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Marquetalia, destrucción simbólica y posconflicto

Esta nota fue publicada en El Espectador en mayo de 2015, a propósito de los 51 años de las Farc. Dice que el país debe comenzar a pensar en cómo darles un nuevo significado a los escenarios asociados con la violencia. Por ejemplo, ¿qué tal una Marquetalia vinculada a nuevas formas de participación política?

Ariel Sánchez Meertensll *
08 de junio de 2016 - 07:35 p. m.
Marquetalia, en el municipio de Gaitania (Tolima) sigue en la pobreza y, para colmo, es asociado con violencia porque vio nacer a la guerrilla de las Farc. / Archivo - El Espectador
Marquetalia, en el municipio de Gaitania (Tolima) sigue en la pobreza y, para colmo, es asociado con violencia porque vio nacer a la guerrilla de las Farc. / Archivo - El Espectador

Hace 11 años escribía que no era necesario estar de acuerdo con las Farc para entender que Marquetalia tendría que estar un día en la agenda de la última mesa de negociaciones. Sin embargo, el referente que de alguna manera ofrece un origen al desarrollo de la violencia colombiana del último medio siglo ha venido desapareciendo de la discusión pública por pertenecer al discurso de una organización insurgente. En efecto, a partir del 27 de mayo de 1964 Marquetalia empezó a desaparecer de la esfera pública para acentuarse como referente casi exclusivo de las Farc.

Tanto así, que el tema sólo viene a la memoria en aniversarios para señalar la profundidad histórica de la guerrilla o para ridiculizar a Marquetalia como muestra del anacronismo, provincialismo y rencor de los líderes de ese grupo armado.

En torno a Marquetalia hay, no obstante, un gran potencial de transformación, que no debe entenderse como una legitimación del discurso fariano, sino como la identificación de un espacio controversial y justamente por ello crítico para una intervención encaminada hacia el cese de hostilidades. Hablar del valor emblemático de Marquetalia abre las puertas para, por un lado, rescatar ese hito del secuestro discursivo de las Farc y, por el otro, ofrecerles un cierto tipo de inclusión narrativa. Porque además de establecer el modo de participación política de ese grupo armado como resultado de los actuales diálogos de paz, hay que resolver también lo que podríamos denominar su participación histórica, su incorporación en las narrativas de la nación. Para tal fin, el arte y el ritual están particularmente bien equipados.

Nuestra guerra se ha perpetuado en parte porque imaginamos el pasado como algo estático e incontrovertible. Y es precisamente tarea del artista, como lo diría Nakamori, destruir la manera singular y monolítica de pensar la historia. Para transformar las dinámicas de una sociedad en guerra se necesitan artistas que imaginen y diseñen la transición política hacia el posconflicto: crear, representar y destruir esa manera de ver nuestra historia. Ellos son los llamados a convertirse en guionistas de la triple labor simbólica que se avecina en caso de una eventual culminación feliz de las negociaciones en La Habana: se trata de representar las violencias pasadas, incorporar en el imaginario nacional el referente de lucha de quienes buscan reintegrarse a la sociedad y escenificar la ruptura, la destrucción y la regeneración de esos vínculos.

Es la destrucción como el desarme de un pasado cosificado, como el olvido necesario para recordar. Es en la destrucción, como parte esencial de la conmemoración, donde el arte puede con su puesta en escena mostrar que la clave no está en hallar la clausura definitiva —como suelen sugerir los discursos de la justicia transicional—, sino en postular desenlaces que se sepan siempre provisionales.

Marquetalia como territorio, como quiebre histórico, como referente de movilización armada, podría ser sometida a ciertas formas de destrucción ritual regenerativa dando lugar a algo así como Las Tomas de Marquetalia, en un plural indefinido. Podría también configurarse la hipotética Operación Marquetalia III, donde en vez de bombardear se reciban las armas de los combatientes y se entreguen los planes de reintegración; una operación Marquetalia que no desemboque en el diseño de una prolongada lucha armada, ni en la toma de poblaciones, sino en nuevas formas de participación política.

Convertir a Marquetalia en ese lienzo de intervención simbólica, en ese monumento dinámico, destructible y regenerable, implica ciertas concesiones del Gobierno y de la sociedad colombiana; concesiones que nos costarían poco y que en cambio le significarían mucho a la cúpula del grupo insurgente, pero sobre todo a un urgido proceso reconciliatorio. 

Ahora, para que cumpla su cometido a cabalidad, este posible monumento a la guerra pasada y al eventual fin del conflicto no podría adoptar una forma fija, inamovible. Tendría que ser reinventado, ajustado y deshecho en actos que permitan lecturas plurales e incluyentes de la historia y que posibiliten la catarsis a quienes necesiten destruir —al menos simbólicamente— lo que los destruyó a ellos.

¿Qué es Marquetalia?

Este apartado lugar en el municipio de Gaitania, al sur del Tolima, es reconocido porque allí nacieron las Farc hace 51 años, lideradas por Pedro Antonio Marín alías “Manuel Marulanda Vélez”. 

El 16 de mayo de 1964 la población fue testigo de la Operación Marquetalia en la que 16.000 soldados, asesorados por militares estadounidenses del Plan Laso (Latin American Security Operation), atacaron por tierra y aire a las guerrillas comunistas, conocidas en ese entonces como Frente Sur, que se habían asentado en la región, de las cuales sólo habían quedado 54 campesinos para hacerle frente al ejército. Desde esa época el corregimiento ha sido considerado como enclave subversivo, y para generalizaciones y estereotipos a la hora de caracterizar la violencia en el país. 

Después de medio siglo de violencia, la gran pregunta es qué va a pasar en territorios como Marquetalia y qué piensa hacer el Estado para resignificarlos.

* Investigador Posdoctoral Universidad Nacional de Colombia - Colciencias.

Por Ariel Sánchez Meertensll *

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