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Haciendo País

La paz en Colombia puede ser el Gran Relato Nacional

Una destacada artista explica cómo ayudar a pasar del país de la guerra y del narcotráfico a uno en el que la batalla sea por las ideas y en defensa de la diversidad cultural y la creatividad.

Patricia Ariza*
23 de diciembre de 2016 - 11:25 p. m.
 Los artistas  colombianos insisten en “el reconocimiento cultural del conflicto”. Imagen de la convocatoria de Doris Salcedo en la Plaza de Bolívar.  /  / Jhonatan Ramos
Los artistas colombianos insisten en “el reconocimiento cultural del conflicto”. Imagen de la convocatoria de Doris Salcedo en la Plaza de Bolívar. / / Jhonatan Ramos

“La cultura está hecha de las respuestas que los pueblos son capaces de dar a las crisis”. Amílkar Cabral, poeta africano.

Este proceso de paz en el que estamos inmersos es la oportunidad histórica, el salto social, político y cultural con el cual podremos, por fin, llegar a tener un relato común que nos identifique como nación. Hoy, ad portas de iniciar la implementación, se requiere otorgarles a los acuerdos de paz la dimensión cultural para que éstos adquieran sentido profundo de pertenencia y se arraiguen en el corazón de la gente. Los acuerdos nos involucran a todos y a todas porque son la posibilidad cierta para llegar a la justicia social, preámbulo imprescindible para la democracia.

Es importante que el Gobierno Nacional, la Comisión para la Implementación y las organizaciones sociales y políticas tengan en cuenta la cultura y el arte, que han sido temas olvidados. Es urgente retomarlos porque el conflicto en Colombia, además de social y armado, es cultural porque ha determinado modos de ser, de pensar y de actuar de las personas, grupos y comunidades.

La cultura es una construcción histórica, y como toda construcción humana es susceptible de transformar, pero también de ser transformada.Su construcción depende de los contextos, los tiempos, los lugares y las circunstancias. Pero también de los intereses de las clases sociales y de los poderes existentes.

En Colombia existe una cultura que deviene del humanismo y considera la paz como un bien común supremo. Y otra que propende por la guerra y la confrontación. Esta última forma parte de un modelo social que centra su discurso en concepciones tremendamente arcaicas. Por eso desvaloriza, en primer lugar, como pasó en el plebiscito, la condición de las mujeres y de la población LGBTI, defiende los intereses del latifundio y se opone a la restitución de tierras usurpadas por medio de la violencia. Sus intereses están concentrados en la acumulación por expropiación de las tierras de los campesinos, en el sometimiento de las mujeres, en la exclusión de la población LGBTI y en nociones atrasadas de la justicia basadas en el castigo y no en la reparación a las víctimas, plantean los acuerdos.

Los medios de comunicación, agentes culturales, han hecho parte de los grandes poderes y, por lo tanto, tienen responsabilidad en el conflicto.Desde allí se han construido matrices de opinión apoyadas por la dramaturgia de los seriados de televisión que van directamente a los sentimientos. Estas matrices han distorsionado los orígenes y el desarrollo del conflicto armado y social, y han minimizado las responsabilidades del Estado y de los grandes poderes económicos del campo y de la ciudad.

Podríamos decir que han seducido el imaginario de los colombianos y colombianas, y han producido una verdadera mutación cultural en una parte importante de la población a la que le han manipulado la sensibilidad y le han instalado en la cabeza ficciones de la guerra y de los acuerdos.

Los “fantasmas de la paz” se apoderaron del miedo colectivo en la gente despolitizada, al punto de hacerles creer que sus hijos se iban a volver homosexuales y las familias se iban a destruir con los acuerdos. Estas infamias, como está demostrado, fueron minuciosamente diseñadas en los laboratorios de opinión y convertidas en sermones de las iglesias y en discursos de los políticos de la derecha. El terror a la paz creció y todos vimos el resultado y estamos sufriendo los retrasos.

Este terror ha sido el producto de campañas culturales, de rumores y mentiras en los cuales se ha demonizado sólo a uno de los actores, las Farc, responsables sí, pero dentro de un espectro enorme de responsabilidades que las comisiones de la verdad entrarán a mostrar. Y no para iniciar una cacería de culpables, sino para reparar prontamente a las víctimas y construir entre todos y todas las condiciones para la no repetición de la guerra y de la violencia. No podemos estar condenados a seguir en este torbellino imparable.

La nueva etapa del proceso, que comienza con la implementación, representa el enfrentamiento con poderosos intereses económicos y políticos. Pero también la posibilidad de reconocer el acumulado de iniciativas, de las acciones y propuestas desde la cultura y el arte, que son, además de iluminadoras herramientas, imprescindibles si queremos situar la paz en el corazón de los colombianos.

Estamos viendo el comienzo de la repetición de prácticas criminales en los casos de los asesinatos recientes contra defensores de derechos humanos y dirigentes sociales y políticos, fundamentalmente vinculados a la Marcha Patriótica. Estos hechos, además de ser un crimen repetido, que nos trae una dolorosa recordación del genocidio contra la Unión Patriótica, son una pésima señal que está produciendo el rechazo internacional y la desconfianza en el proceso. Pareciera que el Gobierno no estuviera preparado para la paz.

