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“No podemos castrar su pasado como mujeres de guerra”: Riveros

La negociadora del Gobierno en la mesa de La Habana, María Paulina Riveros, abogó porque las mujeres desmovilizadas de las Farc tengan oportunidades para ser líderes de cambio.

Redacción Colombia 2020
24 de mayo de 2016 - 12:07 a. m.
María Paulina Riveros, representante del Gobierno, y Victoria Sandino, de las Farc, hablaron durante una sesión especial en La Habana. / Ómar Nieto
María Paulina Riveros, representante del Gobierno, y Victoria Sandino, de las Farc, hablaron durante una sesión especial en La Habana. / Ómar Nieto

Durante una sesión especial de las subcomisiones de género y fin del conflicto, las partes escucharon los testimonios de vida de 13 excombatientes de antiguos grupos guerrilleros de Colombia y el mundo.

María Paulina Riveros, la única mujer negociadora del Gobierno en La Habana, Cuba, pronunció este discurso en el que pidió que las mujeres de las Farc que dejen las armas puedan tener la oportunidad de recuperar su vida, su feminidad, sin perder de capacidad de liderar la recuperación del tejido social:

 

Señoras invitadas, señora Canciller de la República de Colombia, colegas del Gobierno, integrantes presentes de las FARC EP: sean bienvenidos al seno de la Subcomisión de Género de la Mesa de Conversaciones entre el Gobierno Nacional y las FARC. Gracias por aceptar nuestra invitación.

Hoy, después de casi dos años de que anunciáramos la conformación de dicha subcomisión, el 7 de junio de 2014, celebro que tengamos la posibilidad de escuchar la voz de las de mujeres de varias latitudes que comparten un pasado común: siendo mujeres, haber pertenecido a grupos rebeldes y haber dejado las armas para hacer tránsito a la legalidad.

Para el Gobierno Nacional los asuntos de género han sido, de atrás, una prioridad; desde la Presidencia de la República a través de su Consejería para la Equidad de la Mujer, y pasando por toda la institucionalidad, hemos adelantado sendos procesos de concertación con la población femenina colombiana para lograr la garantía en el ejercicio de sus derechos de manera integral.

Para la Mesa de Conversaciones, ésta ha sido para nosotros una constante preocupación. Y en este asunto en particular, cuando nos encontramos discutiendo precisamente el punto 3 de la Agenda General, Fin del Conflicto, se trata de mucho más que de una preocupación.

Ad portas de la firma de un Acuerdo de Paz estamos preparándonos para el escenario de la reconciliación. Y la reconciliación entraña el respeto por las ideas del otro, la erradicación del miedo y la disposición de dar, y también de recibir.

Por estos días tenemos muy presente en nuestras mentes el título de la Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, La Guerra no tiene Rostro de Mujer.

Sí. Son históricas e innumerables las imágenes y representaciones de los héroes, hombres valientes, agobiados por los rigores de la guerra, recibidos por sus esposas, madres e hijos que pacientemente esperaron hasta el fin, en cumplimiento de su deber.

Pocas son, en cambio, las de las mujeres que regresan de los mismos avatares, siendo recibidas por sus esposos, padres e hijos. Suele ocurrir en el imaginario que esa mujer, es la que ha abandonado sus deberes para ir a donde nunca ha debido estar. La que ha traicionado el cumplimiento de su deber.

Cuando Virginia Woolf responde la carta del señor que, en 1935, le preguntó cómo detener la guerra, ella le advierte que disparar ha sido un juguete y un deporte de los hombres en la guerra y en la caza, que la guerra para ellos es una profesión, que a los hombres y a las mujeres en esa clave especial los separa un abismo tan grande que ella duda si vale la pena hablar desde un lado de ese abismo para intentar que se escuche en el otro.

Es posible que Virginia Woolf hubiese reescrito algunas de esas líneas después de conocer a las mujeres que han saltado el abismo desde la orilla más árida, la de la guerra, hacia la orilla de un futuro, que suele ser también árido por la expectativa, la desconfianza y las inimaginables consecuencias que ha dejado la confrontación.

La valía de nuestras mujeres como ciudadanas no podría valorarse castrando su pasado como mujeres de guerra.

No pocos estudios de caso han abordado este asunto de la construcción de nuevos sentidos del género a partir de las historias de las mujeres que dejan la guerra para reasumir la vida civil, algunas veces como importantes lideresas para la reparación del tejido social. Son formulaciones de la feminidad capaces de interpelar las construcciones estereotípicas de la mujer pasiva, condenada a resistir sin rebelarse[1].

No quiere decir que una mujer sea más o menos femenina por haber ido a la guerra. Lo que quiere decir es que la construcción de su subjetividad y con ella la capacidad de las mujeres que en carne propia han vivido la guerra para intervenir en la refundación de identidades combinadas, se ve interferida por un tránsito permanente de su pasado a su presente, de su pasado a su futuro, que en muchos casos fortalece la conciencia ciudadana y el compromiso por remediar y armonizar colectivamente los dolores de la guerra.

Pensé durante días en las palabras correctas para agradecer esta oportunidad de aprender lecciones, de recoger señales, de revisarnos colectiva e individualmente en el espejo de las mujeres más inimaginadas, de las más lejanas al estereotipo occidental feminista.

En un mundo que aún se nutre de patrimonios culturales ancestrales y discriminatorios, enfrentarse a los estigmas que limitan el rol de la mujer a lo doméstico, lo sexual y lo reproductivo, al tiempo que se apuesta por la recomposición de la vida afectiva, familiar y laboral y por la reivindicación de la mujer como sujeto político, es tarea que exige enorme templanza y tenacidad.

Por eso, no puedo más que agradecer la fuerza de su memoria y la capacidad de convertir su pasado en ciudadanía para este ejercicio de permanente transformación. Esta oportunidad me permite reafirmar la convicción de que nadie debe entregar su pasado a vientos irremediables, que la identidad de una nación depende de la persistencia de la memoria y de su transformación en clave de futuro. Que nadie, en democracia, debe sentirse obligado a olvidar, que el deseo de la paz es que todas puedan ser mujeres plenas en la vejez por haber construido su feminidad desde donde a cada una le correspondió en libertad.

En la paz, en democracia, que la plenitud de nuestras mujeres sea absoluta. De nuevo, bienvenidas.

[1] N.C Niño Vega, De la vida militar a la vida civil de jóvenes excombatientes en Colombia, subjetividades en tránsito. Una aproximación dese la infancia, la juventud y el género, Flacso, México, 2014. Blair Elsa, y Londoño Luz Marina, Experiencias de Guerra desde la voz de las mujeres, Revista Nómadas, N.19, Bogotá, 2003.

Por Redacción Colombia 2020

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