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En Samaná arman el rompecabezas del conflicto armado

Las víctimas de este municipio del nororiente de Caldas apenas han comenzado a conocer sus derechos y a reconstruir su historia. Las huellas del conflicto de esta zona estaban un poco ocultas.

Walter Arias Hidalgo/ @walterariash
16 de julio de 2017 - 10:06 p. m.
En el municipio de Samaná existen nueve organizaciones de víctimas del conflicto armado y una mesa municipal de víctimas. / Fotos Juan David Tamayo
En el municipio de Samaná existen nueve organizaciones de víctimas del conflicto armado y una mesa municipal de víctimas. / Fotos Juan David Tamayo

La reconstrucción de una parte de la historia de Samaná, quizás la más dolorosa, apenas comienza. La empiezan a tejer decenas de familiares de víctimas de homicidio y desaparición forzada. Lo hacen en talleres en los que recuerdan, discuten y lloran. Y sobre todo rayan y rayan papeles en los que apuntan, a manera de línea de tiempo, los momentos de su vida que más los han marcado.

Estas microhistorias las elaboran los integrantes de Renacer, la asociación de víctimas de desaparición forzada y homicidios de Samaná (Caldas), con el acompañamiento de la organización Fundecos y el apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica. El objetivo de este rompecabezas es crear una obra que evidencie cómo afectó el conflicto armado a cada víctima y a toda la población.

En el nororiente de Caldas, Samaná fue el que más padeció el rigor del conflicto. Este municipio conocido como el balcón del departamento, porque desde allí se divisa una gran porción del valle del Magdalena, fue uno de los lugares donde se asentó el frente 47 de las Farc.

El frente 47 surgió en el oriente de Antioquia, en la zona de los municipios de Argelia, Nariño y Sonsón. Es reconocido porque fue comandado por alias Karina y porque el comienzo de su fin se dio cuando alias Rojas asesinó a su comandante, Iván Ríos, en marzo de 2008. Sin embargo, en Samaná lo recuerdan porque su llegada representó la aparición de los cultivos de coca (en la actualidad, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la zona de Samaná está libre de cultivos ilícitos) y marcó el comienzo de la ola de desapariciones y muertes que vendrían en los años siguientes.

Allí también hizo presencia el frente 9 de las Farc. Ambas guerrillas se asentaron en la vertiente oriental de la cordillera Central, donde abundan el agua y la naturaleza, gracias a la cercanía del Parque Nacional Natural Selva de Florencia, una zona de 10.000 hectáreas que sirve de puente natural entre el nororiente de Caldas y el oriente de Antioquia. Del parque se desprenden algunos de los afluentes que alimentan la central hidroeléctrica Miel I, que inició operaciones en 2002.

Fue tan marcada la presencia guerrillera en esta zona que a uno de los corregimientos de Samaná le decían el “Pequeño Caguán”, recuerda una habitante.

Luego, los paramilitares de las Autodefensas del Magdalena Medio, bajo el mando de Ramón Isaza, se asentaron en la planicie del Magdalena, especialmente en el municipio de La Dorada. “Samaná quedó en el medio del frente 47 y de los paramilitares”, dice Fabio Alonso Mesa Ramírez, integrante de Fundecos.

De la guadaña paramilitar, uno de los casos más tristes y recordados es el del padre Arley Arias García, asesinado el 18 de enero de 2002 en la vereda La Palma del corregimiento Florencia. Murió junto a Carlos Pérez y Fernando Pérez, quienes se encontraban con él.

Miles de casos como este convirtieron a Samaná en un municipio de víctimas: de los cerca de 26.000 habitantes, el 90 % han sido afectados por el conflicto armado. Éste se ensañó tanto con Samaná que allí se concentra gran parte del sufrimiento de Caldas. Por ejemplo: de las 175 víctimas de minas antipersonal identificadas, allí hay 94 casos (80 heridos y 14 muertos). Es decir, el 57 %. En los municipios que están en segundo lugar sólo hay registros de 13 casos.

Sin embargo, lo que sucedió allí, aseguran sus habitantes, no ha sido tan conocido como lo ocurrido en otras partes del país, por ejemplo Urabá. Por eso cuando los integrantes de Fundecos decidieron emprender la organización de la primera asociación de víctimas del municipio, lo primero que hicieron fue viajar a Bogotá, con mapa en mano, para contar y mostrar la magnitud de lo que habían vivido. “Era importante que hubiera claridad sobre lo que había ocurrido”, dice Mesa.

Una posible razón de este desconocimiento es que Caldas, donde hay 27 municipios, no figura entre los más afectados por el conflicto armado en Colombia. Allí hay un registro de 90.133 víctimas, lo que significa que la tasa es de unas 9.000 víctimas por cada 100.000 habitantes. Esta tasa en Chocó es cercana a las 40.000.

