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Haciendo País

Los retos no escritos del posacuerdo

Rafael Grasa, columnista de Colombia2020, explica que los acuerdos de paz entre el Gobierno y las Farc permitirán centrarse en la mejora de otros retos y problemas como la desigualdad y la inequidad, la mejora de la presencia del Estado en muchas regiones, el crecimiento y el desarrollo económico.

Rafael Grasa*
03 de agosto de 2016 - 11:08 p. m.
Rafael Grasa es expresidente del Instituto Catalán Internacional para la paz.  / Óscar Pérez
Rafael Grasa es expresidente del Instituto Catalán Internacional para la paz. / Óscar Pérez

*Esta es una versión de la conferencia inaugural que dictó Rafael Grasa durante el Encuentro: La creatividad para construir paz que se realizó el tres de agosto de 2016.

 Todos y todas, y eso es clave, compartimos un anhelo común en clave de ciudadanía: acabar el proceso de hacer las paces y encaminarnos a un proceso, largo y complejo y fascinante, apasionante, construir paz en Colombia; es decir, lograr que los conflictos del futuro, que seguirán existiendo en todas las esferas de la vida social, se manejen siempre sin violencia directa, que la probabilidad de recidivas de violencia directa en la vida sean bajas o casi nulas.

Por decirlo de forma rápida, construir paz en Colombia significa erradicar la reproducción intergeneracional de la violencia política que el país arrastra desde al menos la guerra de los Mil Días y que ha hecho, por citar a James Robinson, que actualmente Colombia sea, todavía, un caso especial, a ese respecto en América Latina, merced a la presencia estructural y cronificada de violencia directa política, algo que fue habitual en la región tras la Independencia, pero ya no desde hace décadas.  Justamente por eso, sugirió Robinson en el título de dicho texto,  que, de no resolverse,  podría llevar al país a enfrentar, quizás, “Otros cien años de soledad”, de caso atípico. Y hoy sabemos que eso es, puede ser ya, con el trabajo de todos, muy poco probable. Colombia va a cerrar esa especificidad y va obtener altos dividendos sociales de la paz.

Lo diré, si quieren, de una forma aún más rotunda: lo que los acuerdos de La Habana abren, abrirán, cuando en unas semanas se cierren y luego sean refrendados socialmente e institucionalmente, es una ventana de oportunidad para el país, para la sociedad, para América del Sur y para todas las Américas, incluyendo la del Norte de gran trascendencia e importancia. .

Para el país. porque permitirá centrarse, al avanzar en la construcción de la paz durante los próximos diez o quince años, en la mejora de otros retos y problemas: la desigualdad y la inequidad, la mejora de la presencia del Estado en muchas regiones, el crecimiento y el desarrollo económico o, por ejemplo, en la esfera política, en los diversos componentes de la democracia que, pese a estar presentes en la Constitución de 1991, han sido poco desarrollados, como la democracia participativa y, sobre todo, el núcleo duro de toda democracia, la democracia deliberativa.

Subrayaré a ese respecto lo crucial de la democracia deliberativa, es decir, interiorizar y practicar constantemente prácticas de debate, de manejo del disenso y de generación de consensos. En sociedades que salen de un conflicto armado, las prácticas deliberativas se convierten en herramientas cruciales de transformación social, cultural, institucional… para erradicar la violencia directa. Sin capacidad de cambiar la vociferación por el debate, de generar diálogo, es decir,    intercambio de argumentos, resulta muy difícil resolver sin violencia los conflictos cotidianos, inevitables, puesto que un conflicto no es más que un debate entre partes que creen tener objetivos incompatibles respecto de algo o alguien. Esa es la gran ventana de oportunidad para Colombia, que tendrá, estoy seguro, un gran impacto en todas las dimensiones de la vida nacional.

Pero construir paz constituye, decía, también una ventana de oportunidad para la región, para América del Sur, para América Latina y el Caribe, para todas las Américas: el abandono de las armas por parte de las FARC-EP; y esperemos que en poco tiempo más con el ELN, supone cerrar un ciclo de violencia política vinculada al surgimiento de guerrillas que se inició hace décadas con el asalto al cuartel de Moncada. Y ese cambio no tiene sólo valor simbólico. Tendrá grandes consecuencias para la región y para todas las Américas que podrán centrarse plenamente en otros problemas, incluyendo otras formas de violencia directa de naturaleza no política. Y para el mundo que, en temas internacionales y de gestión de crisis humanitarias y de formas de violencia, tiene actualmente sólo una gran noticia positiva, haber alcanzado el punto de no retorno y el abandono bilateral del enfrentamiento armado en las conversaciones de La Habana. El mundo, y no sólo las élites y estadistas,  siguen con interés y está fascinado con los avances del proceso de paz. Como dije, buenas noticias en un contexto en general desfavorable y poco prometedor para los próximos años.

