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“Perdonar no es una obligación para las víctimas”, dice la hija de Jaime Enrique Gómez

Mientras el papa Francisco y la Iglesia Católica hablan del perdón como requisito para lograr la reconciliación, Diana Gómez, cuyo padre fue desaparecido en marzo de 2006, asegura que el perdón no se puede imponer.

Colombia 2020
10 de septiembre de 2017 - 08:00 p. m.
Diana Gómez es víctima del conflicto, pues es la hija de Jaime Enrique Gómez, el exasesor de Piedad Córdoba que fue desaparecido en marzo de 2006. /
Diana Gómez es víctima del conflicto, pues es la hija de Jaime Enrique Gómez, el exasesor de Piedad Córdoba que fue desaparecido en marzo de 2006. /

Diana Gómez es la hija de Jaime Enrique Gómez, el asesor de Piedad Córdoba que fue desaparecido el 21 marzo de 2006 en el Parque Nacional en Bogotá. Su caso sigue en la impunidad. Ella es una importante defensora de derechos humanos que tiene una consigna clara: a las víctimas no las pueden obligar a perdonar. Durante toda su carrera como antropóloga, en la que tiene un doctorado en la Universidad de Carolina del Norte (Estados Unidos), ha investigado sobre los efectos de la violencia en las víctimas. Su tesis doctoral, que ganó el premio de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, se enfocó en los procesos de politización y construcción de identidad de las víctimas de violencia en Colombia. (Puede leer: "El acto de perdón de un sector de la iglesia que busca el apoyo del papa")

En entrevista con Colombia 2020 Diana Gómez explicó que el perdón es un acto individual de las víctimas y que no es requisito para conseguir la paz. Sus puntos de vista van en contracorriente del discurso habitual que ejerce presión sobre las personas que han sido afectadas por la guerra para que perdonen a los perpetradores. No se trata de un sentimiento de venganza sino de crear espacios en los que distintas visiones y diferencias políticas puedan coexistir respetando la vida del otro.

¿Es indispensable el perdón para lograr la reconciliación?

Es importante que revisemos de manera crítica y propositiva la forma como enunciamos lo que se requiere para la construcción de la paz. Las palabras pierden fuerza de tanto repetirlas. En el caso del perdón y la reconciliación me parece fundamental preguntar qué significan para los distintos actores: grupos armados, las víctimas, el Estado, los medios de comunicación y la sociedad que no ha sido directamente golpeada por la guerra. ¿Acaso todos pensamos lo mismo sobre estas nociones? No creo, lo cual requiere sentarnos a compartir las visiones que tenemos para construir el tipo de paz que cada actor busca.

¿Cuáles son los riesgos de no tener claro qué es el perdón y la reconciliación?

En otros contextos, reconciliación y perdón han servido para consolidar las ideas de paz negativa, la paz light y la paz liberal, que en vez de responder a las demandas de las víctimas termina callándolas y manteniendo el mismo tipo de sociedad que gestó la violencia.

¿Usted cómo víctima del conflicto cree que el perdón es necesario para lograr la paz?

En mi caso, y en el caso de otras víctimas que buscan construir una paz transformadora, el perdón no es indispensable para la construcción de la paz. El perdón es un acto individual que no puede ser impuesto por nadie, ni por la religión, el Estado o la sociedad. En las visiones más dominantes sobre la construcción de paz y la justicia transicional el perdón termina siendo un acto impuesto a las víctimas.

¿Cómo así “un acto impuesto”?

Es como si el peso de la construcción de paz recayera en las víctimas. Como si se asumiera colectivamente que los sujetos victimizados y sus emociones fueran un obstáculo para la paz. Esto implica reproducir acríticamente visiones estereotipadas de las víctimas, que evitan comprender que son un colectivo diverso y complejo, y que también tienen posiciones diversas sobre la violencia, la paz, la reconciliación y el perdón.  

¿Es indispensable alcanzar la reconciliación para lograr la paz?

