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Crónica de un viaje a Caño Cristales en tiempos de paz

La maravilla que es Caño Cristales, con sus aguas cristalinas y sus plantas de colores, es apenas una parte de la fascinación de visitar La Macarena; igual de encantador es encontrar a una comunidad comprometida con darse una oportunidad de desarrollo sostenible en un nuevo ambiente de seguridad y de paz.

Fidel Cano Correa
23 de julio de 2017 - 03:00 a. m.
Fotos: Fidel Cano Correa.
Fotos: Fidel Cano Correa.

Mi primera visita a  La Macarena, Meta, me dejó impregnada una imagen aterradora. Emprendíamos el regreso desde la base militar ubicada en una lomita frente a la población y en el camino hacia los helicópteros que nos bajarían al aeropuerto para tomar el vuelo hacia Bogotá yacían sobre el pasto, como exhibidos para los invitados, tres cadáveres de guerrilleros muertos en el combate del día, mientras un perito ejercía una fuerza descomunal sobre la quijada de uno de ellos, tratando sin éxito de abrirle la boca para tomar sus placas dentales.

Eran días de guerra. Y, allí, de recuperación de una tierra que por años había estado al mando de las Farc.

Recordé la  imagen mientras caminaba hace unos días por la pista del aeropuerto de La Macarena, esta vez llegando en un vuelo comercial como turista   y no como aquella vez, en 2008,  invitado por el entonces ministro de Defensa —ya con sus ojos en la Presidencia—, Juan Manuel Santos, para  la entrega de unos minicomputadores del programa “One Laptop per Child” de su amigo Nicholas Negroponte, aprovechando la instalación reciente de un punto Vive Digital.

Ahora son días de paz. O al menos de posconflicto, tras la concentración y desarme de las Farc.

Invitado por un político o como turista, un citadino llega a La Macarena en busca de Caño Cristales y la magia natural de la Serranía. Pero es inevitable que las preocupaciones acompañen el placer de estar allí. Entonces lo era  la seguridad de la zona que permitiera a muchos más colombianos conocer esta maravilla natural. Ahora lo es saber si el turismo sostenible puede ser el motor de desarrollo  para  este municipio y sus habitantes en tiempos de paz. Y, además, ser ejemplo para otros muchos  sitios en Colombia que ahora vuelven a ser visitables.

Día 1: Caño Piedra

Con esas expectativas nos recibe Alveiro, nuestro guía, después de pagar la contribución por turismo —más que justa y necesaria—  y de hacer el registro de entrada, cédula en mano. Alveiro es miembro de Agexma, una organización comunitaria de nativos de La Macarena, que es subcontratada por los operadores que ofrecen viajes a Caño Cristales, en nuestro caso Awake Travel. El nuestro es un solo paquete de unos $1,4 millones por persona para tres días, que lo cubre todo: avión desde Bogotá ida y regreso, hotel, alimentación, transporte local y hasta parrando llanero.

En Alveiro se refleja la primera muestra de una comunidad organizada y comprometida con labrarle a su municipio un nuevo amanecer. Al comienzo fueron 35 familias las que se involucraron en el desarrollo de la prestación de servicios de turismo; hoy son más de 600 las que se benefician de él, poniendo al turismo como el segundo renglón de la economía municipal, después de la ganadería. Y en el camino han llegado el SENA y algunas universidades  a prepararlos en toda la cadena de valor.

Muestra palpable  la encontramos en el almuerzo,  luego de alojarnos en el Hotel Casa Real —sencillo, cómodo, limpio— en la plaza principal. El restaurante, a un par de cuadras de allí, deja notar el entrenamiento técnico: en la pequeña cocina industrial, abierta al comedor, se puede ver la preparación juiciosa, con  sus uniformes y gorros de cocina, utensilios impecables y atención personalizada. La sazón magnífica, con sabores y productos locales únicos.

De ahí pasamos a  atender la inducción de las autoridades ambientales, requisito para visitar las zonas protegidas. En una pequeña casa, sede tanto de Cormacarena como de Parques Nacionales, se ofrece un video con información general de Caño Cristales, del Parque Natural y del municipio, seguida por recomendaciones y restricciones. En una mesa muestran los decomisos del día: bloqueadores solares, repelentes, bronceadores, envases plásticos... “Si llevan algo de esto en sus equipajes, al otro día pueden venir a recogerlo acá porque les será decomisado  a la entrada”. Excelente.

Mientras estamos en la capacitación, Alveiro ha pagado nuestro ingreso y recibido la hoja de ruta por Caño Cristales del día siguiente. La capacidad de carga está definida en 135 personas por día que se distribuyen en varios senderos y horas de salida para cada grupo. Hay grupos pequeños, de máximo siete personas, y grandes, de ocho a 21.

-  “Tenemos suerte, nos tocó el sendero largo que tiene ocho estaciones”, nos anima Alveiro.

