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La resistencia de la escuela del Alto Telembí

Los habitantes del corregimiento Ñambí La Mina (Nariño) se desplazaron masivamente en dos ocasiones a causa del conflicto armado. Ahora, su territorio se lo disputan al menos cuatro grupos armados.

Beatriz Valdés Correa @beatrijelena
02 de octubre de 2017 - 11:00 a. m.
Niños y adolescentes afros del Alto Telembí reciben clases en solo tres salones. / Fotos: Mauricio Alvarado - El Espectador
Niños y adolescentes afros del Alto Telembí reciben clases en solo tres salones. / Fotos: Mauricio Alvarado - El Espectador

La profesora Liliana* estaba sentada en una silla plástica y tenía las manos llenas de pintura, al igual que los 25 niños de diferentes edades que la acompañaban. Ellos estaban regados, caminando, corriendo y sentados en el salón principal del Centro Educativo Ñambí La Mina, en el corregimiento del mismo nombre del municipio de Barbacoas (Nariño).

Esta escuela, que antes fue trinchera de las Farc, estaba siendo taller de pintura, todos pintaban carteleras y ponían las huellas coloridas de sus manos sobre las cartulinas.

La profe Liliana se lavó las manos, pero en su rostro quedó una lucecita amarilla de pintura, así como ella misma ha sido luz para la escuela desde 2008.

La escuela de Ñambí La Mina se ve al terminar de subir las altas escaleras de la entrada al pueblo. Queda al lado de la iglesia, y al lado de la escuela hay una construcción que se nota nueva, que no encaja con las pinturas desteñidas y las fachadas de madera de las casas.

Esa construcción funciona desde enero de este año como cocina y restaurante escolar. Surgió en 2014 cuando el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) visitó la escuela y vio que no había un espacio adecuado y digno para manipular alimentos y tampoco para que los niños se sentaran a comer.

Luego, con apoyo de la organización afro Asocoetnar (Asociación de Consejos Comunitarios y Organizaciones Étnico Territoriales de Nariño), la Junta Directiva del Consejo Comunitario y la Red de Docentes de la parte alta del río Telembí, decidieron trabajar para fortalecer el entorno protector de los niños, niñas y adolescentes del territorio.

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La escuela cuenta con dos profesoras para toda la primaria, en jornada de 8 de la mañana a 12:30 de la tarde. Por la tarde hay ocho profesores para los grados sexto, séptimo y octavo.

El restaurante beneficia a 56 estudiantes y es un estímulo para que no deserten. Todo esto es posible desde que la violencia mermó en el alto Telembí. Cuando la profesora Liliana llegó en 2008, la situación era otra.

Cambios para la escuela

Liliana nació en Ñambí La Mina, hizo sus primeros años de estudio en “la escuelita vieja”, una estructura que fue derrumbada y reconstruida. Luego se fue a estudiar a la parte urbana de Barbacoas y allí se hizo bachiller y maestra normalista. Trabajó en Cali y en la zona rural Guilpi Piragua del municipio Magüí Payán (Nariño), donde se enfermó de paludismo en 2007.

Pidió traslado y justo resultó en su pueblo: Ñambí La Mina. Fue una sorpresa no grata. ¿Por qué no? A ella se le aguan los ojos y se le quiebra la voz de recordar por qué no quería volver.

Entre junio y julio de 2005 cuatro familias, alrededor de 30 personas, salieron del corregimiento forzadamente. Esa era la gran familia de Liliana.

Por esos mismos días desaparecieron a uno de sus tíos y, a pesar de que se unió toda la familia para pedir que entregaran al tío sano y salvo, tiempo después se enteraron de que había sido asesinado.

Cuando algunos familiares intentaron volver a la vereda, encontraron que les habían dejado un mensaje: ya no eran bienvenidos en su pueblo.

