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Las Farc se declaran defensores del medio ambiente

Una excombatiente del grupo guerrillero habla sobre lo que significa vivir en la selva, conocer su biodiversidad y realizar acciones que pueden destruir ecosistemas o protegerlos.

Tatiana Pardo / @TatiPardo2
25 de mayo de 2017 - 12:19 a. m.
Isabela Sanroque es una de las voceras en temas ambientales de las Farc.  / / Tatiana Pardo
Isabela Sanroque es una de las voceras en temas ambientales de las Farc. / / Tatiana Pardo

Hace dos años, cuando las Farc anunciaron el levantamiento del cese unilateral del fuego, El Espectador eligió una foto como portada: un joven nadando literalmente en petróleo. El grupo guerrillero había derramado 14.000 barriles de crudo durante el último mes, producto de la voladura de oleoductos a lo largo y ancho del país. Los ríos Catatumbo, Tibú, Caunapí, Rosario, Mira y Cuembí fueron algunos de los más impactados, como también lo fueron miles de colombianos que se quedaron sin agua o decenas de animales, como babillas, tortugas y ranas, que poco a poco fueron apareciendo sin vida en un paisaje pintado de negro.

Durante las últimas cinco décadas, el medioambiente ha sido víctima y actor importante de esta guerra. En las entrañas de la selva se disputaron las tierras, se libraron las batallas por la apropiación de recursos naturales, se sembraron cultivos ilícitos que fracturaron el paisaje, se mató y secuestró, se deforestó y contaminó lo suficiente. Pero, irónicamente, esa misma tensión ayudó a conservar ciertos ecosistemas que no pudieron ser devorados por las empresas ni por el turismo masivo. Los guerrilleros destruyeron y protegieron al mismo tiempo.

¿Qué pasará ahora que, se supone, no estamos en guerra? Este diario habló con Isabela Sanroque, quien ha pasado 13 de sus 33 años en la espesa y biodiversa selva colombiana, con botas de caucho y un fusil al hombro. Ella es una de las voceras sobre temas ambientales del grupo guerrillero Farc-EP, miembro del bloque Jorge Briceño y ahora está asentada en la zona veredal transitoria de normalización (ZVTN) en Icononzo (Tolima), a tan sólo cuatro horas de Bogotá.

¿Cuáles eran las normas de protección ambiental que ustedes tenían y las sanciones cuando no se cumplían?

El hecho de habernos dispersado por todo el territorio nacional nos ha permitido tener un reconocimiento de la biodiversidad de Colombia que incluso los científicos no han visto, pero también de la diversidad étnica y cultural que tiene el país. En nuestras filas hay afrodescendientes, campesinos e indígenas que han ofrecido un acumulado de saberes y prácticas de conservación que nosotros aprendimos y acogimos.

Muchas de nuestras normas son el resultado de la autorregulación, sobre todo en lo relacionado con la deforestación y la caza. Teníamos prohibido matar animales en vía de extinción, talar extensas áreas de bosque, tirar basura a los ríos y muchas otras acciones que parecen sencillas, pero que en realidad fueron garantes para que muchas zonas estén conservadas hoy día. Si no se cumplía con esas reglas, había sanciones económicas o de trabajo comunitario. Todo hacía parte de nuestra autoridad y justicia comunitaria.

Aunque esté prohibido, vivir en la selva debe exigir utilizar esos recursos también…

Claro que sí, pero había un gran respeto por la naturaleza. Si nos tocaba comer sólo arroz y sopa durante varios días, no teníamos ningún problema en hacerlo, aunque obviamente el cuerpo necesita proteínas y ahí cazábamos algún cerdo de selva, gurres y, de vez en cuando, micos.

Cortábamos palos secos para la construcción de nuestros campamentos, utilizábamos paja seca para hacer nuestros colchones, sembrábamos árboles y hacíamos huecos para tirar la basura y que no llegara a las fuentes hídricas.