Hasta ahí, breves pinceladas sobre la importancia de lo logrado y las oportunidades y beneficios de lo que viene. Pero, pasando a lo sustancial, lo mucho  que puede venir no caerá del cielo. La paz, como la reconciliación, no se decreta ni se regalan, se construyen. Estamos llegando al momento en el que hay que pasar de hacer las paces – es decir de negociaciones políticas, con reglas acordadas y agenda limitada entre quiénes se han enfrentado con armas para llegar a acuerdos, negociaciones que siempre suponen toma y daca entre transacciones y transformaciones- a la construcción de la paz, una tarea que cambia los tiempos, pues dura entre diez y quince años, que cambia también los actores, la agenda, que implica al conjunto de la sociedad. Una tarea, por ende, que exige actuaciones concertadas, persistentes.

Por decirlo provocativamente, una tarea que si se quiere exitosa debe aceptar desde el principio que la construcción de la paz requiere ir mucho más allá de la implementación de lo acordado, sabiendo, además y en práctica comparada, que, tendencialmente no determinísticamente,  ninguno de los acuerdos de paz de los últimos treinta años ha tenido tasas de cumplimiento superiores al 75%. Lo más importante para construir la paz es el trabajo sobre lo no acordado, los retos no escritos del post-acuerdo.

En suma, construir la paz es una tarea que exige requisitos importantes: 1) buen diagnóstico sobre los retos y la forma de afrontarlos; 2) voluntad real de transformación para garantizar la no repetición y la mejora cualitativa; 3) valores y códigos éticos nuevos, diferentes; 4) creatividad, capacidad de innovación, de flexibilidad, porque nunca las hojas de ruta se comportan como fue previsto, ni en lo ordinario ni en lo extraordinario, y 5 ), finalmente, capacidad y voluntad de transformar procedimientos, procesos, formas de hacer, instituciones en el sentido sociológico de la palabra, pautas regulares de conducta y de relación entre personas.

Déjenme que brevemente me ocupe de estos cinco temas.

Primero, buen diagnóstico, porque no basta con buenas intenciones. El reto crucial, clave, es desterrar definitivamente la violencia política como forma de gestionar disensos y conflictos en Colombia, actualmente más presente en los territorios periféricos que en la capital. La buena noticia es que excelente trabajos de Comisiones de estudio de la violencia, empezando por la presidida por el  Padre Guzmán,  que no hay nada genético ni ambiental en las causas que explican su reproducción: es un fenómeno de naturaleza humana, socialmente construido, y, por tanto, perfectamente solucionable. La mala, que no hay consenso sobre cómo actúan las diferentes causas aducidas.

 No importa, la clave está en aprender a manejar los conflictos de forma no violenta, o lo que es lo mismo, hacer que el juego político se ocupe de lo realmente importante: manejar los conflictos y disensos sociales, económicos y políticos, generando consensos parciales que permitan la convivencia y el manejo de las diferencias sin recurrir a “soluciones finales”, eliminar físicamente al “otro”, al “diferente”.  En todo caso, creo sinceramente que no basta con cambiar el entorno político, hay que cambiar valores, procesos educativos, porque la cultura de la violencia que ha imperado tiene raíces sociales e incluso patriarcales.

El segundo requisito, un reto también estructural, supone desterrar del imaginario de la sociedad colombiana la idea de que basta con cambios epidérmicos, cosméticos y de pura apariencia, para resolver la gestión de los problemas de violencia directa, la desigualdad o la presencia insuficiente o patrimonialista del Estado. Evitar, en suma, la idea –habitual en la historia reciente de Colombia- de que basta con un pacto superficial entre élites y una transición superficial, lampedusiana, que todo cambie para que todo siga igual. Recuerden, desde Il Gattopardo de Tomasso di Lampedusa, que describe el cambio de una sociedad aristocrática a una burguesa, se llama lampedusiano al cambio que describen esas palabras que he pronunciado antes, que cambie todo pero que nada esencial se altere. Sin transformaciones, no hay éxito asegurado.