El enfoque: homicidio y desaparición forzada

Debido a la cantidad de víctimas de Samaná, 20.834 exactamente, Fundecos decidió enfocarse en los casos de más impacto: homicidio y desaparición forzada. Del primero hay registros de 2.338 y de la segunda 542, según el Registro Único de Víctimas.

El primer encuentro entre familiares de estas personas y Fundecos y la Pastoral Social de la Diócesis fue en marzo de 2013. En ese momento hablaron de la necesidad de crear una “familia” solidaria que facilitara conocer y exigir sus derechos, trazar la ruta para recibir atención psicosocial, trabajar para recuperar la dignidad de las familias estigmatizadas, superar los traumas, recuperar la memoria… Dieron así los primeros pasos para crear Renacer.

Algunos de los integrantes de la asociación naciente perdieron a sus seres queridos hace más de 20 años. Sin embargo, la creación de esta asociación significó el primer espacio en el que las víctimas empezaban a conocer sus derechos y a contar lo que habían vivido. Así le sucedió a María Soledad López, de 75 años, quien asegura que su hijo, desaparecido en 1994, fue una de las primeras personas de Samaná que se llevó la guerrilla. “Yo le pido a mi Dios que no me deje morir hasta darle cristina sepultura”, dice.

Por primera vez, los familiares se sintieron escuchados. “Hasta ese momento nunca me había podido desahogar. Era una herida que estaba abierta y no la había podido sanar”, dice Luz Marina Ramírez Cardona, coordinadora de Renacer y esposa de Javier Grisales López, desaparecido el 27 de octubre de 2002. “La desaparición es lo más horrible que se puede vivir”, dice Ramírez, quien ha ido a remover tierra a un municipio vecino, donde un paramilitar le aseguró que habían enterrado el cadáver de su marido.

En el transcurso de estos años, Fundecos ha fortalecido a Renacer como organización y ha contribuido a la creación de la asociación de víctimas Volver a Vivir, del corregimiento de San Diego. También ha acompañado el proceso de sanación y reconciliación con ellos mismos. “Hoy ya pueden contar lo que les pasó”, dice Fabio Alonso Mesa.

En ese sentido, uno de los trabajos más llamativos es el de la reconstrucción de la memoria. Uno de los resultados es una fotogalería con cerca de 100 cuadros. En la obra, la imagen del padre Arley Arias García es la más destacada y las fotos de los familiares están agrupadas. Allí, por ejemplo, están debidamente ordenadas las fotos de tres hijos de Isaura Quiceno, una señora de 74 años que hoy participa en la construcción de la línea del tiempo.

Fue esa galería la que inspiró a Rafael, de 22 años, a crear otra, pero a su estilo, con la técnica de acuarela. El estudiante de artes plásticas de la Universidad de Caldas vio allí la foto de su padre, Carlos Alberto Rodríguez Clavijo, asesinado presuntamente por el frente 47 de las Farc el 3 de octubre de 1995.

Rafael no sabía que la imagen de su padre estaba allí ni que su madre hacía parte de Renacer. “Fue muy impactante ver esa galería”, dice Rafael, quien aún llora al hablar de su padre, a quien sólo conoció por los relatos de quienes lo vieron en vida.

Desde ese momento pensó que quería trabajar en Fundecos para hacer un trabajo de grado que ahora ve como un proyecto de vida: un performance con las víctimas de homicidio y desaparición forzada de Samaná. Ha pintado 43 cuadros y quiere completar la galería, la cual espera acompañar con las historias de cada víctima.

Rafael hace parte del grupo de víctimas que ahora buscan construir parte del rompecabezas del conflicto en Samaná. Y también de los talleristas que apoyan la construcción de la línea de tiempo. “Yo soy uno de ellos y ellos son parte de mí”, dice.

Todos se han unido para reconstruir una porción de su historia de la manera más detallada posible. Saben que la guerra los tocó de diversas formas. No fue lo mismo lo que vivieron los de las montañas, en las tierras más frías, que los de la planicie del valle del Magdalena, en las tierras más calurosas.

Por eso, este trabajo reciente lo harán con las víctimas del casco urbano, con las de los corregimientos de San Diego, Florencia, Encimadas y la vereda El Congal, que fue arrasada por los paramilitares el 19 de enero de 2002 y algunos de cuyos habitantes comenzaron a retornar 11 años después.

El proyecto, apoyado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, será una galería itinerante que dé cuenta de esa parte de la historia de Samaná que, pese a la gravedad, estaba medio oculta debido, en gran medida, al silencio de sus protagonistas. Hoy sienten que están en un proceso de renacimiento.

Por Walter Arias Hidalgo/ @walterariash

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