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“El día que dejé las armas”. Relatos de tres excombatientes

Tres excombatientes de las guerrillas del M19, Quintín Lame y ELN, cuentan cómo fueron sus procesos de desarme el día que cesaron el fuego para siempre, como lo acaban de pactar el Gobierno y las Farc después de 52 años de guerra y cuatro de negociación. Las experiencias de los que se desmovilizaron en el pasado, son ejemplo para los guerrilleros que hoy regresan a la vida civil.

Redacción Colombia 2020
29 de agosto de 2016 - 04:21 a. m.
A partir de las 12 de la noche del domingo pasado quedó decretado el cese al fuego bilateral y definitivo entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc, tras 52 años de confrontaciones. / Archivo.
A partir de las 12 de la noche del domingo pasado quedó decretado el cese al fuego bilateral y definitivo entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc, tras 52 años de confrontaciones. / Archivo.

“Fuimos una guerrilla pobre”

María Deicy Quistián entregó las armas el 31 de marzo de 1991, tras más de seis años enrolada en la guerrilla indígena Quintín Lame.

“La conquista fue recuperar muchas tierras de las comunidades indígenas que habían sido usurpadas por los terratenientes, pero al día siguiente que firmamos la paz y dejamos las armas, nosotros, los que habíamos dado la vida en esa guerra, sólo teníamos tierra en las uñas.
La tarde anterior al día de la entrega de los fusiles quemamos los últimos cartuchos, posamos para periódicos y a la madrugada hubo alborada. Casi nadie durmió. Como a las 3 de la mañana empezamos a alistar la maleta: el arma y algo de ropa, nada más teníamos. Luego salimos al campamento donde sería el acto para sellar el proceso de paz. Sonó el himno de Quintín Lame, sonó el himno nacional, todos formados disparamos al aire y escuchamos el fin: rompan filas. Me quité la boina, deje el revólver y me senté a llorar.
Miraba a los compañeros y decía: cuántos de ellos irán a quedar, a cuántos nos mataran como a Pizarro. Sentía que tenía tres hijos y que no sabía qué iba a pasar con sus vidas. Si yo quedaría para contarles esta historia.
Carabinas, R15, pistolas, revólveres, todas esas armas que conseguimos en combate, cuando nos aliamos con el M-19 e hicimos operaciones conjuntas, quedaron sobre una mesa. Todo eso teníamos, pero en realidad fuimos una guerrilla pobre, aunque con unos ideales propios y claros. Mucha de nuestra gente no quiso firmar el acuerdo, porque sentían desconfianza de lo que pudiera pasar. Lo hicimos sólo 178, pero nadie se quedó con un solo tiro.
Esa tarde llovió. Recogieron las armas. Gildardo, que era el comandante y también mi esposo, se subió a un helicóptero y el resto nos fuimos en unos buses que había contratado el gobierno de César Gaviria. Llegamos a un hotel en Popayán y la angustia de estar en la ciudad llegó. Ya el monte no estaba. Teníamos que comprar la comida, la dormida, el agua. Ahí finalmente entendimos que la guerra había terminado, pero que la lucha continuaba.
Es que el 31 de marzo de 1991 entregamos unas armas, pero no nuestra ideología. Seguimos al servicio de las comunidades, luchando con ellas donde quiera que estén. Seguimos, desde la movilización social, luchando por unos derechos que siguen siendo una deuda histórica con los pueblos indígenas de Colombia”.
 
La paz es la mejor revolución
El 9 de abril de 1994, guerrilleros de la Corriente de Renovación Socialista del Eln firmaron un acuerdo de paz con el gobierno del presidente César Gaviria. Luis Eduardo Celis hizo parte de esa desmovilización.
“Participé del mundo social y político influenciado por el Eln desde 1980 y hasta 1992. Cuando surge la CRS como una organización procedente de la separación del Eln, en 1991, con una crítica a la viabilidad de la acción política con armas.
El día de la dejación de las armas la experiencia fue un poco diferente a la de muchos compañeros. El 9 de abril de 1994 estaba en Barranquilla con mi familia. No estuve en Flor del Monte (corregimiento del municipio de Ovejas), donde se hizo el acto simbólico de dejación, pero sí recuerdo que estaba muy feliz porque creía, y todavía lo sostengo, que se puede dar una transformación social profunda desde la legalidad.
Para mí fue muy impactante la Revolución sandinista, lo que hizo Nicaragua en el año 79. Pero en los años 90 me empecé a dar cuenta de que la lucha armada es una estrategia ineficaz. Estuve compartiendo el alzamiento armado desde los 15 hasta los 27 años y comprendí que no teníamos ninguna probabilidad de dar el giro histórico que queríamos a través de la violencia.
Era una disputa marginal, no respaldada y alejada de la mayoría de los colombianos. Con esa conclusión llegué a la época de la dejación de armas y por eso fue un tránsito mucho más fácil. Sé que para los que hacían parte de la estructura armada fue más difícil, tuvieron que cambiar radicalmente su vida. Para cada guerrillero fue diferente.
Los meses siguientes estuvieron llenos de trabajo para ver cómo nos íbamos a expresar políticamente. Me dediqué a orientar jóvenes excombatientes que no pudieron regresar a sus pueblos de origen porque la violencia continuaba.
Los ayudamos como hoy en día lo hace la Agencia Colombiana de Reincorporación (ACR). Apoyamos a cerca de 30 jóvenes y creo que fue un trabajo exitoso gracias a que teníamos un liderazgo sólido y el apoyo del Estado. Hoy, muchos de ellos son líderes sociales, políticos y ciudadanos que impulsan la transformación. Algunos murieron, sobre todo los que se quedaron en Córdoba y otras regiones del Caribe. Allá la violencia continuó y el paramilitarismo hizo de las suyas.
El nuestro fue un proceso menos complejo que otros. Primero porque aprendimos de otros procesos de desmovilización, como el del M-19 en 1990 y los del Epl y Quintín Lame en 1991. Además hubo un liderazgo sólido. León Valencia, Antonio Sanguino, Fernando Hernández, José Aristizábal y otros ayudaron a que el proceso fuera más completo. La corporación Nuevo Arco Iris también fue vital para hacer la reinserción de excombatientes. A eso se sumaron los recursos del Estado. Éramos pocos comparados con otros grupos. La lista de excombatientes no superaba los 700, de los cuales sólo 250 habían empuñado un arma. Eso hizo que el proceso de readaptación fuera menos complejo. Muchos de esos jóvenes se metieron a estudiar y hoy son líderes, porque esa es su vocación.
Durante los últimos 25 años he comprobado que el concepto de la revolución armada está agotado. En esa época la dejación de armas del M-19 fue un campanazo para nosotros, nos influenció a iniciar el proceso. Ahora las Farc están a punto de dejar las armas.
Valió la pena acompañar la paz de los años 90. Es cierto que esta es una democracia llena de falencias, pero hay que transformarla de una manera democrática y civilista”.
 
