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¿Qué hace falta para reconciliarnos?

En el marco de la Semana por la Paz, Colombia2020 y la Universidad Javeriana desarrollan hoy un conversatorio sobre los diferentes niveles de reconciliación que el país necesita. Paralelo al conversatorio, se desarrollará el Diálogo Escuela, Culturas y Paz.

Susana Noguera /@011Noguera
06 de septiembre de 2016 - 01:05 a. m.
Elías López, padre consultor para el Servicio Jesuita a Refugiados en Colombia. / Cristian Garavito
Elías López, padre consultor para el Servicio Jesuita a Refugiados en Colombia. / Cristian Garavito

Camino a la firma del Acuerdo Final de Paz entre el Gobierno y las Farc, el próximo 26 de septiembre, y de cara a la votación el 2 de octubre para saber si los colombianos refrendan o no lo pactado en La Habana, Colombia2020 y la Universidad Javeriana convocan hoy a un conversatorio que busca responder una pregunta clave en esta coyuntura: ¿Qué hace falta para reconciliarnos?

El evento se desarrollará, en el marco de la Semana por la Paz, en el auditorio Luis Carlos Galán de la Universidad Javeriana de Bogotá, a partir de las 8:15 a.m. Fidel Cano, director de El Espectador, le dará apertura y Gloria Castrillón, directora de Colombia2020, disertará con los panelistas invitados.

Ellos son: Alan Jara, director de la Unidad para las Víctimas; el general retirado Óscar Naranjo, plenipotenciario del Gobierno en los diálogos en Cuba; el padre Carlos Novoa, director de posgrados de la Universidad Javeriana; Gloria Cuartas, exalcaldesa de Apartadó, y Ángela María Robledo, representante a la Cámara por el Partido Verde.

Paralelo al conversatorio de Colombia2020, se desarrollará el Diálogo Escuela, Culturas y Paz, que busca responder la pregunta ¿cómo prevenir el resurgimiento del conflicto armado usando propuestas pedagógicas? Todo esto, teniendo en cuenta que Colombia es un país pluricultural y etnodiverso. El encuentro tendrá dos momentos. En el primero se desarrollará un diálogo entre experiencias internacionales y nacionales. Luego se ofrecerá un curso introductorio en la metodología Education for Peace, estrategia implementada en el posconflicto de Bosnica-Herzegovina. Los participantes recibirán un certificado por la International Education for Peace Institute y por la Pontificia Universidad Javeriana.

Elías López participará en este conversatorio. Es consultor para el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en temas de paz y reconciliación. Ha participado en proyectos comunitarios en diferentes países como Tanzania, donde acompañó una radio comunitaria con refugiados del genocidio de Ruanda, en 1994. El padre jesuita le contó a Colombia2020 cuáles son los retos para que Colombia logre una reconciliación profunda.

¿Cómo ha sido el trabajo del Servicio Jesuita para los Refugiados en Colombia?

El altocomisionado para la paz, Sergio Jaramillo, le encomendó a la comunidad jesuita trabajar la dimensión espiritual para la construcción de paz y llegar a las víctimas en los lugares apartados del país. Hay mucho dolor silenciado y una necesidad enorme de que alguien escuche ese dolor. Desde el año 2012, se ha desarrollado una experiencia piloto para acompañar a todos los afectados por el conflicto.

¿Una víctima cómo podría lograr la reconciliación?

Algo crucial para el proceso de reconciliación es poner a las víctimas en el centro del proceso de paz. El SJR tiene en su misión dividida en tres partes: acompañar, servir y defender. Acompañar es un elemento clave para lograr la reconciliación. Lo definimos por otro mecanismo tripartito: escuchar, escuchar y escuchar. Muchas veces uno se cansa de escuchar la misma historia traumática pero hay que tener una paciencia infinita porque las víctimas se lo merecen. Por eso se necesita una sociedad lista para escuchar.

¿Los victimarios se pueden reconciliar con la sociedad?

En unas de las cárceles del país visité a excombatientes. Había un paramilitar viviendo entre presos de un grupo armado revolucionario. Empezaron a vivir un proceso de reconciliación cuando, entre los barrotes, se contaban sus experiencias de vida. Luego pudieron salir de las celdas y apreciarse mutuamente como seres humanos. Para ellos eso significó un profundo ejemplo de esperanza.

¿Cómo explicarles a las personas que no se consideran violentas que también necesitan reconciliarse?

Un proceso de reconciliación profundo y maduro tiene que empezar por descubrir no solo la víctima en nosotros, sino también el victimario que tenemos dentro. En la medida en que reconozco que en mí también hay comportamientos violentos, que pueden ser en el mundo familiar o laboral, puedo empezar a solucionarlos. Va a ser muy difícil construir paz si cada colombiano no colabora con una dosis de reconciliación en su entorno social. Cada uno se debe preguntar ¿Yo qué hago con mi violencia? ¿Cómo me relaciono con el victimario que hay en mí? Si yo tengo una forma constructiva y empática de relacionarme conmigo mismo va a ser más fácil desarrollar una actitud empática con el victimario y la víctima externos.

¿Son los colombianos violentos por naturaleza?

No, pero la falta de reconciliación interna puede llevarlos a vivir de espaldas a las víctimas y a demonizar a los victimarios. Si no tengo una paz interna proyecto todo el mal en el victimario y lo aislo completamente. En la media que reconozco en mí el mal y me dejo sanar, podré perdonar a otro.

¿Cómo se puede trabajar la reconciliación en lo jóvenes?