Para el resto del primer día, nos asignan  Caño Piedra, para lo cual tomamos en un pick-up de pasajeros la vía hacia San Vicente del Caguán. Recuerdo haberla recorrido ya en aquel viaje de 2008 y haber visto personal del Batallón de Ingenieros trabajando en ella. El entonces viceministro de Defensa —sin sus ojos en la Presidencia aún—, Juan Carlos Pinzón, nos contó que la estaban construyendo para comunicar  a La Macarena con el resto del país. Pero también estaba el recuerdo de esta vía durante la zona de despeje del fallido proceso de paz de Andrés Pastrana, que los comandantes de las Farc recorrían a altas velocidades en lujosas 4x4 que en las fotos muchos colombianos reconocían  eran  suyas.

No me aguanto las ganas de preguntar.

- ¿Y esta carretera la construyeron las Farc o los militares, o entre ambos?

Alveiro no se deja.

- En realidad esta vía la hizo la comunidad porque antes, para traer productos a La Macarena, un camión se podía tardar entre ocho y diez días en llegar desde Neiva. Desde que existe esta vía, con todo y lo mala que está, en un día llegan acá.

La Serranía de la Macarena al fondo de la sabana.

Son no más de 25 minutos de recorrido hasta una tienda en una lomita en medio de la sabana. La Serranía se ve al fondo esplendorosa, con su elegante inclinación del piso a la cúspide. A pocos pasos está el caño, con un cauce sobre rocas horadadas de manera hermosa por el agua. Un par de piscinas naturales permiten un baño refrescante en medio de los árboles. Allí los controles no son tan rigurosos. Nos topamos con un par de jóvenes, botella de whiskey de vidrio a la mano. El clima no nos ayuda, pues se opaca el cielo, sopla la brisa, se anuncia un aguacero. Lástima, porque uno de los atractivos de este paseo es ver desde un alto en el camino el atardecer llanero con la Serranía al fondo. Lástima también que en el recorrido de vuelta se ven un par de  basureros del municipio que rompen la magia. El tratamiento de los residuos, un punto para resolver.

Día 2: El río de los cinco colores

A lo que vinimos. En Puerto Inderena, toque anacrónico del paseo, pasamos a la siguiente  cadena: la Asociación  de Transportadores Fluviales (Asocotigua) es la encargada del viaje río arriba. Canoas impecables, salvavidas nuevecitos para cada uno, nada dejado al azar o  la informalidad que causan tragedias como la reciente de Guatapé. El viaje es de apenas unos 20 minutos animado por una veintena de micos araña saltando por los árboles a la ribera, iguanas descansando sobre ramales altos o un grupo de pavas hediondas que protegen su nido casi a ras del agua. Estamos de malas, cuenta Alveiro, pues en días no tan encapotados se ven babillas y tortugas tomando el sol.

El río Guayabero, caudaloso y enigmático en estos días de invierno, hace inevitable recordar los relatos del conflicto que ha cruzado por su cauce, en particular los de los secuestrados  que en algún momento creyeron que los podía llevar a la libertad. Si así de turismo sobre un bote genera respeto, no alcanza uno a imaginar lo que pudo ser lanzarse a él en condiciones extremas. No alcanzan a cuajar los pensamientos porque ya estamos en La Cachivera, punto de entrada, donde después de la requisa tomamos otro pick-up de los ocho autorizados para transitar por la zona. Los transportes terrestres los ofrece otro emprendimiento comunitario local: Asotrantours.

Alveiro se queja de la falta de mantenimiento para los no más de diez kilómetros hasta Caño Cajuche, donde comienza la caminata.

- ¿Y nunca le hacen mantenimiento? ¿Por qué?

- Es que, pues.... es una vía ilegal.

- ¿Cómo así? ¿Esta es la vía que hizo las Farc y que atraviesa La Macarena?

- La misma.

Alveiro explica su molestia con el estado de la carretera: es la vía más corta entre La Macarena y el resto del país y debería ser mantenida y controlada. “Es una ruta natural de la colonización; por aquí se llevaba el ganado a pie hasta Vistahermosa”, explica.

Llaman la atención los pasos de las cañadas con pequeños terraplenes en concreto. En los más grandes que no los tienen, se ven pequeños puentes a un costado listos para elevar la carretera, abandonados cuando se terminó la zona de distensión. Vuelve el recuerdo de los reclamos de los ingenieros en aquella época porque su maquinaria robada estaba trabajando en la zona de despeje. Un último recuerdo del pasado nos lo da con su saludo de un capitán del Ejército que nos advierte que la seguridad está garantizada y que en algunos puntos del camino nos encontraremos con soldados vigilando.

 

 

Pasando el Caño Cajuche al inicio del camino, alguien pregunta: “¿Son estas las mismas algas de colores?”. Alveiro no nos deja ir desinformados. “No son algas, son plantas acuáticas, Macarenia Clavijera, que se enraízan en los desperfectos de las piedras. Y sí, son ellas las que dan los diferentes colores, pero en realidad son solo dos: verde si están a la sombra o rojo si les da el sol. Los demás surgen del reflejo del cielo o la luz que penetra hasta diferentes profundidades”. Ya vamos camino al río más hermoso del mundo.