Y eso es importante porque detrás de los conflictos que pueden conducir a la violencia hay siempre incompatibilidades importantes. No, si todo sigue igual, al menos en gran parte, la construcción de la paz no será realidad ni en 2020 ni en 2030, pese a que el fin del conflicto armado con las FARC-EP sea en cualquier caso un gran avance. La Colombia post-acuerdo, la  Colombia 2020 y 2030, exige transformaciones reales y, por ende, creatividad, ingenio. Y no sólo me atrevo a pedírselo yo, recuerden que también lo hizo ahora hace un año el Papa Francisco, concretamente  a los jueces de Colombia, en carta dirigida al presidente de la Corte Suprema de Justicia en ocasión del XVIII Encuentro de la Jurisdicción Ordinaria, dedicado a “Justicia transicional, paz y posconflicto”: deben ustedes contribuir con coraje y creatividad a identificar soluciones que refuercen la paz y la justicia, les dijo.

Eso me lleva al tercer requisito, la importancia de fomentar valores nuevos, o al menos valores que sean interiorizados realmente, sentidos,  y que sean guía real de conductas nuevas. Los valores, la ética, tienen un papel clave, pero no basta con enunciarlos. Hay que demostrar coherencia entre lo que se dice, lo que se enuncia o predica y lo que se hace. Como han mostrado los sociólogos de la educación, el currículo  educativo más importante, en aras de la eficacia y de la eficiencia, de los resultados transformadores, no es el currículo oculto, sino el currículo oculto, el no explícito, lo que enseñamos con nuestro ejemplo.

Los valores serán claves en la construcción de la paz, porque están en el centro de la cultura de la paz, pero esos valores, nuevamente, no pueden decretarse, deben consensuarse, cultivarse y, ante todo, mostrarse con ejemplos coherentes. Y lo importante es que ya están en este país tan creativo, aunque no se conocen suficientemente, existen desde hace décadas centenares de experiencias exitosas de resiliencia, de construcción de paz, logradas durante el conflicto armado...

El cuarto requisito es la creatividad, la capacidad de innovación, que implica flexibilidad. Suelo decir en mis cursos que la actividad profesional más parecida a la de constructor de paz es la de aficionado al bricolaje. Se trata no de seguir la receta o la instrucción rígida, sino de ser capaz de improvisar y de resolver el problema no con lo dice el libro de instrucciones, sino con lo que uno tiene a mano. Por eso en construcción de paz es tan importante conocer muchos casos y ejemplos y saber, desde el principio, que cada caso es diferente, específico, justamente porque tiene mucho en común con otros.

Un investigador de la creatividad, Mihaly Csikszentmihalyi, señaló algo bien interesante, a nivel de creatividad individual, pero que podemos extrapolar a nivel colectivo, social:

“Cada uno de nosotros ha nacido con dos series contradictorias de instrucciones: una tendencia conservadora, hecha de instintos de auto conservación, auto engrandecimiento y ahorro de energía, y una tendencia expansiva hecha de instintos de exploración, de disfrute de la novedad y el riesgo (la curiosidad que conduce a la creatividad pertenece a esta última). Tenemos necesidad de ambos programas. Pero, mientras que la primera tendencia requiere poco estímulo o apoyo exterior para motivar la conducta, la segunda puede languidecer si no se cultiva”.

De ello, sostiene, se deriva que ambas tendencias deben ser cultivadas simultáneamente, pues, constituyen las dos caras de la moneda. Y, colectivamente, en Colombia se ha cultivado poco, en la esfera social y política, la segunda, la expansiva, la innovadora. Les dejo con un interrogante para la reflexión: es un tópico, acertado, decir que la paz en Colombia será territorial, pero ¿seguirá persistiendo la costumbre de preparar los proyectos territoriales desde la capital, o con reglas y transparencia, con un campo de juego compartido para todos los territorios, se les dejará innovar? 

También en la construcción de paz necesitamos pensamiento lateral, innovador. Como dijo Erich Fromm, la creatividad “significa considerar el proceso total de vida como un proceso de nacimiento, y no tomar cualquier estado de vida como un estado final. La mayoría de la gente muere antes de nacer plenamente. La creatividad significa nacer desde antes de que se muera”. En la esfera colectiva, eso supone hacer de la creatividad la punta de lanza, el ariete, que nos permita n crear y superar el pasado, con lo cual, de alguna forma, enterramos las ideas obsoletas y damos vida a un nuevo ser.