“Dejar las armas fue liberador para mí”
Vera Grabe, exintegrante del M-19, dejó las armas el 8 de marzo de 1990.
“Dar el paso de dejar las armas es un momento difícil porque es dejar un instrumento que te ‘da poder’, y lo pongo entre comillas porque después descubres que la paz es un poder muy grande y que las armas son un símbolo. El proceso del Eme tuvo varias crisis y lo que marcó el rumbo a la paz fue la decisión de atreverse a dejar las armas. En ese momento era una herejía, no estaba en el imaginario de la guerrilla, y por eso hubo votaciones y pedagogía interna para entender qué significaba dar ese paso.
El día que se firmó la paz en Caloto había un ambiente de nostalgia, no sólo por las armas, sino porque se trata de dejar atrás a una familia, una forma de vida, una tribu, a todos se nos escurrió una lágrima. Cada quien lo vivió a su manera, pero para mí ese instante fue tremendamente liberador. Significaba recuperar a la familia, a los amigos, caminar por el centro. Viví muchos años haciendo trabajo clandestino, ese día sentí que tenía las manos libres.
Al momento siguiente de dejar las armas, la pregunta que surge es ¿quién soy yo? Hay una dificultad de pensarte a ti mismo, pero al mismo tiempo es una oportunidad de recuperarte, de ser persona. Es difícil enfrentar eso de pagar impuestos, los servicios públicos, de saber que ya no soy sólo un colectivo, sino que soy una persona.
Para mí fue liberador y las libertades implican dificultades, mirarme a mí misma y pensar en lo que yo quería. No significa que no pensara eso en la guerrilla, pero ya no hay un grupo detrás, estás tú solo.
Pensamos mucho en el ritual para el acto de dejación, hubo un diseño muy cuidadoso, queríamos que quedara claro que era dejación y no entrega. Se hizo el inventario, se dispararon los últimos cartuchos. Es muy importante esa última orden de los comandantes: “Oficiales de Bolívar, rompan filas y dejad las armas”. Después viene firma y el acto protocolario. Esas armas se las llevó un helicóptero a la siderúrgica para que no pasaran por manos del Gobierno y de los militares.
Al día siguiente se enfrenta una nueva realidad: nunca más vas a volver a una formación, no le tienes que rendir cuentas a un comandante. Aunque siempre queda algo de eso, pero hay que sacarse las charreteras de adentro, quitarse las botas y desmontar la estructura.
Ese proceso fue muy novedoso. No existía la palabra reinserción. Quedaron muchas lecciones: entender que la reinserción es de todos, que el excombatiente llega a una comunidad donde existe violencia, injusticia, pobreza y hay que adaptarse. Fue un error pretender que se podía convertir en empresarios a todos los guerrilleros, aunque hubo algunas experiencias exitosas. Otra es el cuidado de saber qué pasa con la fuerza combatiente y no sólo con la comandancia.
Los mayores logros fueron en el tema educativo, hubo cuidado de validar la experiencia que se traía, no sólo obtener un título sino la posibilidad de actuar en comunidad. También aprendimos que la dinámica política requiere estrategias de largo plazo.
Se hizo un balance después con los excombatientes y ellos destacaron, además del tema educativo, la posibilidad de rehacer la familia.
Yo no dejé armas, porque en ese momento estaba clandestina, haciendo vueltas, hablando con Gabo y otra gente. Estuve en Caloto, pero al otro día había elecciones, yo era candidata, no tenía cédula y debía dar un discurso en la Jiménez con Tercera, al lado de Pizarro. No tuve tiempo de pensarlo. Salí electa como única mujer, obtuve la mejor votación, pero después me tuve que enfrentar a esa gran expectativa. Todo el mundo esperaba mucho de mí, creían que yo iba a cambiar el Congreso”.

Por Redacción Colombia 2020

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