronas, la etnia madre de todos los pueblos asentados en la Sierra.

San Isidro de la Sierra

En la travesía también nos acompañan varios profesionales del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) Colombia, incluido, el director de País, Pablo Ruiz Hiebra, quien caminó esta ruta llamada “Boquerón”. El siguiente paraje es el restaurante de una víctima de desplazamiento forzado, en donde se consumen alimentos orgánicos que da la montaña.

La gran mayoría de estos campesinos colonos de la Sierra Nevada, como Maryeris Riaño, padecieron desplazamiento forzado. Así como los indígenas arhuacos, koguis, wiwas, kankuamos y wayuus, los cinco pueblos ancestrales que habitan el territorio. Nosotros apenas recorrimos, en carro y a pie, un pedazo de la Sierra en Santa Marta, pero el nudo de montañas está presente en 18 municipios de los departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira.

Riaño tiene un restaurante de comida orgánica, de la que se da en estas tierras de la capital del Magdalena. El banano, el maíz, el ñame y muchos árboles frutales. El paisaje es cambiante a medida que nos adentramos en la montaña. Ahí, en San Isidro de la Sierra, por donde pasa el río Piedras, está el comedor de esta samaria, quien huyó del territorio en 2003, cuando el conflicto ya había dejado más de 30 masacres en esa región.

Así lo estableció la Dirección de Contexto y Análisis de la Fiscalía, ente que investigó cómo los caminos de la Sierra se convirtieron en la principal disputa entre los frentes 19 y 37 de las Farc, el bloque Resistencia Wayuu del Eln y el bloque Norte de las autodefensas, cuyo principal objetivo fue conquistar el corredor estratégico junto a los cultivos de marihuana y coca, que en su momento hicieron estragos. Luego eso terminó y los armados abrieron fuego contra indígenas y campesinos, a quienes consideraban auxiliadores de uno u otro bando.

Las 30 matanzas se cometieron entre 2000 y 2001 y el saldo de las víctimas fue de 156 personas asesinadas; en 2002 se registraron 166 ejecuciones extrajudiciales; en julio de 2003 fueron asesinadas 31 personas y en esos mismos años 108 indígenas desaparecieron. Meses después, más de 2.500 campesinos e indígenas arhuacos se desplazaron de estas montañas, dice el informe del ente investigador, publicado hace casi cuatro años.

Algunas de esas víctimas, que eran campesinos colonos, en 2014 empezaron a ser reparados individualmente. A través del programa Somos Rurales, el Ministerio del Trabajo y el PNUD identificaron a 120 familias víctimas del conflicto y con iniciativas de negocios, como el turismo comunitario y la producción de café y miel, buscan el empoderamiento económico y organizativo de estos campesinos de la Sierra.

Durante estos años, los beneficiarios han mejorado sus cultivos de café, sus patios de secado y recibieron máquinas para procesar el grano. Asimismo, los que optaron por la línea del turismo comunitario construyeron cabañas y fueron dotados de otros mobiliarios para la atención a los turistas. La reparación también incluyó formación académica para que el proyecto tenga largo aliento.

“Macana, turismo comunitario de la Sierra Nevada de Santa Marta” es el nombre de este proyecto en el Caribe colombiano. Hoy tiene dos rutas para ofrecerles a los turistas, quienes además podrán disfrutar, paralelamente, de los cultivos y productos de la Sierra.

“Al principio puede ser un poco lento, porque están en el proceso de ir captando clientes y conectándose con los operadores y las redes de turismo de Santa Marta. Esta actividad tiene un valor simbólico muy importante. De estos lugares que visitamos y de donde la gente salía otrora, ahora llegan turistas a conocer la belleza de la Sierra, la de la Colombia rural”, dijo Pablo Ruiz, director del PNUD.

El origen

Caminando las montañas de la Sierra, el viento es como una evocación de nuestro pasado. La naturaleza, de verdad impregnada de olores y sonidos, es el lugar de descanso de mucha de la fauna que baja hasta su origen, el mar salado y furioso de Santa Marta. El carro solo nos transporta hasta la cabaña que queda frente a un pueblo de indígenas koguis, quienes aún conservan sus raíces en su integridad. Muchos no han salido al mundo occidental.