Por decirlo apelando a un conocido cuento, hay que dejar de hacer lo que hace el borracho que ha perdido las llaves de su casa y las busca constantemente debajo de un farol, que, preguntado por alguien que pasa a su lado por qué busca desesperadamente desde hace una hora ahí, le dice que es el único sitio con luz en la calle. Colombia tiene una gran oportunidad de encontrar nueva luz, de ampliar su horizonte de iluminación, pero para ello hay que ser creativo y abandonar la búsqueda debajo de los viejos fanales. Hay que ser creativo, arriesgarse, apostar con innovar, crear y ello es imposible sin transformar. Lo nuevo no lograr nacer nunca del todo sino se elimina, al menos en parte, lo viejo. El futuro exige siempre dejar atrás partes del presente.

Y ello, me lleva, para ir terminando, al quinto requisito, transformar los procedimientos, que, son, de hecho, la clave de la democracia en su sentido más genuino. Permitánme que cita al Alto Comisionado Sergio Jaramillo en su discurso en Harvard sobre paz territorial. Dijo algo crucial:

“la esencia de cualquier proceso de paz (…es…): facilitar la transformación de un grupo armado en un movimiento político en democracia. Pero en el caso de Colombia, que ha padecido en toda su historia la combinación de violencia y política, es mucho más. Es mucho más porque al marcar claramente la raya entre violencia y política, se estabiliza definitivamente el campo de la política: todo lo que juegue por las reglas, incluyendo la protesta social, incluyendo la oposición radical, es lícito y legítimo. Y todo uso de la violencia es simplemente eso: violencia criminal. Eso hará la política colombiana más rica y más democrática; y también más agitada y más contestataria. No hay que tenerle miedo a la democracia, hay que tenerle miedo a la violencia (S. Jaramillo).

Cambiar procedimientos y procesos supone eso, entender que en la nueva Colombia deben cambiar en toda la sociedad procesos y procedimientos para erradicar el recurso a la violencia directa, pero permitir al mismo tiempo que todo, sin violencia, sea posible, pensable, expresable y, por tanto, objeto de lucha social.

Construir la paz supone cambiar valores y procedimientos en tres grandes campos, lo que llamamos las 3 Rs: reconstruir lo que dañó la fase armada del conflicto, y a mejor; resolver, de manera no violenta, los motivos de incompatibilidad, las causas del conflicto; y, finalmente, reconciliar las personas y grupos sociales que se han enfrentado y sufrido el impacto de la violencia durante el conflicto, para que puedan compartir proyectos de futuro. La práctica comparada nos muestra que para hacerlo hay que transmitir unos mensajes básicos sobre lo que está en juego y lo que significa construir la paz: 1) que es tarea que exige tiempo y estrategias coherentes; 2) que demanda cambios y esfuerzos colectivos; 3) que requiere clarificar y entender que lo que puede esperarse a corto plazo difiere de lo esperable a medio y largo plazo; 4) que para que la paz se construya en los territorios, la descentralización debe ser una práctica real y no un atributo presente únicamente en la Constitución; y 5) preparar para superar, en cada territorio y ciudad, la escasa tradición de acuerdos o consensos amplios, inter-partidarios, inter-sociales, que vayan más allá de una legislatura y del sistema de gobierno indirecto y el pacto entre élites capitalinas y élites departamentales.

En  suma, negociar, acordar consensos a medio y largo plazo, manejar los disensos como parte del proceso deliberativo, será clave para afrontar las tres grandes fases de la transición o construcción de la paz en los próximos diez o quince años

Y eso es posible, viable, factible, está en sus manos, estoy convencido. Les dejo con dos guías para el viaje. Una, las palabras sabias de un poeta catalán, que recuerda que la paz no es una ráfaga de viento, sino una piedra en la que hay que esculpir, día a día, el esfuerzo de conquistarla.

La segunda, crucial, de un gran pensador colombiano del que he aprendido mucho, Estanislao  Zuleta, que dejó escrito:

“Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y de las diferencias, de su inevitabilidad y de su conveniencia, arriesgaría paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz….”

Colombia es un pueblo y una sociedad madura para la paz, pero ello exige recordar que la paz no supone la ausencia de conflictos, entendidos como disputas o antagonismos entre partes, sino manejo de los mismos sin recurso a la violencia. El objetivo debe ser erradicar la violencia política, y, además las otras formas de violencia directa.

*Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Barcelona, expresidente del Instituto Catalán Internacional para la paz y coordinador de su Programa sobre “Construcción de paz estratégica, seguridad humana y transformación de conflictos”. Ha sido profesor visitante de la Universidad de los Andes y de la Pontificia Bolivariana. Mail: rafael.grasa@uab.es

Por Rafael Grasa*

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