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“Vivir en Colombia me cambió la vida”: Embajadora de la Unión Europea

La diplomática Ana Paula Zacarías se va con nostalgia en la mitad de su gestión. Será la viceministra de asuntos europeos de Portugal. 

Gloria Castrillón / @glocastri
30 de julio de 2017 - 11:00 a. m.
Ana Paula Zacarías es antropóloga cultural y lleva 30 años en la carrera diplomática. Regresa a su país a ser viceministra de asuntos europeos. / Óscar Pérez
Ana Paula Zacarías es antropóloga cultural y lleva 30 años en la carrera diplomática. Regresa a su país a ser viceministra de asuntos europeos. / Óscar Pérez
Foto: OSCAR PEREZ

Cuando llegó a Colombia, en septiembre de 2015, la portuguesa Ana Paula Zacarías trajo maleta para cuatro años. Venía de Brasil y llegó con la expectativa de trabajar en un país que negociaba la paz en medio de la guerra. Sus dos hijos se alarmaron con el nombramiento, temían por su suerte en un territorio amedrentado por las bombas y el narcotráfico. Apenas un mes después, la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Federica Mogherini, nombró a Eamon Gilmore como enviado especial para el proceso de paz. Los dos, Zacarías y Gilmore, se convirtieron en los artífices del apoyo de los 28 estados miembros de la unión a un proceso de negociación con las Farc que solo producía desconfianza e incertidumbre entre los colombianos. (Vea: "Unión Europea aporta 2,3 millones de euros para proteger a líderes sociales y activistas")

Hoy, en una despedida llena de nostalgia por dos intensos años en este país de contrastes, Zacarías reconoce que Colombia le deja enormes lecciones para su vida personal. Por un momento deja aquella solemnidad en la que se escudan los diplomáticos para hablar de relaciones comerciales y políticas, y se emociona hasta las lágrimas hablando de su momento más feliz en el país: conocer el parque natural de Utría, Chocó; y también del más triste: escuchar los relatos de unas mujeres indígenas en Caquetá.  (Le puede interesar: "Un país unido que se imagina la paz: Ana Paula Zacarías")

Llegó a un país en guerra y deja un país implementando un acuerdo de paz.

Este es el reto más interesante que hemos tenido, ayudar a la construcción de la paz en Colombia. En medio de la guerra, nuestros laboratorios de paz aportaron una visión muy interesante desde la sociedad civil; cuando se desarrollaban los diálogos de La Habana se hizo la designación de Eamon Gilmore como nuestro representante especial en el proceso de paz; estuvimos apoyando la firma del Acuerdo y el día del plebiscito vino un grupo de parlamentarios europeos a acompañar ese paso. Con la firma del Acuerdo del Teatro Colón empezamos a ayudar en la implementación con la creación del fondo fiduciario, que se puso en marcha con el apoyo incondicional de todos los estados miembros.

¿Fue muy difícil conseguir consenso entre los 28 estados miembros para apoyar la negociación?

En el exterior hay una percepción positiva del proceso de paz, lo ven como una luz en medio de la oscuridad de otras situaciones dolorosas en el mundo. La idea de que se puede resolver un conflicto de 50 años con una negociación es apoyada por la comunidad internacional sin duda alguna. Es comprensible que en Colombia la gente vea con recelo el proceso. No es fácil abrir el corazón al perdón, no es fácil ver al enemigo como un amigo. Además, falta el Eln.

¿Antes del fondo se desembolsaron otros recursos? ¿Qué destacaría?

Antes de que se firmara el Acuerdo tuvimos un instrumento de respuesta rápida que nos permitió apoyar los proyectos pilotos de desminado humanitario entre el Gobierno y las Farc en Briceño (Antioquia) y Santa Elena (Meta). Era la primera vez en el mundo que las partes en conflicto se juntaban para desminar. Apoyamos la pedagogía para la paz, porque consideramos que la gente no entendía la complejidad de los acuerdos; apoyamos a Unicef en su trabajo con los niños y adolescentes que salieron de las filas de las Farc; y apoyamos a la justicia local, porque creemos que si salen las Farc de los territorios es necesario reforzar la capacidad de mediación de las comunidades a través de juntas de acción comunal.

¿Cómo va la ejecución del fondo fiduciario por 95 millones de euros?

Se firmó en diciembre de 2016 y hoy tenemos 15 proyectos aprobados. De esos, cuatro se están ejecutando ya en Meta, Chocó, Valle y Cauca, por un valor de 14 millones de euros. Otros 11 proyectos se iniciarán en octubre de este año en Nariño, Putumayo, Guaviare y Caquetá. También está nuestro apoyo a Humanicemos, la organización conformada por 1.200 hombres y mujeres de las Farc para el desminado. Nuestro aporte a este proceso de reincorporación, que también es de reparación, es en la formación de esas personas, que durará año y medio y estará a cargo de Eslovenia y Croacia.

