La historia del paramilitarismo en Colombia, según Ronderos

‘Guerras recicladas’, escrito por María Teresa Ronderos, es una obra periodística que aborda el hecho de cómo se formó y perduró por más de tres décadas este fenómeno en el país.

Christiam Chaparro - @christiamchapar
06 de noviembre de 2017 - 03:00 p. m.
Carlos Castaño fue el máximo líder de las Autodefensas Unidas de Colombia. Sobre este personaje, su familia y el terror que provocaron en todo el país habla Ronderos en su libro. / Archivo.
Carlos Castaño fue el máximo líder de las Autodefensas Unidas de Colombia. Sobre este personaje, su familia y el terror que provocaron en todo el país habla Ronderos en su libro. / Archivo.
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Entender la fisionomía del conflicto armado colombiano pasa por comprender el nacimiento y la incidencia de cada uno de los actores implicados en la guerra. Así pues, el libro ‘Guerras recicladas’, escrito por la periodista María Teresa Ronderos, es una pieza periodística que desentraña la más reciente oleada de paramilitarismo en Colombia.

A través de sus 381 páginas, el lector podrá, desde las autodefensas de Henry Pérez en el Magdalena Medio hasta las actuales bandas criminales; identificar los episodios, lazos y las responsabilidades que propiciaron a un fenómeno que asesinó a más de 220 mil personas.

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En el 2008, María Teresa Ronderos fundó con un grupo de periodistas VerdadAbierta.com, un portal especializado en la cobertura de los procesos de Justicia Transicional y en la investigación de las verdades del conflicto colombiano. Además, Ronderos es la actual directora del Programa de Periodismo Independiente de la Open Society Foundations. Ha trabajado con la Revista Semana, fue columnista del periódico El Espectador y ha sido ganadora de varios premios como el Maria Moors Cabot, Simón Bolívar, Rey de España y Lorenzo Natalí. En el 2014 María Teresa Ronderos fue galardonada con el premio a la ‘Periodista del año’ en los Simón Bolívar por su libro ‘Guerras recicladas’.

Colombia2020 dialogó con la periodista para conocer de fondo las verdades que saca a la luz pública su más reciente producción periodística sobre la más reciente oleada del paramilitarismo en Colombia.

¿A qué deviene el nombre de ‘Guerras recicladas’?

Cuando estaba terminando de construir el libro me di cuenta de que lo que estaba haciendo era responder la pregunta de por qué en Colombia se reciclan las guerras. En efecto, los mismos elementos que años atrás hicieron parte del conflicto armado colombiano, y que se desbarataron, terminaron rearmándose para generar otros escenarios bélicos. Por eso titulé este libro ‘Guerras recicladas’.

¿Cuáles fueron los momentos más importantes del paramilitarismo en Colombia?

El paramilitarismo fue un monstruo que tuvo varias cabezas. En los años 80 –su nacimiento– el paramilitarismo fue un fenómeno que, con el dinero del narcotráfico, comenzó a expandirse por todo el territorio colombiano. En ese orden de ideas, dentro de este grupo armado había partidarios que luchaban contra la extradición y otros que luchaban contra aquellos que percibían como subversivos. En efecto, esta máquina de terror apuntaba para ambos lados. Colombia nunca observó que este fenómeno tenía un objetivo político. ¿Cuál? La de asesinar cualquier brote que estuviera enfocado a realizar un cambio sociopolítico en el país.

Después, a finales de los 80 Fidel Castaño entra al paramilitarismo en Córdoba. Para ese entonces Castaño era un narcotraficante reconocido, y él puso su ejército al servicio de los paras que –como resultado– desembocó en nuevos asesinatos.

Luego viene la Constituyente en la que se descubren varios acontecimientos: los guerrilleros, luego de su desmovilización, tratan de convencer a los paramilitares para que entreguen todo y se sumen a ese momento de paz que se estaba viviendo en el país. Ariel Otero, y a varios paras originarios de este fenómeno se desmovilizaron, acataron estas palabras. Lastimosamente a todos ellos los terminan matando.

Por su parte, Fidel Castaño dice que también quiere hacer la paz. Se va para Córdoba a repartir tierras –con su modo peculiar de repartir tierras–, como diciendo que es hora de apagar los fusiles.

A los hechos mencionados anteriormente se le interpone la guerra contra Pablo Escobar, y es el Estado colombiano el que termina reclutando a estas fuerzas durmientes, para que se monten en el bus de la guerra contra Escobar. Estas máquinas de terror, luego de matar a Escobar, se ven tan poderosas que empiezan a copar nuevos escenarios sociales, y ahí es donde comienza una nueva oleada de paramilitarismo en el 97.

Usted en su libro desmiente la versión de que los paras nacieron producto del secuestro del padre de los hermanos Castaño por parte de guerrilla de las Farc…

Cuando observé las versiones de los hermanos Castaño con relación al secuestro de su padre encontré que eran relatos muy distintos. Uno admitía que Jesús Alberto Castaño González era un narcotraficante, otro decía que solo eran pobres campesinos de la zona rural de Antioquia y que, de un momento a otro, las Farc secuestraron a su padre y que como consecuencia de este hecho armaron un ejército para vengar la muerte de su progenitor.

En realidad, Fidel Castaño era un narcotraficante muy poderoso, dueño de propiedades en Medellín y varias organizaciones de Derechos Humanos lo habían identificado como autor de varios asesinatos de dirigentes políticos en Segovia. Luego de todo este prontuario delictivo fue que la guerrilla secuestró a Jesús Alberto.

Así pues, cuando llegó Carlos Castaño –para legitimar sus acciones– reconstruyeron una historia mal construida que sirvió para hacerle creer a Colombia que él era una víctima y que como respuesta tomó las armas para vengar la muerte de su padre.