En Colombia la matriz cultural es religiosa y cristiana y muchas veces la generación anterior ritualiza un sistema de valores y se lo quiere pasar a sus hijos y a sus nietos porque piensan que eso les ayuda a vivir reconciliados. Pero los jóvenes están pasando por un proceso de secularización. Ya no creen de la misma forma en que creían sus padres o abuelos. Lo que estamos planteando para que la reconciliación sea sostenible en Colombia es implantar, más que una religión, unos valores que nos ayuden a convivir con el otro. Por ejemplo, ir más allá de la negociación mercantilista en la que uno da en la medida en que el otro le devuelve. Hay que fortalecer la gratuidad. Dar sin esperar nada a cambio para que al final sea mejor para todos. La pregunta que nos debemos hacer no es de qué religión son los jóvenes sino ¿tienen capacidad de gratuidad?

¿Cómo definir el papel de algo tan abstracto como la espiritualidad en la reconciliación?

El perdón significa dar en exceso y para eso uno tiene que tener un fuente de amor y gratuito. Esa es la espiritualidad. Si uno encuentra esas fuentes en una tradición religiosa, bien, pero si lo hace en otras experiencias también es genial. Se trata de sumar, que más personas sean capaces de perdonar. Por ejemplo, si a los jovenes les gusta el arte, el deporte, los amigos, el ámbito familiar o la naturaleza y de ahí puede conectarse con su fuente de vida ¡fantástico! Eso es lo que facilita la reconciliación. Ante una muerte excesiva, como la que ha vivido este país, los colombianos se deben conectar con una fuente de vida excesiva.

¿Cuáles elementos le hacen falta a los colombianos para alcanzar la reconciliación?

Hemos visto que el amor por los hijos es la fuente de vida de muchas víctimas. Después de un tiempo de elaborar el trauma, ellas van levantando la vista y lo primero que ven son sus hijos. Empiezan a ver que darles educación y suplir las demás necesidades es más importante que seguir en el dolor. Eso las hace salirse de esa jaula del trauma y reconciliarse. Entonces vuelven a ser ciudadanos, con unos objetivos, capacidad de amar y de entregarse. A eso me refiero cuando hablo de fuentes de vida.

¿Qué otras experiencias ha encontrado a nivel internacional, que pueden ayudar a Colombia?

En Ruanda se crearon unas instancias de justicia transicional que se llaman Gachacha, que en lengua ruandesa significa “a nivel del pasto”. Se crearon porque el sistema de justicia de ese país colapsó y los victimarios pasaban cinco años en la cárcel para luego llegar a la misma aldea y convivir con sus victimarios. Como la cárcel no era suficiente para una verdadera reconciliación pusieron mediadores que ayudan a ambas partes en un proceso de reconciliación y restitución.

Una vez un victimario volvió a su pueblo después de cinco años en la cárcel. Allí se encontró con su víctima, una viuda con un hijo pequeño. Tiene un brazo paralizado a raíz del machetazo que le dieron. Después de pasar por una etapa de perdón y reconciliación la viuda le explicó al excombatiente que como él mató a su marido y ella quedó inválida, no tiene cómo cultivar trigo en su finca para darle de comer a su hijo. La medida de restitución que acordaron fue que el victimario debe cultivar el campo y recoger la cosecha cada año. La deja en la puerta de la casa de la viuda para que ella pueda mantener a su familia. Eso es llevar la justicia transicional del tratado de paz a nivel de las comunidades, de la cotidianidad. A nivel del pasto.

¿Cree que el proceso de paz entre Gobierno y Farc ha avivado el inicio de una profunda reconciliación? 

Sin duda. Yo llegué hace cuatro años a los equipos del Servicio Jesuita y en esa época hablar de reconciliación era imposible porque no se podía mencionar a los victimarios. ¿Con quién se iban a reconciliar? Para eso se necesitan al menos dos partes. Era imposible plantear esa posibilidad. Lo curioso es que las comunidades con las que trabajábamos ya estaban buscando la forma de resolver conflictos en los territorios. No se usaba la palabra pero la gente, por la necesidad de sobrevivir, cada día iba transformando sus conflictos territoriales como podía. Así que lo primero que hicimos fue concientizarlos sobre los pequeños actos que regeneraban los tejidos sociales.

Ahora que se va a implementar el modelo de reconciliación de las Naciones Unidas será más fácil. Todavía queda un camino largo por recorrer. Debemos madurar como sociedad porque la reconciliación muchas veces se entiende como impunidad. La reconciliación se debe entender como justicia transicional, la responsabilidad penal, la verdad, un verdadero diálogo social y un equilibro entre todas las partes. Eso lo entenderá mejor la siguiente generación.

¿Cuánto tiempo nos demoraremos los colombianos en reconciliarnos?

Algunos estiman que se demora una generación, es decir 25 años. Pero imagínate, en España todavía estamos experimentando unos coletazos de la guerra civil que acabó en 1939. Entonces, la pregunta es: ¿Cuánto se demorará cada colombiano en amar más y mejor?

¿Será que Colombia entrará en crisis social después de la firma del acuerdo de paz, como ha pasado en otros países?

En chino la palabra crisis está compuesta por dos caracteres: Uno significa peligro y el otro oportunidad. Lo cierto es que la crisis que ha vivido Colombia puede ayudar a los colombianos a crecer como sociedad, o también, cabe la posibilidad de que nunca salgan del círculo de violencia. La siguiente generación debe exigirle a sus padres que no les hereden la violencia. Deben ser contundentes, lanzarse a las calles si es preciso, pero no permitan que les hereden el odio. 

Por Susana Noguera /@011Noguera

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