¿Qué fue lo mejor de su gestión?

Lo más bonito fueron los viajes, hablar con niños, jóvenes, campesinos, indígenas, mujeres, escuchar a la gente. A veces no querían plata, solo que se les escuchara. Estuve en Chocó, Cesar, Urabá, Antioquia, Casanare, Arauca, Putumayo, Cauca. El gobernador de Cundinamarca me invitó a Soacha para ver cómo era el conflicto. Allí confluye toda la complejidad de la realidad colombiana, ese río de gente desplazada por la guerra o por la situación económica.

¿Un lugar especial?

Utría, en el Chocó. Es un cuadro deslumbrante de belleza natural. Vi el maravilloso trabajo de la directora del parque con un plan de ecoturismo de calidad. La mejor imagen fue en un ecohotel, al sur de Bahía Solano. Recuerdo que partimos de un lugar donde el río entra al mar, allí nos recibió una comunidad afro. Luego subimos por el río y de pronto aparecieron unos indígenas, la aldea… el paraíso terrenal. Lo mejor fue ver el potencial que tiene esa región.

Usted tiene fama de lograr empatía con la gente.

Vivir en Colombia me transformó la vida, significó un cambio personal. Entrar al territorio de los indígenas misak, que se hacen llamar cultivadores del agua, es algo místico, sentí una conexión con ese mundo más equilibrado. Es una pena que se esté perdiendo esa tradición, esa manera de respetar la naturaleza.

¿Un momento triste?

En una comunidad indígena en Caquetá hablé con una mujer que venía con un grupo desde el Guaviare, huyendo de las Farc porque se llevaban sus niños y jóvenes. Primero llegaron al Meta, pero los paramilitares los desplazaron porque los acusaban de ser informantes de la guerrilla. Y llegaron caminando a Caquetá, vivían debajo de plásticos. La mujer me decía: “nos quedamos sin hombres, se los han llevado o han muerto; quedamos nosotras, las que no se han prostituido, nos queda algo de fuerza. Mi papá es el cacique, tiene 80 años y quiere volver al Guaviare y no sé cómo decirle que tengo que enterrarlo en una tierra que no es la suya”. Ellos son hijos del viento y hablan con sus ancestros, ellos les decían a dónde ir, pero en ese momento se sentían perdidos, sus ancestros ya no les hablaron más.

¿Qué se lleva en su corazón?

Una enorme lección de resiliencia, de capacidad de sobrevivir sin perder la esperanza y seguir adelante a pesar de las experiencias horribles de gente que vio a sus familiares descuartizados, a sus hijos violados, que vivieron cosas indecibles y viven con esperanza y con voluntad de cambiar. Me gustaría que esa gente pudiese hablar más, que les den la voz, que las muestren en la televisión, de lo contrario solo queda el escepticismo. Me impresiona hablar con los campesinos, tienen una dignidad, una capacidad verbal de explicarse ellos mismos que no he visto en ningún otro lugar del mundo.

¿Cómo queda el acuerdo comercial entre Colombia y la UE?

Empezó a implementarse en momentos en que el precio del petróleo estaba bajando y Colombia necesitaba diversificar sus exportaciones, potenciar el sector agrícola. De un año a otro, aumentó en 200 % la exportación de uchuvas, aguacates, cacao y otros productos, ahora vamos a llevar las achiras. Colombia está buscando ser potencia gastronómica, es interesante que se den a conocer estos productos tradicionales.

¿Cómo va la cooperación bilateral que se realiza de manera independiente al proceso de paz?

Damos apoyo presupuestario al Gobierno y apoyo a la sociedad civil. Por ejemplo, al Ministerio de Agricultura le aportamos 59 millones de euros; al Ministerio de Ambiente, 21 millones; al Ministerio de Comercio Exterior, 32 millones; al Ministerio de Justicia, 7,5 millones, entre otros. Apoyamos, por cuatro años, políticas públicas que nos parecen interesantes y los desembolsos se hacen contra resultados, si no se cumple la meta no se entregan los recursos. Ahora vamos a apoyar la Unidad de Lucha contra el Crimen Organizado a través de la Fiscalía, la creación de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Para el futuro, apoyaremos al Kroc Institute, que hará el monitoreo al cumplimiento de todo el Acuerdo, y estamos entregando recursos a la Defensoría del Pueblo y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos para la protección de líderes sociales y def

Por Gloria Castrillón / @glocastri

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