Retornar significaba recordar todo y vivirlo sola. Pero Liliana volvió y en ese momento supo que lo único que había cambiado era la gente, porque el territorio se lo seguían disputando los mismos actores armados: las Farc y el Eln.

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Empezó a trabajar en febrero de 2008 y volvió a su infancia. Se encontró la misma escuela, las mismas tablas de 20 años antes, pero en peores condiciones. Empezó a trabajar con la comunidad y con los niños, que en ese entonces estudiaban en calendario B, es decir, su año escolar lo finalizaban en julio o agosto.

En ese año la profesora y otro profesor vieron la necesidad de implementar el bachillerato y convocaron a la comunidad. Todos estuvieron de acuerdo, así que empezaron a gestionar el bachillerato en el Alto Telembí.

La gente estuvo de acuerdo e hicieron un oficio a la Secretaría de Educación manifestando todas las necesidades que tenían y cómo ese bachillerato beneficiaría a los jóvenes no solo de Ñambí La Mina, sino también de las veredas cercanas.

Era necesario, porque había jóvenes que se fueron a engrosar las filas de las Farc y del Eln, o se fueron a raspar coca. Otros estaban sin estudiar y eran más vulnerables.

Les dieron la razón y el siguiente año comenzaron; los más pequeños en la mañana y los más grandes en la tarde. Solo tenían dos profesores para todos los grados. Eso fue en el 2014, cuando en grado sexto había ocho niños. Nueve habían terminado la primaria el año anterior y solo uno pudo ir a Barbacoas a estudiar el bachillerato.

“Fue físicamente desgastante, pero satisfactorio”, dice la profesora Liliana al recordar que los acreditaron.

El año siguiente había otro reto: llevar más profesores. Convocaron profesores de otras veredas y se comprometieron a trabajar en contrajornada con ellos. Así como gestionaron una canoa para recoger a los niños de las veredas cercanas.

El año de los 5.209 desplazados

El 2008 ostenta el pico más alto de víctimas de desplazamiento forzado en el municipio de Barbacoas, seguido por el 2006 (año en el que se reportaron 3.817 casos).

Solo Ñambí La Mina aportó casi toda su población a la cifra de 5.209 desplazados del 2008, las casi 90 casas del pueblo quedaron deshabitadas.

Empezó un enfrentamiento. La guerrilla tomó el pueblo como su fortín de guerra y a los habitantes les tocó salir a oscuras hacia el río para poder llegar a la zona urbana de Barbacoas.

Martín*, integrante de la Junta Directiva del Consejo Comunitario, recuerda bien ese día. “Todo el mundo salía con lo poquito que podían coger, casi con nada. La gente bajaba el río y salía en lanchas hacia Barbacoas. Esto estaba lleno de Farc. Yo mandé a mi familia y me quedé para irme después. Cuando ya estábamos sacando las cosas, subió un motor de los elenos y se formó una plomacera. Nos tocó irnos y dejarlo todo”.

Desde ese día el territorio quedó en manos de las Farc. La gente que volvió, lo hizo dos meses después, sometidos a la nueva ley.

En ese momento, la profesora Liliana y algunos pobladores implementaron una estrategia para integrar la escuela al proceso social de la comunidad. “La escuela para la comunidad y la comunidad para la escuela”, le llamaron. Así retomaron las mingas comunitarias para reconstruirse.

El desplazamiento forzado genera inestabilidad personal, familiar, social y comunitaria. “Es un desequilibrio total”, dice Liliana. Por esta razón, los años siguientes fueron de unirse y luchar por ellos y contra la presencia armada.

Los guerrilleros del frente 29 de las Farc tomaron el pueblo como suyo, tanto así que se refugiaban en la escuela, que en ese entonces no tenía puertas ni ventanas. El día que los uniformados amanecían ahí, entonces no había clase.