¿Qué significa la naturaleza para ustedes? Debe tener muchas connotaciones.

Las selvas fueron el escenario donde se libró la guerra, pero también nuestro hogar, donde pasábamos todos los días de nuestras vidas. Tal vez para una persona que tenga una concepción ambiental más radical, el simple hecho de vivir en la selva genera un impacto en los ecosistemas, pero nosotros adquirimos unas normas internas y protegimos el territorio.

En la guerra se hicieron muchas cosas que son dolorosas y afectaron el medioambiente, pero esas acciones fueron de parte y parte en el marco del conflicto. Este escenario de paz será muy importante para pensar cómo vamos a equilibrar las actividades económicas con la conservación del medioambiente pues ya no estará la amenaza de las armas en el territorio, pero llegarán muchas otras.

¿Cuáles serían las nuevas amenazas?

La entrada de las multinacionales petroleras, con sed de recursos minerales.

Nosotros somos defensores del medioambiente, aunque no el único actor. Estar en estos territorios ayudó a que esos intereses imperialistas no entraran a zonas muy apartadas y descuidadas del país. Ahora esa lucha no la haremos con el fusil al hombro o dándoles plomo a todas las petroleras que se quieran meter a la fuerza; la haremos uniendo fuerzas y creando una lucha política que sea coherente con la protección de la biodiversidad y nuestros otros ideales.

¿No es contradictorio llamarse “defensores del medioambiente” y al mismo tiempo volar oleoductos, por ejemplo?

No, eso responde a las lógicas reales del conflicto armado. En medio de la guerra, en el desarrollo de esas acciones tácticas y operativas, evidentemente sabíamos que iba a haber daños colaterales, lo que no significa que fueran prácticas sistemáticas. Diferente es ahora, cuando ya estamos en la paz, pues de ninguna manera realizaríamos acciones que fueran en detrimento del medioambiente.

Es cierto que tuvimos algunos errores técnicos, también por desconocimiento o porque no dimensionamos el impacto de nuestras acciones, y eso lo reconocemos. Pero el error no fue sólo nuestro. El Estado, con los bombardeos, la aspersión aérea de glifosato o los mismos campamentos de los soldados, donde tumbaban cantidades de frailejones, destruyó los ecosistemas. ¿Cuáles fueron los hechos de la guerra, en términos ambientales, que más la conmovieron?

Estuve mucho tiempo en la serranía de La Macarena y los bombardeos destruyeron mucho ese territorio. Era un escenario deprimente: cantidad de árboles caídos y animales muertos. Y, por supuesto, nosotros también: la voladura de oleoductos contaminaba ríos, quebradas y el mar. Son errores que debemos reconocer, pero estamos convencidos de que no hicimos impactos tan negativos en el medioambiente durante los últimos 53 años de resistencia en los que estuvimos en la selva colombiana.

Dentro de pocos días ustedes cumplen 53 años. ¿Cómo se proyectan a futuro como grupo?

Hablándote con el optimismo que está a flor de piel en este momento histórico, pero también con el realismo que tenemos los revolucionarios, aspiramos a consolidar una propuesta política que no sea únicamente de quienes estamos en las filas sino donde quepan varios sectores que quieran apostarle a un modelo de país distinto. Esperamos que en 10 años haya una democracia real, no esta de mentiras, capaz de conducir a Colombia hacia el desarrollo y sin armas en la política, sin el temor de que nos maten por la forma en la que pensamos. En cuanto a lo ambiental, no tenemos mucha teoría, ni sabemos los conceptos técnicos que los científicos e investigadores saben, pero sí hemos vivido muchos años en la selva y sabemos en qué condiciones se encuentra el país. Sería muy interesante que en el proceso de reincorporación pudiéramos ser guardabosques, guías turísticos, estar en proyectos agroecológicos, capacitarnos y tener una carrera profesional en este campo.

Por Tatiana Pardo / @TatiPardo2

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