¿La alianza entre los paras y parte de la élite colombiana sirvió para que este fenómeno del paramilitarismo creciera tanto?

No fue una alianza. Tengo la percepción de que fueron grupos –políticos y económicos– que se beneficiaron de esta máquina de terror, como fue el caso de la ‘parapolítica’, en el que obligaban a varias poblaciones a votar por tal candidato porque de lo contrario los asesinaban.

Hubo mucha gente de la clase alta que se opuso –como lo cuento en mi libro– a ser parte de esto y que, incluso, terminaron siendo víctimas. Ellos creían que esta no era la salida indicada para acabar con el conflicto armado colombiano.

En resumen, la alianza fue entre los paras y un grupo de individuos que creyeron que financiar grupos privados era la manera más efectiva de salir de la guerrilla. No obstante, esta gente no se dio cuenta de que con esto lo que hicieron fue profundizar la guerra. A medida que crecía el paramilitarismo, también crecía la guerrilla. En efecto, la tesis que planteaban de que el paramilitarismo iba a acabar con la insurgencia terminó siendo falsa. Todo lo contario. A más paras, más guerrilleros. Los dos bandos terminaron atacando a la población civil.

Vea también: En el Estado colombiano hay mucha negación sobre los paramilitares

Cuando Álvaro Uribe asumió la Presidencia de Colombia, ¿qué papel desarrolló para acabar con el conflicto armado colombiano?

Cuando Álvaro Uribe llegó al Presidencia de Colombia –en su primer mandato– ofreció a los actores implicados en la guerra una serie de beneficios. Uribe contempló estos actos desde la mirada de la rendición, y no en una negoción de paz.

En ese sentido, la guerrilla no aceptó esta condición, debido a que se encontraba en un estado en el que se sentía poderosa, luego de las fallidas negociaciones en El Cagúan. Por su parte, los paramilitares sintieron que podrían confiar en parar sus acciones, por el hecho de que estaban asustados porque el Departamento de Estado los Estados Unidos los había incluido en la lista de ‘Terroristas’ en el año 2001. Nunca imaginaron que esto iba a suceder.

En efecto, los paras entraron a un proceso de desmovilización y desarme –realizando varias trampas–, negociaron con el gobierno Uribe y comenzó una nueva etapa para Colombia, debido a que el número de secuestros y de muertos bajó de una manera exorbitante y, tras de eso, se conocieron muchas verdades que no habían salido a flote por la guerra.

Usted en su trabajo periodístico también aborda la conexión que hubo entre algunos miembros del Ejército colombiano y los paramilitares, ¿cómo fue esa relación?

En la primera etapa del paramilitarismo en Colombia hubo una política por parte de los militares de crear ejércitos privados, como una manera eficaz de combatir el comunismo. De hecho, si observas quiénes ocupaban los altos cargos en los grupos originarios de los paras te darás cuenta de que eran militares en función o retirados de la Fuerza Pública.

Así pues, hubo una convicción ideológica de los uniformados que habían sido entrenados por Estados Unidos en la Guerra Fría, bajo los preceptos de que había que eliminar al enemigo interno, que eran los comunistas, es decir, aquellos individuos que querían un cambio en la sociedad.

En ese orden de ideas, la dirigencia política nunca fue capaz de construir para las Fuerzas Armadas una nueva ideología en la que se planteara de que su función principal era salvaguardar a la población civil.

Pasó también que hubo grupos de militares que se corrompieron y, por razones del narcotráfico, terminaron trabajando con los paramilitares en varias regiones del territorio colombiano.

¿Cómo fue el cubrimiento de los medios colombianos frente a la expansión del paramilitarismo en Colombia?

Hubo medios valientes que se atrevieron a narrar lo que estaba sucediendo en el país. Todo el mundo estaba bajo una egida de censura, debido a que los paramilitares estuvieron amenazando y asesinando a los periodistas que intentaron investigar más sobre este fenómeno, como lo fue el caso de los reporteros que indagaron sobre la masacre de Maripirán, a quienes les tocó exiliarse en otro país.

Sin embargo, también hubo varios medios que se hicieron los de la vista gorda, ya que nunca registraron nada de lo que estaba aconteciendo y a los que, incluso, a través de sus editoriales, vanagloriaban las acciones de paramilitares reconocidos.

Los asesinatos de una monja, dos fiscales, un periodista y varios líderes políticos y sociales, los cuales son relatados en el capítulo ‘Los resistentes’, marcan el desenlace de quienes quieren una política transformadora en Colombia…

Ellos solo querían representar los intereses de la gente de su pueblo, pero el Estado colombiano nunca los protegió e incluso lo que hizo fue señalarlos como subversivos. Tal es el caso de la monja Yolanda Cerón, quien lo único que realizó fue buscar la manera de que las comunidades afros del Pacífico colombiano tuvieran sus tierras y, de esta manera, usar los beneficios que la Constitución les había otorgado para volverlas productivas.

Lea: ¿Se avecina el fin del paramilitarismo?

Por último, ¿cree que la guerra en Colombia vuelva y se recicle?

Hay una posibilidad enorme de que en Colombia la guerra no se recicle. Todo depende de que la política se renueve, y que existan nuevos cuadros políticos que no sigan enquistados en la corrupción, en la acumulación de la riqueza y en usar un lenguaje encaminado en atizar el odio. Colombia tiene una oportunidad de oro para reconstruir un país en el que quepamos todos los colombianos. Solo así podremos combatir a estas máquinas de terror para que no se renueven. De lo contrario, el país volvería al tiempo de las balas, al miedo y al desasosiego.

Por Christiam Chaparro - @christiamchapar

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