 

Poder describir todo lo visto en los ocho puntos de nuestro recorrido —Caño Escondido, Los Pianos, El Salto de la Virgen, Cuarzos, El Tapete, Carol Cristal, Piscina del Turista y Los Ocho— resulta inútil. Porque además de los múltiples colores cambiantes con la luz, también hay cuevas insondables, caídas de agua sobre rocas de  formas alucinantes, cuevas y recovecos, sitios para nadar en aguas cristalinas, un paraíso como pocos en el mundo. Difícil encontrar  una experiencia turística mejor cuidada que esta en Colombia. Ni siquiera un papel vimos en los senderos, menos en las aguas. El almuerzo se lleva del mismo restaurante, un fiambre atado en hoja de plátano. ¿Música? No, gracias.

 

 

Al zambullirme en la Piscina del Turista, recuerdo que allí fue donde aterrizamos en helicópteros en aquel viaje con el ministro Santos, y también su carta de presentación:   “Recuperamos este tesoro. Aquí era donde el Mono Jojoy hacía sus francachelas con las guerrilleras”.

Después de unas seis horas de camino y  este chapuzón final, comenzamos a desandar nuestros pasos camino a La Macarena. A pesar del cansancio, recibimos la noche en un parrando local: ternera a la llanera, arpa y canto, baile de joropo con clases incluídas para los turistas, y un mensaje repetido: “cuéntenles a todos que La Macarena es segura y  en  paz para que vengan muchos más”.

Día 3: Cristalitos

El vuelo de regreso sale al mediodía, luego antes de las 7 am estamos ya de nuevo remontando el Guayabero, esta vez en busca de Cristalitos, “una maqueta de Caño Cristales”, según la describe  Alveiro.

Lo primero que vemos al desembarcar es una piscina llena de bebés tortugas; es la estación de Cormacarena y la Defensa Civil para la recuperación de la especie Podocnemis. La caminata, en seguida, es de altura hasta un mirador desde donde se ve toda la sabana entre los vapores que suben al cielo a esa hora de la mañana. Varios miradores, a mayor altura que este de paso, son atractivos turísticos adicionales que ofrece La Macarena.

Caño Cristales solamente puede ser visitado seis meses al año, en el invierno (junio a noviembre), pues en el verano las Macarenia Clavijera están en su período reproductivo. ¿Es posible pensar en una oferta turística ampliada que permita mantener la cadena todo el año? Alveiro nos cuenta que en esos seis meses ellos retornan a hacer labores en las fincas, a trabajar por contrato con la administración municipal, a estudiar...

Una actividad tan bien montada es una pena que no se pueda mantener todo el año. Actividades hay.  El Guayabero aguas abajo ofrece los raudales Angostura I y II con formaciones rocosas alrededor que han sido lugar de ritual de habitantes pretéritos,  hay balsaje, senderismo, observación de flora y fauna silvestre de especies endémicas, petroglifos y pictogramas de culturas indígenas en los alrededores, ciclomontañismo, planes de pesca deportiva y más. La pregunta es si un turista estaría dispuesto a llegar hasta estas lejanías sin tener acceso al río de los cinco colores. Difícil.

Cristalitos, sí, es un Caño Cristales en miniatura: aguas frescas, límpidas, los mismos colores, las formaciones rocosas, el abrazo natural. Pero el tiempo apremia. El avión está por aterrizar para recogernos. Caminando por la plaza principal camino al hotel se ven algunas personas utilizando la señal WI-FI del punto Vive Digital en sus celulares. Ningún  portátil verde de los que trajo Santos se ve por ahí. Ningún niño usó en los tres días el parque infantil. Ningún balón rebotó en la cancha múltiple con vistosos avisos de Acción Social, cuyo arco ya luce desvencijado.

Con todo, ya ahora en Bogotá mientras esto escribo, quizás influido por saber que  hace apenas unas horas tomaba todavía un último masaje natural entre las piedras de Cristalitos, siento optimismo por La Macarena, pero también por los territorios, esa gran incógnita del posconflicto.

Ver una comunidad volcada al desarrollo sostenible de su municipio, a unas autoridades ambientales trabajando de la mano con la administración municipal y con el Gobierno central (ya está contratada la construcción de senderos en Caño Cristales y Fontur  promociona por el mundo el lugar a los turista), y un entorno natural único para mostrar llena de esperanza. Tanto más, en La Macarena, epicentro del conflicto hasta hace no mucho.

¿La explotación petrolera puede ser una alternativa que eche por la borda esa esperanza? “Logramos detener la licencia, pero sabemos que eso sigue ahí”, dice el presentador en el parrando llanero. “Creemos en nuestro proceso comunitario alrededor del turismo y estamos pensando en hacer una consulta para prohibir la minería y la explotación de hidrocarburos en el territorio”, agrega.

Es frágil el proceso todavía, pero lo tienen claro y están dispuestos a luchar por él. En lo personal, al menos, es claro que la imagen que se vendrá primero a mi mente cuando alguien mencione a La Macarena serán las gentes comprometidas en este hermoso proyecto comunitario y no aquella macabra escena de 2008. Y, claro, Caño Cristales, un lugar que ningún colombiano debería morirse sin conocer.

Por Fidel Cano Correa

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