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Empresarias contra la pobreza en Cartagena

Treinta mujeres de los barrios periféricos Bicentenario y Villas de Aranjuez desafían la inequidad laboral y sacan adelante sus microempresas.

Susana Noguera /@011Noguera
03 de abril de 2017 - 01:49 a. m.
El 70 % de los empresarios beneficiados tienen un nivel de escolaridad hasta primaria. El 20 % son bachilleres y el 9 % son analfabetas. / /Gustavo Torrijos
El 70 % de los empresarios beneficiados tienen un nivel de escolaridad hasta primaria. El 20 % son bachilleres y el 9 % son analfabetas. / /Gustavo Torrijos

Ser mujer en Cartagena entre los 16 y 28 años significa tener menos probabilidad de encontrar un empleo que los hombres de esa misma edad. Ser mujer en Cartagena y nacer, además, en una familia de escasos recursos significa educarse sólo hasta quinto de primaria y quedar en embarazo, regularmente, antes de los 25 años.

No se trata de simples conjeturas, son los resultados de estudios hechos por el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas en Colombia (PNUD) entre los años 2014 y 2016. Además, según el informe Cartagena Cómo Vamos, casi el 30 % de sus habitantes viven con menos de $241.673 al mes. Estas cifras reiteran que las mujeres de esta ciudad están entre los grupos más vulnerables entre los vulnerables.

Las urbanizaciones Bicentenario y Villas de Aranjuez, a media hora del centro de Cartagena, han sido impulsadas por el Gobierno, la Fundación Julio Mario Santo Domingo y otras organizaciones, como el PNUD, para mitigar sus condiciones de pobreza extrema.

El megacolegio, las canchas de fútbol, los parques de plástico y las 18.000 casitas de 60 metros cuadrados, hechas de concreto y drywall, son prueba de ello. Proyectos que ayudan a reducir la vulnerabilidad de miles de familias, pero que no combaten la informalidad laboral que sigue siendo el gran desafío. De hecho, la informalidad en la capital del departamento de Bolívar, según la última encuesta, es del 57 %.

Alejandro Cáceres, quien trabaja en el Área de Reducción de Pobreza e Inequidades del PNUD, explica que Cartagena es una de las ciudades del país con ingresos per cápita más bajos, pero, al mismo tiempo, es una de las ciudades más caras. A eso se añade que el 36% de los jóvenes no trabajan ni estudian. “Eso genera una gran masa crítica que puede ser fácilmente captada por grupos armados ilegales o bandas de microtráfico”, asegura Cáceres.

Con esta realidad se encontró Élida María Gómez cuando llegó desplazada de Necoclí (Antioquia). Le habían matado a su papá y dos hermanos. “Nos vinimos con los cadáveres para enterrarlos acá. Estuve en shock como un año. Sentía que me iban a llevar a los tiburones, que me iban a desaparecer”, cuenta ella, una mujer morena y menuda, mientras aprieta las manos. En Necoclí era auxiliar de enfermería, pero al llegar a Cartagena no encontró trabajo en su profesión.

“Sentía que me desmoronaba por dentro. Me habían quitado lo que yo más amaba. Un padrino me llevó a la psicóloga y lentamente fui reencontrando el sentido”. Consiguió un empleo seleccionando fruta y estuvo trabajando allí por siete años. Pero un problema en la columna la obligó a retirarse. Un día, mientras caminaba con sus perros por el barrio, le llamó la atención un montón de botellas de plástico que estaban tiradas en un esquina. “Me di cuenta de que tienen una figura y que yo podía sacarla. Comencé a recoger y recortar”, cuenta.

El proceso fue completamente autodidacta. Experimentó con diferentes pinturas, pegantes y estilos de cortes. Ahora crea macetas, móviles, llaveros, cortinas y lámparas con materiales reciclados. Luego de unos meses trabajando con el proyecto, el PNUD le propuso empezar un proceso de consultoría con expertos en mercadeo, finanzas y contabilidad para mejorar la administración de su negocio. Con estas capacitaciones logró aumentar sus ventas en un 85 % en seis meses.

Élida María Gómez hace parte de un grupo de 42 beneficiarios de los Programas en Beneficio de las Comunidades (PBC) de asentamientos sostenibles, que lidera la multinacional española de explotación de hidrocarburos Repsol con apoyo del PNUD, para fortalecer proyectos productivos como proveedores de artesanías, ropa y otros productos.

De ellos, 30 son liderados por mujeres. Esto no fue fruto de un sistema de cuotas por parte del PNUD; simplemente abrieron convocatorias y la mayoría de las que se interesaron fueron artesanas, costureras y mujeres con pequeños negocios.

Arleth Tobías, una de las beneficiarias, dedicada a coser ropa de cama y uniformes para empresas, explica que esto se debe a la inequidad que hay hacia la mujer en el mercado laboral. “Los horarios en las empresas no están pensados para nosotras, las mamás cabeza de hogar. Debemos trabajar de 8 de la mañana a 6 de la tarde y eso implica perdernos la crianza de nuestros hijos”, explica.

Indira Solar, consultora del programa, explica que las mujeres deben enfrentar decenas de barreras en el mundo laboral antes de ingresar a un trabajo. “El solo hecho de salir de la casa es toda una hazaña porque culturalmente les asignan todos los trabajos domésticos. A eso se le suma un muy bajo nivel de escolaridad, pues las familias de escasos recursos muchas veces eligen educar a los hijos hombres y muchas mujeres no superan la primaria”.

A esto, agrega Alejandro Cáceres, se suma que las mujeres tienen más dificultades para que se les otorguen préstamos y accedan al sistema financiero, “a pesar de que se ha comprobado que son más juiciosas a la hora de pagar”.

La respuesta que han encontrado a estos problemas es apostarles a proyectos productivos sostenibles, es decir, que les ayuden a salir y mantenerse fuera de la pobreza. Esto no sólo significa proveer las condiciones físicas y financieras para que el negocio prospere, sino también hacer un acompañamiento social que les permita adueñarse de su destino económico y familiar.

Eso ha sido vital para la empresa de Shirly Roca, quien lleva siete años elaborando muñecas artesanales y lencería para bebés. En seis meses no sólo ha logrado duplicar sus metas en ventas sino que les da trabajo a su esposo y a otras dos mujeres del barrio. “A futuro me imagino mi proyecto muy grande. Mi sueño es tener una academia para dictar cursos de artesanías, porque así como yo, hay muchas mujeres con familias grandes que necesitan apoyo para salir adelante”, concluye.

Por Susana Noguera /@011Noguera

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