Hay que revisar lo que entendemos por reconciliación. Algunas preguntas que me surgen son: ¿qué se reconcilia? ¿Quiénes tienen que reconciliarse con quiénes? ¿Por qué? ¿Qué han hecho las víctimas para que recaiga en ellos la responsabilidad de reconciliarse? Considero que el peso que se pone sobre las víctimas es muy alto, y que la mayor responsabilidad en un proceso de reconciliación tiene que recaer en los actores armados, e incluso en la sociedad que fue indiferente a la violencia. La guerra se produjo porque hubo condiciones que la propiciaron, y estas hay que transformarlas.

¿Qué valor le da a ese concepto de reconciliación?

Vivimos en una comunidad que efectivamente se fracturó y que debe sanarse y reconstruirse. Esto implica un proceso de transformación de la sociedad que permita generar confianzas. Si hemos de hablar de reconciliación, yo prefiero la idea de co-existencia, como lo propone Juan Pablo Daza en su documental sobre el perdón, la reconciliación y las víctimas. El cambio cultural que necesita el país requiere transformaciones estructurales de la sociedad que incluyen las relaciones de poder, los imaginarios sociales y las condiciones económicas, sociales y políticas de los territorios.

¿Cómo coexistir para construir paz?

Colombia urge de la construcción de un pacto ciudadano en el que todos nos comprometamos a erradicar y sancionar la violencia como forma de hacer política, y de organizar las distintas dimensiones de la vida en sociedad y la vida cotidiana. La reconciliación no puede convertirse en una narrativa impuesta de un imaginario de nación idílica donde todos nos queremos y estamos de acuerdo en todo. Co-existir implica aprender a vivir con el conflicto. Ni la reconciliación ni la paz pueden hacernos pensar que el conflicto se va a erradicar, y que este es malo. La política es el terreno donde el conflicto se aborda, y depende del tipo de política, de democracia y de cultura que prioricemos que podremos desterrar la violencia de la vida cotidiana.

¿Qué papel juega la religión en la conceptualización del perdón y la reconciliación?

En algunas tradiciones religiosas el perdón es central a la vida cotidiana. Por una parte, el perdón se entiende como un acto de nobleza frente a quien ha hecho daño, y por otra como un acto necesario para quien ha experimentado dolor para poder sanar su pena. En el contexto colombiano me parece importante la segunda connotación de perdonar, pues implica asumir responsabilidad personal sobre los procesos de sanación y duelo. La primera connotación me parece riesgosa cuando se convierte en una obligación. Para mí se aporta más a la construcción de una paz cuando las víctimas se comprometen a no alimentar la espiral de violencia y se plantea que los crímenes de los que fueron objeto son imperdonables. Es decir, que deben sancionarse ética y moralmente.

Jaime Enrique Gómez. / Archivo particular

¿La reconciliación es solo entre las víctimas y los victimarios o quién más debería hacer parte de ese ejercicio?

Si la reconciliación tiene que ver con un proceso que permita que nos miremos a la cara y reconozcamos nuestra humanidad, y el deber de vivir juntos reconociendo las diferencias de pensamiento, la tarea es no solo entre víctimas y victimarios. La sociedad en su conjunto debe comprometerse en la construcción de una paz transformadora y estable, lo que significa que todos deben reconocer su responsabilidad en el mantenimiento de la violencia y su permisividad con la guerra y la acción de ciertos actores. También, la sociedad debe reconocer su indiferencia y la manera desigual como se relacionan con víctimas de la guerrilla, de los paramilitares y del Estado.

¿Cómo una víctima logra perdonar a su victimario?

Creo que es una respuesta que cada víctima debe responder y depende de su trayectoria de vida, de las experiencias que vivió y de sus creencias religiosas. Un perdón no puede pedirse ni darse obligado. En caso de que una persona responsable de la violencia pida perdón, debe ser un acto de reconocimiento de su responsabilidad, en el que debe explicar por qué sucedieron los hechos. El victimario es quien debería definir su propia sanción en caso de volver a cometer una acción violenta. Los actos de perdón deben evitar a toda costa la revictimización y reproducir las relaciones de poder desiguales

¿Sanar es condición para perdonar?

