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En La Granja los jóvenes siembran semillas de paz

En este corregimiento del municipio de Ituango, un grupo de estudiantes de la Institución Educativa Jesús María Valle contribuyen a transformar la realidad de abandono y violencia que han vivido durante décadas. 

Walter Arias Hidalgo/ @walterariash
12 de febrero de 2017 - 08:45 p. m.
En La Granja, poblado rural del municipio de Ituango (Antioquia), los jóvenes se apropiaron de la paz luego de haber vivido varios episodios de violencia. / Luis Benavides
En La Granja, poblado rural del municipio de Ituango (Antioquia), los jóvenes se apropiaron de la paz luego de haber vivido varios episodios de violencia. / Luis Benavides

En la puerta de La Granja, un aviso anuncia que más adelante se encuentra un “territorio de paz”. La frase está en un telón blanco en el que, además, hay una mano gigante y decenas de huellas de los habitantes de este poblado rural del municipio de Ituango, norte de Antioquia, como una señal de compromiso colectivo. Al continuar por la única calle de entrada se observan fachadas con más mensajes como “La Granja de alegría y mil colores”, que hacen pensar al visitante que alguien allí se ha empeñado en darle una cara amable a este caserío, el corazón de un corregimiento que tiene el tamaño de un pueblo pequeño: 2.400 habitantes en 38 veredas. 

Ese alguien no es una única persona. Es un grupo de unos 25 muchachos que, como se comprenderá más adelante, nacieron durante los años más oscuros para esta comunidad. Tal vez por esto, el destino los llevó, sin proponérselo, a convertirse en promotores de paz por medio de sus inspiraciones, como las pinturas que ahora se ven en los muros de las casas.
Unos nacieron en el 2000, la mayoría en el 2001 y otros tantos después. En todo caso, si se les pregunta cuál ha sido el momento más difícil de esta comunidad, el que más ha marcado a esta población, coinciden en el mismo que mencionan los adultos. 

Sucedió el 27 de agosto de 2001. En la tarde comenzó a correr un rumor que horrorizó a quienes lo escucharon: “¡Ya vienen los paras!”. Los pobladores comenzaron a huir. Muchos de ellos abordaron ‘la chiva’ (carro escalera) que había acabado de llegar de Ituango. Otros se encerraron en la parroquia y la casa cural, donde el sacerdote los absolvió de sus pecados. A las 6:00 de la tarde comenzó el enfrentamiento entre los paramilitares y las Farc. Los hechos dejaron seis pobladores muertos (y al parecer murieron 18 combatientes) y decenas de desplazados de La Granja y algunas de sus veredas.

Cinco meses antes, el 25 de marzo, hubo otra masacre. Esta vez el lugar fue la cabecera municipal, el implicado fue las Farc y los muertos fueron cuatro.  Ese año fue el segundo con más desplazamientos en Ituango desde 1984, que hasta 2016 registra cerca de 16 mil de estos casos, según el Registro Único de Víctimas.

Por eso, estos jóvenes nacieron y crecieron en medio del conflicto. En las noches veían en su cielo, por el privilegio topográfico de estar en el pie de dos cerros que protege el caserío como una especie de cuna, chispas rojas que pasaban de montaña a montaña. Eran las balas de los fusiles de las Farc y el Ejército. En la escuela y en el colegio era común que las profesoras, entre lágrimas, les pidieran lanzarse al suelo cuando comenzaban algún enfrentamiento. “Aquí en La Granja nos tocó muy duro”, dice una de ellas. 

Esta generación vivía así uno de los últimos episodios de la guerra en su territorio. Pero sus padres ya estaban curtidos de una violencia que, parecía, había elegido esta zona como escenario natural. Primero fueron unos pocos integrantes del Eln por allá a finales del 70, luego las Farc a comienzo de los 80, después los paramilitares a finales de los 90, y por último la lucha entre las Farc y el Ejército.

Este recorrido de más de 30 años convirtió a Ituango, el tercer municipio de Antioquia más grande en extensión con 2.347 kilómetros cuadrados, en uno de los municipios con más víctimas en el departamento: cerca de 14.500 víctimas registradas.
La primera masacre en La Granja sucedió el 11 de junio de 1996, cuando unos 30 paramilitares mataron a cuatro personas. Por esta y la del corregimiento El Aro (también de Ituango), cometida el 25 de octubre de 1997, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado en julio de 2006.

En La Granja parecía que el único camino era el de la violencia o el de los medios que llevaran a ella. En el colegio algunos estudiantes alternaban sus estudios con los trabajos en los cultivos de coca, que hasta 2011 se calcularon en 82 hectáreas en Ituango, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito. “Eso era lo que uno escuchaba”, dice un profesor. Otros, de repente, no volvían al colegio, recuerda Juliana, quien terminó bachillerato en 2016. De hecho, con ella solo se graduaron 12, de unos 30 que ingresaron. 

Se cree que algunos terminaron en algún grupo armado. En Ituango hay un historial de unos 70 niños y adolescentes vinculados a grupos armados ilegales, lo que lo convierte en el tercer municipio de Antioquia que más padece este fenómeno, según el Registro Único de Víctimas.

