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El acueducto comunitario que se niega a desaparecer en el Bajo Cauca

Desde hace 33 años, la comunidad de San Cayetano ha conservado la quebrada que lleva el mismo nombre y que abastece de agua a 6.000 habitantes. La guerra nunca fue impedimento para que los pobladores lo mantuvieran. 

Paula Casas Mogollón
23 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
Algunas personas han realizado quemas en la zona alta de la cuenca para volverlas potreros para cultivos. / Organización Trópico Diverso.
Algunas personas han realizado quemas en la zona alta de la cuenca para volverlas potreros para cultivos. / Organización Trópico Diverso.

A lo lejos, desde la punta de la montaña de San Cayetano, en una pequeña vereda del corregimiento de Puerto López, en el municipio de El Bagre, a nueve horas de Medellín, se ve el nacimiento de una quebrada que lleva el mismo nombre y que abastece al acueducto comunitario. Los habitantes durante años han tratado de conservarla como su mayor tesoro, ya que es su fuente de vida. Se han enfrentado a la guerra, al abandono de los entes estatales, al señalamiento y amenazas de grupos al margen de la ley, para poder protegerla.

La lucha no ha sido fácil y la guerra no logró hacerlos desistir de su sueño: construir un acueducto comunitario. La zona fue epicentro de combates durante más de 35 años. Su ubicación y condición geográfica sirvió como punto estratégico para que la extinta guerrilla de las Farc y los paramilitares se enfrentaran por el territorio del Bajo Cauca antioqueño. San Cayetano pagó por décadas el precio más alto del conflicto armado: muerte, olvido y desesperanza, los bombardeos los dejaron hace años sin escuela y puesto de salud, y fue la subregión que más desplazados puso.

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El acueducto comunal de San Cayetano, que abastece no sólo a la vereda, sino también al corregimiento de Puerto López, igualmente ha sido víctima de la violencia. Fue creado hace 33 años por la Junta Seccional de Salud, que se encargó de poner los materiales y de construir la red de alcantarillado, mientras que la comunidad aportó la mano de obra. Se convirtió en la vida de los habitantes, quienes todos los días subían hasta la punta de la cuenca para hacer mantenimiento.

Esa vida se fue apagando con la guerra. En el 2000 llegó al corregimiento el exjefe paramilitar Carlos Mario Jiménez, alías Macaco, con el Bloque Central Bolívar de las Autodefensas, en busca de poder y territorio. Los constantes enfrentamientos con la extinta guerrilla de las Farc llevaron a que la comunidad abandonara la vereda y se trasladara a la cabecera de Puerto López. El acueducto, por unos días, se quedó solo. Los grupos al margen de la ley veían en la punta de la cuenca su mayor fortín; además de tener un bosque rico en biodiversidad, estaba a su disposición una quebrada con unos niveles mínimos de contaminación.

Aquel fortín se fue desvaneciendo. La comunidad no estaba dispuesta a entregar su tesoro. Carlos Restrepo, a sus 75 años, tiene vigentes los estragos de la violencia en San Cayetano y recuerda con nostalgia lo difícil de aquella época. Solo dos o tres habitantes de San Cayetano tenían permiso de los paramilitares para subir a la cuenca y hacer el mantenimiento, pero en algunas ocasiones les impedían el acceso porque los subversivos pensaban que estas personas podían llevar información a las Farc. “Si uno les pedía que pagaran por el agua o si se la quitábamos, nos insultaban, eran muy vulgares con nosotrosNos decían que nos robábamos la plata e incluso trataron de quitarnos el acueducto”, relata con indignación Restrepo, quien comenzó hace 20 años como fontanero y ahora es el presidente de la Asociación Comunitaria del Acueducto de Puerto López (Acompadeplo).

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Más allá de la violencia, el abandono estatal ha sido quizá el peor flagelo de esta población. El mantenimiento del acueducto no es tarea fácil, la escasez de recursos y de dinero suele pasarles factura. “Lo que tenemos ha sido por cuenta de la misma comunidad. Ellos tratan de ayudar con la mano de obra, hacen rifas y venden cosas para aportar materiales. A veces, de tanto insistirle al alcalde de El Bagre que colabore, nos regala tubos”, señala Restrepo.

No es mucho lo que les cobran a las familias por el servicio. El precio oscila entre los 8 mil y 12 mil pesos mensuales, dependiendo de la capacidad económica de cada una. Con ese dinero les pagan un salario mínimo al fontanero y a la secretaria. Los otros cinco líderes (incluido el presidente de Acompadeplo) trabajan sin ninguna remuneración, de vez en cuando los vecinos les dan viáticos por su labor. A pesar de que el agua no es tratada, el bajo nivel de contaminación posibilita que sus habitantes la puedan consumir. A los barrios María Auxiliadora, El Prado y San Marcos este líquido no alcanza a llegar, por la falta de tuberías. Uno de sus objetivos es que estas personas se unan a los 6.000 beneficiados.

La calidad y la pureza del agua se han visto afectadas recientemente con el retorno de las familias desplazadas por la violencia. “Hace dos años comenzó el regreso y han estado sin acompañamiento en este proceso. Más de uno encontró su finca destruida y deben hacer cualquier cosa para subsistir”, aclara Uldarico Urango, tesorero desde hace cinco años del acueducto. La minería y las ganadería son las actividades a las que se dedican para sobrevivir, lo que ha hecho que en varias oportunidades el agua salga de color café, afectando los nacimientos de la quebrada.

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La quebrada San Cayetano tiene cinco nacimientos, de los cuales tres se encuentran sin cobertura forestal, lo que está generando que su caudal disminuya notoriamente. Hasta el momento ha bajado un 30 %. “En la parte alta de la cuenca, donde hay algunos nacimientos, se están realizando quemas para el establecimiento de cultivos que, posteriormente, se vuelven potreros. Hace un año, solo una persona taló 30 hectáreas”, sostiene Urango, quien reitera que la agricultura no es una alternativa para sobrevivir, por el estado tan deplorable de las vías.

De las 1.200 hectáreas de la cuenca, 75,6 pertenecen al acueducto. No han sido taladas porque están bajo protección de la asociación que, de la mano de la Organización Trópico Diverso, ha comenzado a plantar árboles para encerrar la cuenca y proteger el ecosistema que durante años los ha abastecido de este líquido vital. “Hay personas que han donado un pedazo de su tierra, donde se encuentran los nacimientos de la quebrada, para preservar el agua y su cuidado. En conjunto con ellos queremos incentivar la reforestación y la piscicultura como estilo de vida”, comenta Mariela Ríos, promotora de la ONG.

La Organización Internacional de Maderas Tropicales (ITTO, por sus siglas en inglés), un organismo internacional, se ha convertido en el ángel de la guarda de los habitantes de San Cayetano. Donaron una alberca para decantar y drenar el agua y así prestar un mejor servicio. Los días pasan y los pobladores anhelan que algún ente estatal nacional se fije en su problemática, ya que de seguir así, solo les quedará un año de agua proveniente de la quebrada.

Por Paula Casas Mogollón

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