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Maestros que llevan la paz a las aulas

El programa Aulas en Paz capacita a los maestros de manera virtual y con apoyo presencial de practicantes para la resolución de conflictos, la escucha activa y la democratización del aula.

Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
16 de febrero de 2018 - 07:30 p. m.
Ejercicio de Aulas en Paz en un colegio de Bogotá / Fotos cortesía Aulas en Paz.
Ejercicio de Aulas en Paz en un colegio de Bogotá / Fotos cortesía Aulas en Paz.

Esther Meneses lleva 15 años trabajando en el Colegio Distrital Alfonso López Pumarejo, en la localidad de Kennedy, en Bogotá. Es maestra de primaria y, por ello, dicta todas las clases, a excepción de Inglés y Tecnología. Dice que eso es bueno porque le permite conocer a los estudiantes integralmente, sin embargo, era difícil entenderlos, comprender por qué algunos eran agresivos, por ejemplo. Y tampoco se lo había preguntado, porque los profes, dice ella, naturalizan la agresión. “Es que los niños son así”, dice que piensan.

En esas iba hasta el año 2017, con un salón lleno de 35 o 40 niños de entre 8 y 12 años. Preadolescentes con niños más pequeños. Conflictos a la orden del día. Ese año apareció en su colegio el programa Aulas en Paz, una estrategia ideada por el profesor del Departamento de Sicología de la Universidad de los Andes Enrique Chaux en 2005. El grupo de investigación que lidera Chaux trabaja los temas de la educación para la convivencia, para la paz, prevención de la agresión y la violencia, y este programa se trabaja conjunto con la Corporación Convivencia Productiva.

Como una manera de capacitación en estos temas apareció el programa, que “busca brindar estrategias pedagógicas concretas para profesores, estudiantes, padres y madres de familia. La dinámica comienza con los profesores, que reciben capacitaciones sobre competencias ciudadanas, manejo del conflicto, clima del aula y promoción de empatía”, explica Chaux. Luego se hace acompañamiento en la implementación y se extiende a los acudientes de los niños.

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Desde 2017 la dinámica cambió un poco: las capacitaciones pasaron de ser presenciales a ser virtuales, gracias al soporte de la Fundación Telefónica. Además, este programa que ya había llegado a 50 ciudades intermedias de Colombia logró implementarse en 13 municipios más, siete de ellos priorizados por ACDI/VOCA y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional – Usaid –. En el Valle del Cauca el capítulo estuvo especialmente apoyado por Manuelita.

En la aplicación con los niños se desarrollan tres grandes competencias, las emocionales (que incluyen empatía y manejo de la rabia), las comunicacionales (escucha activa y asertividad) y las cognitivas (toma de perspectiva, consideración de consecuencias, generación de opiniones y pensamiento crítico). Esto es darle la vuelta al salón, es preguntarse qué alternativas tengo para solucionar un conflicto, es ponerse en el lugar del otro y tomar decisiones.

El trabajo regional, dice Rosalía Castro, de la Corporación Convivencia Colectiva, es estandarizado y eso da la sensación de red, de que se están desarrollando las mismas competencias en Mariquita (Tolima) y en Palmira (Valle del Cauca), por ejemplo. Sin embargo, sí hay retos específicos para cada zona, por los contextos son distintos.

“Hay lugares en los que el reto tendrá que ver con violencia urbana y con la criminalidad urbana o la presencia de pandillas. En otros lugares tiene que ver con conflicto armado, con desplazamiento forzado. Hemos aprendido que hay ciertas capacidades que se necesitan en todos los contextos, incluso en lugares que supuestamente no son tan vulnerables”, explica Enrique Chaux.

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Lo que dice es que el conflicto es conflicto, independientemente de dónde provenga. Y así, para la resolución es necesario ser empático, asertivo, considerar qué pasa si toma cuál decisión, qué alternativas hay.

Las barreras

“Cuando a uno le presentan un nuevo programa, inmediatamente piensa que es más trabajo”, dice Esther. Y es cierto, los profesores que, como ella, trabajan en colegios con contextos complejos, ya tienen muchas cosas de las que ocuparse. De hecho, en la zona en la que se encuentra su institución hay tráfico de drogas de uso ilícito. Incluso, en el mismo colegio, que tiene dos jornadas, dos sedes y preescolar, primaria y bachillerato, hay expendedores de drogas. Varios niños son de familias desplazadas y otros tantos vienen de Venezuela.

Entonces, la vulnerabilidad evidente en la que se encuentran sus estudiantes la llevó a pensar que era necesario aprender nuevas técnicas de resolución de conflictos. Además, no le representaba otra carga porque podía dedicar la hora de Ética a este tema.

Y empezó. Entró al curso y se dio cuenta de que había normalizado las agresiones, las intimidaciones o que no diferenciaba cuando podía ser un simple accidente. “A mí me llamó mucho lo atención porque eso era lo que yo necesitaba: manejar el salón creativamente, dar una clase sin tantas interrupciones. Además, porque la violencia doméstica es muy fuerte y con eso hay que lidiar. Con Aulas en Paz hice un alto, me di cuenta de que podía preguntarle a los niños qué les daba ira, por qué estaban molestos, era un espacio para reflexionar” cuenta mientras mira su libreta con sus apuntes del programa.

 Los “pequeños” cambios

El patio del colegio donde trabaja Esther es donde más se presentan problemas. Van desde la burla de un estudiante grande a uno pequeño que llega a los golpes. El manejo del patio es complejo, aunque siempre hay 6 o 7 profesores haciendo “guardia”. Pero ocurrió algo que ella no se esperaba.

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Los niños pequeños tienen un apadrinamiento de los mayores y un día, durante el recreo, dos padrinos tuvieron un problema que quisieron resolverlo haciendo que sus “ahijados” pelearan entre sí. Los demás niños empezaron a gritar que pararan, así no pelearon. Tal como lo mencionaba una parte de la cartilla de Aulas en Paz, recuerda Esther. Eso no lo había visto nunca.

Se sorprendió de la capacidad que habían adquirido sus estudiantes para enfrentar el conflicto, porque no se trata de evadirlo, de dejarse ni de pelear, sino de encontrar una manera de resolverlo sin violencia.

Asimismo, le ocurrió con una estudiante que tenía una muy mala relación con la mamá y algunas veces llamó a Esther para decirle que se había volado de su casa. Vivía en un barrio peligroso. Luego de la intervención de estudiantes universitarios que hacen sus prácticas académicas aplicando el programa en los colegios, la cosa fue diferente. Los padres y madres de familia se involucraron en el proceso y la relación fue mejorando.

Esther sonríe. Dice que su vocación como maestra le da muchas alegrías, pero también muchas tristezas. Que quisiera salvarlos a todos. Se pregunta qué pasará con sus niños cuando salgan de la primaria, de su curso. Y suelta un par de lágrimas. Pero se tranquiliza un poco porque sabe que ahora que tiene más herramientas pedagógicas para ellos, el panorama puede cambiar. Ella está trabajando por eso.

 

Por Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena

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