No sabría decir si sanar es condición para perdonar. De lo que si estoy segura es que sanar es condición para construir una paz transformadora. Las víctimas han experimentado mucho dolor y sufrimiento por años. Perder un ser querido, ser desarraigado del territorio, cambiar abruptamente las condiciones de su vida cotidiana y la afectación de procesos comunitarios y étnicos produce heridas muy fuertes. Cuando el dolor no se procesa detiene los proyectos de vida, porque es llevar a cuestas toneladas de ladrillos. Sanar implica hablar abierta y públicamente de las heridas, que están sean reconocidas por quien las lleva y por la sociedad en su conjunto.

¿Es posible que víctimas y victimarios puedan convivir en armonía en un mismo espacio?

Es posible que puedan compartir un mismo espacio. Pero para que esto sea duradero y contribuya a una paz transformadora se requiere que quienes han hecho uso de la violencia se comprometan a dejar atrás el poder que el uso de las armas les dio, reconozcan los hechos de violencia, contribuyan a la verdad y a la justicia.

¿Cómo ve la sociedad colombiana a las víctimas?

La categoría víctima es muy compleja. En Colombia existe un imaginario en el que a la víctima se le asocia con alguien que odia y es vengativo; y as u vez con alguien que es pasivo y está atascado en el sufrimiento. Con este último estereotipo se le despoja a la víctima de su carácter de sujeto político, y banaliza su sufrimiento. Además, en Colombia aún se restringe el uso de la noción a ciertos actores. Por ejemplo, se ha negado la condición de víctimas a quienes han estado políticamente afiliados con la izquierda, y en cambio se considera que la víctima por excelencia es aquella que ha sido objeto de violencia por parte de las guerrillas. Esto ha llevado a instaurar un trato desigual, con efectos que van desde el reconocimiento social y simbólico, hasta efectos relacionados con el acceso a la verdad y la justicia. Sin embargo, este imaginario no puede dejar a un lado que diversos sujetos victimizados se han organizado demandando verdad y justicia, y que desde allí le han apostado a una sociedad en paz respetuosa de la vida y la diferencia.

¿Es posible romper con la dicotomía entre víctima y victimario?

Es necesario reconocer que muchas personas han ido a la guerra porque se les obliga. Esto hace parte de una sociedad patriarcal militarizada. Además, la guerra ha sido alimentada por las desigualdades económicas y la falta de oportunidades. Entonces más que borrar la dicotomía víctima y victimario, considero que de lo que se trata es de comprender la diversidad de trayectorias de la victimización, y rastrear que hacen los sujetos con sus historias de violencia y exclusión. No todas las víctimas son iguales, ni piensan ni quieren lo mismo. En todo caso creo que reconocer que alguien fue victimizado y luego se convirtió en victimario, o al revés, no puede llevarnos a despojar de responsabilidad a quienes cometieron hechos de violencia.

¿Los victimarios de su padre le han pedido perdón ¿Los perdonaría si ellos lo hicieran?

Aún no conozco exactamente quiénes fueron los autores intelectuales y materiales de la desaparición y asesinato de mi papá. En consecuencia, no me han pedido perdón. Si lo hicieran yo no los perdonaría. ¿Cómo perdonar lo imperdonable? ¿Cómo perdonar el hecho de torturar a alguien, infringirle dolor, deshumanizarlo, privarlo de la libertad, del uso de la palabra, del disenso, del pensar diferente, de sus seres queridos y de la existencia? Yo no perdonaría. Pero en cambio, podría ratificar enfrente suyo mi vocación por la vida y la diferencia, mi persistencia por construir una paz transformadora y mi compromiso con alcanzar un mundo más digno y justo en los que ellos también estarán incluidos. 

Por Colombia 2020

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