Hasta que un día la profesora Liliana los confrontó, se acercó a donde el comandante del grupo y le dijo: “¿Hasta qué hora se van a quedar? Nosotros necesitamos dictar clases hoy, tenemos los niños aquí”. El comandante le respondió que podía dictar las clases con ellos ahí, que no iba a pasar nada. Ante la negativa de la profesora a exponer a los niños a las armas y la presencia que intimida, a los ocupantes no les quedó otra opción que salir de la escuela.

La situación de control continuó hasta que, con recursos de gratuidad escolar y una minga comunitaria, lograron ponerle puertas y ventanas al centro educativo. “La guerrilla nunca más volvió a la escuela”, relata orgullosa la profesora.

Nuevos procesos

La última vez que se vio a las Farc en el corregimiento fue en 2013.

Fue un día entre semana. La guerrilla tenía rodeado el corregimiento, pero ni las profesoras ni los estudiantes se habían dado cuenta. Fue una ocupación silenciosa. Cuando cayeron en la cuenta de la situación, varios helicópteros de las fuerzas militares sobrevolaban el pueblo y hacían el anuncio: “Entréguense, en el lugar en el que están hay una escuela, vemos una cancha”.

Los niños no sirvieron de trinchera, la comunidad no dejó que las armas se acercaran a la escuela; al contrario, los mandaron a luchar al monte.

Desde entonces empezó a mermar la violencia, dicen los pobladores, aunque las cifras de desplazamiento forzado se mantienen en un promedio de mil víctimas desde el 2010.

En 2014 ingresó Acnur al territorio y fue de gran ayuda. La organización entregó los materiales de construcción, una estufa a gas, una de leña, la nevera y el menaje de la cocina. También entregó sillas y mesas suficientes para que los niños pudieran comer sentados y no en el piso, como lo hacían anteriormente.

Poner a trabajar a una comunidad no es fácil. Los padres de familia se dedican, casi todos, a la minería artesanal o al barequeo. Trabajar por la comunidad implica perder un día en la búsqueda del oro, una actividad impredecible: un día da y el otro no.

Martha Cecilia* es una madre de familia que trabaja el barequeo. Ella se siente satisfecha con la escuela y con la manera en que opera el restaurante. Dice que fue un alivio que su hijo pudiera estudiar en su tierra, pues no cuenta con el dinero para enviarlo a Barbacoas a terminar el bachillerato.

Sin embargo, cuando los chicos llegan a grado octavo deben buscar otra opción. La escuela no está acreditada para el grado noveno, por lo que los estudiantes deben ir a Barbacoas, y si no pueden, quedan desescolarizados.

La escuelita acoge niños y adolescentes de las comunidades negras del alto Telembí. Les garantiza transporte fluvial y una comida preparada en condiciones dignas. Sin embargo, se enfrentan a una nueva situación de orden público. En la zona se ha reportado la presencia de Eln, disidencia de las Farc, Autodefensas Gaitanistas de Colombia y Guerrillas Unidas del Pacífico (GUP).

El territorio está de nuevo en disputa, tanto así que empezaron a controlar la minería artesanal e ilegal. “El impuesto”, así le llaman al dinero o al oro que cobran los grupos al margen a la ley por la explotación del territorio, eso dicen los trabajadores de minería.

La meta y el anhelo es la paz completa. Los habitantes sueñan andar el río a cualquier hora y no tener miedo de hacerlo. Pero hay problemas más urgentes en la escuela.

Es urgente que capaciten a los docentes existentes y se nombren más, para de esa manera garantizar la educación media en el mismo corregimiento.

Liliana piensa en lo que se ha logrado y no está dispuesta a retroceder. Aunque piensa que la comunidad ha sido permisiva y ha hecho por sí misma lo que le corresponde al Estado, pero esa no es una excusa para detenerse. Cree firmemente que la educación es la manera en que los niños y jóvenes afros del Alto Telembí pueden vincularse a los procesos y las luchas de su territorio.

*Los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de las personas.

Por Beatriz Valdés Correa @beatrijelena

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