Hasta allí solo se puede llegar con permiso de los mamos (líderes de las comunidades ancestrales de la Sierra), sin embargo, los turistas pueden contemplar a lo lejos cómo es la vida cotidiana de un pueblo aborigen. Luego caminamos hasta la finca La Momposina, levantada en una loma y adornada por árboles frondosos y cafetales. Es otro mirador hacia el nudo de montañas. Ahí hay una cabaña para descansar de la caminata y disfrutar del vuelo de las aves. Los campesinos están preparando todo el proceso del café para enseñar a los turistas cómo cosechan este cultivo de la Sierra, que también se exporta a países de Europa y Norteamérica.

Los mamos dicen que el origen es el mar, por eso, uno de sus rituales es caminar la montaña y llegar hasta las playas de un pedazo de este océano, cuenta Víctor Cordero, el líder de la organización que asesora a los campesinos en la ruta turística. De La Momposina regresamos al cruce desde donde se ve el pueblo indígena, retomamos el viaje en carro y 15 minutos después, cayendo la tarde en la Sierra, llegamos a la cabaña El Oasis.

“Todas las rutas están interconectadas. La de Boquerón tiene un acceso en vehículo, pero también está la posibilidad de hacer cabalgata, de caminar, depende del perfil del turista. Buscamos integrar al turismo a nuestros productores con sus actividades cotidianas, porque el enfoque es agro y ecoturístico”, reitera Cordero, al final de la travesía por las montañas de la Sierra.

Ya en este punto la cabaña está lista para hospedar a más diez personas, si se aprovecha el patio para colgar hamacas. A cincuenta pasos largos está el caño El Tigre, escondido bajo los árboles y modelado por las rocas. En esa cabaña dormimos un día antes de bajar a Santa Marta.

La gerente de reducción de pobreza e inequidad del PNUD, Lina Arbeláez, explicó, al final del recorrido, que para que el proyecto sea sostenible a largo plazo, los campesinos están recibiendo capacitaciones en finanzas, turismo empresarial y avistamiento de aves. “Esto es un turismo vivencial, alrededor de los cultivos de café y de la apicultura, que es la producción de miel por parte de campesinos víctimas del conflicto. Es decir, además de recoger y procesar los cultivos, van a ofrecer turismo comunitario. Así se potencia el desarrollo rural agropecuario y se hace turismo como otra fuente de ingresos”, dijo.

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Yasmín Rojas, es otra víctima de desplazamiento, líder de la cabaña y quien atendió a diez personas que llegamos cayendo la noche hasta el sitio. Para comprar esa media hectárea de tierra y disponerla como un lugar turístico, se unió con cinco campesinos. Ya no tienen miedo. Confían sus sueños y su esperanza en el acuerdo de paz. “Queremos que nuestros hijos trabajen aquí con nosotros y no se vayan a Santa Marta. Para nosotros, este proyecto significa mucho, pues podemos mostrarle al mundo nuestra historia y estas montañas desde donde descuelga agua dulce y felicidad”, recalca la líder campesina.

En la mañana bajamos a Santa Marta y luego trepamos al pueblo de Minca, ubicado a 14 kilómetros de la capital del Magdalena. Ahí empezó el primer piloto de este proyecto y ya hay lugares disponibles en los que, principalmente, turistas extranjeros se quedan a vivir durante dos o tres meses. Es una cabaña de estilo campesino y con vistas increíbles en la noche. A las 6 de la tarde es posible encontrar sitios para ver el espectáculo de miles de luciérnagas titilando en la oscuridad.

Este proyecto turístico lleva el nombre de una palma de la montaña llamada Macana. Quienes quieran conocerla y visitar estos sitios pueden encontrar más información en la página de Internet www.macanaturismo.com. El objetivo es crecer e invitar a más viajeros para que conozcan la magia natural que se trenza más arriba del mar Caribe.

Por Edinson Arley Bolaños / @eabolanos

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