Frente a estos hechos, consideramos impostergable, además de todas las medidas relacionadas con la seguridad y la justicia, valorar el imaginario para actuar positivamente en adelante. Por eso insistimos en el reconocimiento cultural del conflicto y en la necesidad de involucrar de una buena vez por todas la cultura tanto en la “batalla de ideas”, así como el arte y los artistas, en la sensibilización y transformación que la paz requiere para quedarse.

Es necesario trabajar en todos los frentes para despojar del imaginario las prácticas obsesivas de retaliación y de guerra, pero también combatir las ideas que las sustentan y se promueven desde la cultura. Son discursos basados en el odio, el racismo, la misoginia, la homofobia y la exclusión, discursos que se vuelven leyes, discursos que inciden en el modo de ser y en la voluntad de actuar. Basta ver las cifras aterradoras de la violencia contra las mujeres y la población LGTBI.

La manera de hacerlo es reconstruyendo desde el universo de los afectos y los sentimientos el tejido social roto por tantos años de guerra y de violencia. La implementación tendrá que contar entonces con los grupos y movimientos regionales y nacionales de intelectuales y de artistas.

No podemos olvidar que Europa se reconstruyó de dos guerras mundiales terribles, tan terribles que casi acaban con el mundo. Y lo hizo con la participación determinante de la intelectualidad, de las mujeres y de los artistas.

Ellas, porque fueron principalmente las mujeres y ellos construyeron no sólo las ciudades, que estaban en ruinas, sino también el alma de una Europa diversa que fue capaz de convivir con el socialismo. Con las manos levantaron las piedras de los escombros, pero con la cabeza y el corazón lanzaron ideas nuevas. Europa se levantó de manera formidable con la memoria de lo sucedido en la cabeza y el humanismo en el corazón.

Se crearon nuevas instituciones en el mundo para evitar por siempre la repetición. De allí surgieron las Naciones Unidas, para evitar nuevas conflagraciones; surgió la Unesco, para la ciencia, la educación y la cultura. Y se construyó la normativa internacional de los derechos humanos, para garantizar la No Repetición de otra guerra mundial.

Podríamos decir, sin equivocarnos, que la cultura colectiva y profundamente humanista nacida del dolor y de la memoria contribuyó a transformar estos países que estaban en las ruinas y a convertirlos, incluso, en potencias.

Mucho habrá que discutir sobre la distorsión posterior de estos estados, pero lo que es claro es el papel que desempeñaron los intelectuales, las mujeres y los artistas en la reconstrucción física y cultural de Europa. No podemos olvidarnos de los grandes movimientos de artistas que se la jugaron toda por un nuevo mundo y en paz.

Por eso decimos que la paz en Colombia puede ser el Gran Relato Nacional, y que, desde la cultura y el arte, podemos resignificar el salto tremendo que representa pasar del país de la guerra y del narcotráfico a uno de la diversidad cultural y de la paz. A un país donde los conflictos, al contrario de desaparecer, crezcan. Estanislao Zuleta dice que sólo un pueblo que está preparado para el conflicto está listo para la paz. Es que no es que abandonemos el debate ideológico, político, cultural y de género. Por el contario, la paz sería la posibilidad de ahondar en lo queremos ser como nación, en lo que anhelamos como pueblo y en la ruta de navegación que tomemos de aquí en adelante. El conflicto filosófico y cultural recomenzará con el gran relato.

Cabe señalar de manera especial el papel de las mujeres en esta etapa primordial. Tanto de parte de la insurgencia, como del Gobierno, así como de los sectores sociales y de las mujeres, han emergido poderosos movimientos con ideas iluminadoras sobre la construcción de la paz. Es que las mujeres han estado de manera determinante en la resistencia. Ellas han cargado con el duelo, con los niños y jóvenes, son la mayoría de la población desplazada, de las víctimas y también han sufrido el incremento de la violencia de género.

Es la primera vez que en un proceso de paz se incluye la perspectiva de género y eso merece una valoración importante. Esta perspectiva tendrá que ser un presupuesto para contribuir a transformar las prácticas patriarcales de la guerra y ayudar en la construcción de nuevas masculinidades afectas a la paz y a la justicia de género.

Como criticar un río es construir un puente, como decía Brecht, proponemos, como lo hemos hecho en las decenas de foros, inaudibles quizá de artistas, proponemos que se tengan en cuenta tres grandes ejecuciones.

Una, la de la itinerancia de los artistas con sus obras y talleres por el territorio; dos, la Universidad de la Paz, que las contenga a todas desde sus centros de pensamiento y saque las aulas a las veredas y a calles. Y, tres, la batalla, esta vez no de balas, sino de ideas, para que los lugares donde se ha condensado el conflicto se conviertan en centros del conocimiento, debate y creatividad. Y podamos llegar, más temprano que tarde, a una Asamblea Nacional Constituyente.

Para eso necesitamos un cambio sensible en la institucionalidad. Es hora de que el Gobierno se ponga el overol y entienda que afuera de las oficinas, de los funcionarios, la vida, la cultura y la paz fluyen, ¡carajo!

*Líder del movimiento Artistas por la Paz, directora del teatro La Candelaria y fundadora de la Corporación Colombiana de Teatro.

Por Patricia Ariza*

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