De lo gris a lo colorido

Este panorama se ha ido transformado durante los últimos años. En 2013 llegó Acnur (Alto Comisionado de las Naciones unidas para los Refugiados) y se asoció con la organización Mandala, la Alcaldía de Ituango, la institución educativa Jesús María Valle y la Junta de Acción Comunal de La Granja para desarrollar allí un proyecto que, en un principio, se propuso proteger a “jóvenes que estuvieran en riesgo de reclutamiento por parte de actores armados”. El proyecto es “Jóvenes granjeros construyendo futuro”.

En 2014, un grupo de estudiantes comenzaron a participar en talleres de acompañamiento psicosocial y de desarrollo de habilidades. Fue así como empezaron a aprender producción audiovisual, aerografía, técnicas de medicina tradicional china, entre otros talleres. Cada dos semanas recibían a talleristas que emprendían desde Medellín un viaje de unas ocho horas: cinco hasta Ituango y tres hasta La Granja.

Gracias a estos encuentros, estos muchachos han hecho dos cortometrajes con los cuales han participado en el Festival de Cine de Ituango. El primero, en 2015, es sobre Gustavo Mazo, un señor de 84 años que todos en el corregimiento quieren como su abuelo. Para estos jóvenes, él es el libro andante sobre la historia de La Granja y de los arrieros más aguerridos de la región que aún se adentran con sus mulas en los cañones del Nudo de Paramillo. 

El segundo cortometraje es una reconstrucción sobre algunos aspectos de la vida de Jesús María Valle, uno de los símbolos de las víctimas del conflicto armado en Antioquia. De este defensor de derechos humanos nacido en La Granja, asesinado por paramilitares en Medellín el 27 de febrero de 1998, recordaron cuando iba a llevarles regalos a los niños del corregimiento.   
El proyecto de aerografía lo aprovecharon para hacer creaciones en camisetas y borrar algunas de las cicatrices del conflicto, presentes en los muros de las viviendas. El resultado: cuatro muros con mensajes de paz, un parque y algunas fachadas de casas con una nueva cara.

También han participado en talleres sobre proyectos de vida. “Esto ha sido importante porque era necesario mostrarles que el estudio sí sirve para algo y ellos han visto que sí se puede aprender”, dice César Alejandro Salazar, 26 años, profesor de educación física.

El grupo de estudiantes también se tomó el trabajo de conocer más su territorio. Tocaron las puertas de sus vecinos y preguntaron sobre las principales necesidades del corregimiento. Se dieron cuenta de que necesitan un puesto de salud digno y apto para una población donde hay 605 familias con 555 niños entre los 0 y los 11 años, según datos actualizados del Sisbén (el centro de salud estaba cerrado el 16 de enero durante la vista de El Espectador a La Granja), un matadero apto, una cancha de fútbol, un sitio para la basura. 

Este trabajo les permitió comprender el abandono estatal en el que ha estado La Granja. Tres décadas después, el 30 de julio de 2016, tras la visita de autoridades departamentales, locales, indígenas, policiales y militares, la Gobernación anunció “la presencia permanente de un inspector especial”, con lo cual afirmó que “la institucionalidad llegó para quedarse”. “La Gobernación de Antioquia estará con ustedes en todo momento, ahora viene la Empresa Agroindustrial Antioquia Siembra para ofrecer posibilidades dignas de empleo a muchos de ustedes y el IDEA también acompañará el desarrollo del corregimiento”, dijo Victoria Eugenia Ramírez, secretaria de gobierno de Antioquia.

En La Granja, sin embargo, parece haber un pesimismo natural. “Con los proyectos productivos no pasa nada y no va a pasar nada (…) Aquí necesitamos tres cosas: pavimentación de la vía, proyectos productivos con ingeniero agrónomo y conexión comercial con un lugar como la Mayorista”, dice Moisés Echavarría. Luego, mientras amarra una caja con productos agrícolas para su hija Juliana, quien sale en la mañana de este martes 17 de enero para Medellín, se pregunta. “¿Cuál es el apoyo para estos ‘pelaos’? Ninguno. El ‘pelao’ termina y se queda así”.

En el camino, a bordo de una carro escalera, Juliana reafirma la preocupación de su padre y cuenta que se presentó a enfermería en la Universidad de Antioquia y no pasó, que por ahora la única alternativa es presentarse a una de las opciones de estudio que ofrece el Sena en Ituango.

En todo caso, el proyecto “Jóvenes granjeros construyendo futuro”, además de ayudar a prevenir situaciones de violencia, sí ha servido para que los jóvenes recuperen su autoestima y piensen en su desarrollo personal, como sugiere Iván Darío Ramírez, director de Mandala. Felipe González, un adolescente inquieto de 14 años, asume por un momento una actitud seria y dice, mientras se empina para demostrar convicción, que cuando termine su bachillerato seguirá con estudios profesionales de ingeniería mecánica.

Estas semillas le hacen pensar a los responsables del proyecto que La Granja, un corregimiento que se volvió triste y gris, se convierta cada día en el “territorio de paz” que se anuncia en la entrada. Por eso, el trabajo continuará “un buen rato” y le apuntará a un trabajo en el que participen también los adultos, quizás los más escépticos con el futuro de su ‘granja’. Son algunos de ellos quienes, al hablar de alguna institución de Estado, dicen: “para el Gobierno no existimos”.

Por Walter Arias Hidalgo/ @walterariash

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