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Partería afro, un don que se respeta, al alcance de la ciudad

Dentro de las acciones afirmativas que se adelantan en la ciudad, se han consolidado espacios para la libre prestación de los servicios de esta comunidad. Los quilombos pasan de ser centros de congregación a espacios de conservación de saberes. 

Mónica Rivera / Salua Murad
24 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
Hay ocho quilombos y se espera que sean 10, en Bogotá. / Cromos - Daniel Álvarez
Hay ocho quilombos y se espera que sean 10, en Bogotá. / Cromos - Daniel Álvarez

La primera vez que Mercedes Moreno asistió un parto tenía 11 años. Lo hizo junto a su abuela, una de las parteras matronas de la vereda Altagracia, que se encuentra sobre el río Atrato, en Chocó. Lo hizo porque, como su mamá y gran parte de sus antepasados, tenía la vocación para asistir los alumbramientos y la voluntad de aprender la sabiduría ancestral afro que su familia había logrado preservar.

Más que la voluntad, para estas mujeres prima la tradición de su comunidad. Si bien se trata de costumbres heredadas, para Martha Rivas, otra de estas mujeres afro, la partería es un don con el que se nace. “En la medicina ancestral no todo el mundo tiene esa habilidad de saber recibir a un bebé”.

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Es por ello que, tanto las matronas como las parteras afro, tienen un papel importante dentro de sus comunidades, pues no solo se encargan de los temas de salud, sino que guardan consigo el conocimiento ancestral de sus tierras. Ellas están ahí para atender a las madres, acomodar a los bebés, hacer los bebedizos con los que se reciben los partos y procurar por el bienestar de los recién nacidos, durante los primeros 40 días. Al fin de cuentas dan vida y, por consiguiente, no cualquiera recibe este título.

Ante esto, uno de los principales problemas de las personas afro que migran a otras ciudades por voluntad propia o desplazadas de sus territorios es que pierden este lazo con su cultura y sus raíces. De acuerdo con el subdirector de Asuntos Étnicos de la Secretaría de Gobierno, Eddy Xavier Bermúdez, las que más sufren son las mujeres, ya que en temas como los nacimientos hay creencias asociadas y arraigadas con el territorio. “El reto no era ver como estas comunidades se adaptan al ecosistema de la ciudad, sino que, independientemente, de quién habite la ciudad, logremos garantizarles derechos, identidades y espacios de participación que les permita alcanzar su mayor potencial”.

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En Bogotá, sin embargo, las parteras se han reapropiado de sus costumbres en los quilombos, casas que para los afro en Chocó representan centros de poder y que se crearon en la capital para mantener la sabiduría afro ancestral. Actualmente en la ciudad hay ocho y se espera que para el próximo año sean 10, en los que no solo se concentrará esta población, sino que también serán un espacio para la sabiduría indígena y gitana.

Rivas se encuentra en el quilombo de Kennedy. Allí prepara los aceites, a base de semillas, para atender a las maternas con problemas en las caderas; los bebedizos, para evitar que a los bebés les dé el mal de los siete días, y atiende a las madres afro que solicitan su cuidado. Ella acompaña los partos en casa, en los que solo pueden estar las abuelas y la partera, como le enseñó su mamá, conocimientos que también aplicó en el parto de sus sobrinos.

“Mi rutina en el quilombo es atender. Si la mujer va embarazada, explicarle cómo se van a tratar los próximos nueve meses sin salirse de la medicina occidental. Nosotros la ayudamos con los sobos para los dolores por el cansancio, se les arregla el bebé y se les dice que plantas tomar, para que no haya complicaciones cuando llegue el momento de dar a luz”, manifiesta Rivas.

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Por su parte, Mercedes se encuentra en el centro de atención a las víctimas. Allí las condiciones son diferentes, porque atiende a todo tipo de población. Es común que en un día le haga seguimiento al embarazo de una mujer afro y luego deba recibir a una mestiza por matriz caída. Son mujeres diferentes, que sabe que debe atender diferente.

Además, asegura que el problema del útero es muy común en las mujeres blancas. “Eso es porque nosotras cuando tenemos nuestros hijos nos fajamos, nos hacemos nuestros baños y bahos”, pero así mismo las mujeres afro tienen sus propias enfermedades. “La mamá hasta el año de haber parido puede morir, porque cuando la mujer tiene el niño, todos los poros quedan abiertos. Deben tener una dieta rigurosa, estar encerrada, muy cubierta y sin mucho ruido. Eso es algo que solo padecemos nosotras”.

Aunque tanto Rivas como Moreno tienen libertades para atender a sus pacientes bajo sus bebedizos y tratamientos, esperan que, además de la ampliación de los quilombos, puedan extender sus prácticas, pues si bien priman los conocimientos occidentales, el reto está en su conservación, ante la indiferencia de los más jóvenes por estas prácticas.

Por Mónica Rivera / Salua Murad

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