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Cartas sobre la marcha final, por Mauricio Jaramillo

Jaime Alberto Parra, conocido como "Mauricio Jaraillo" o "El Médico", miembro del Secretariado de las Farc, cuenta cómo ha vivido el traslado a la zona veredal donde dejará sus armas. 

Colombia2020
09 de febrero de 2017 - 09:31 p. m.
Jaime Alberto Parra, o 'Mauricio Jaramillo'. /Archivo Particular
Jaime Alberto Parra, o 'Mauricio Jaramillo'. /Archivo Particular

Me encontraba atendiendo compromisos del orden interno en el Yarí (Caquetá), cuando recibí comunicación confirmando el acuerdo de cese bilateral y definitivo de hostilidades en La Habana.

Aquel 23 de junio, nos reunimos un considerable grupo de guerrilleros a la expectativa de los hechos. Agolpados frente al televisor, vimos desde el principio y con especial atención aquel suceso histórico. Al finalizar el evento, me puse de pie motivado por una sensación de difícil descripción y con vehemencia les dije: “Bueno compañeros, se acabó la guerra”.

El alcance de esa expresión es de incalculable magnitud, cuando se trata de advertir el punto final de una recrudecida confrontación armada, sostenida a lo largo de cinco décadas, donde el Estado colombiano, motivado por el afán de preservar privilegios de clase, emprendió una guerra sucia contra todo aquello que pareciese ser de izquierda, estigmatizando, persiguiendo e incluso asesinando a todo un partido político.

Al unísono, promovió y formó grupos paramilitares, mientras fortalecía numérica y tecnológicamente su pie de fuerza oficial, imponiendo las peores condiciones de asimetría, las cuales, a pesar de que nunca nos desmoralizaron, marcaron el día a día de nuestros combatientes.

Aquí estoy, juntos a ellos, luego de enfrentar por más de 30 años los más inverosímiles episodios bélicos, muchos de los cuales aún tengo presentes.

De seguro sobreviví, entre otras cosas, por el temple sereno de mi personalidad, ya que ante la adversidad siempre he preferido la calma. Y no se trata de una actitud adoptada en la guerrilla, pues desde muy joven me caractericé por escuchar, analizar y luego tomar decisiones.

Soy un revolucionario de convicciones firmes, tan impetuoso como aquel día que me hice guerrillero de las Farc, convencido de la justeza de su lucha, asumiendo propias las reivindicaciones del pueblo, dispuesto a entregar hasta el último aliento transitando los caminos de la utopía junto a invaluables hombres y mujeres, forjadores de sueños, arquitectos del futuro.

Lejos de ser un nostálgico de la guerra, procuraré conservar los mejores recuerdos y las más significativas anécdotas de la cotidianidad guerrillera.

Por ejemplo, la dinámica del conflicto obligaba al permanente movimiento de las unidades, emprendiendo aquellas largas travesías entre páramos, sabanas y la colosal cordillera oriental. Hermosos paisajes de agrestes geografías que tantas veces transitamos de ida y vuelta, sirvieron para tejer y fortalecer el espíritu de unidad fariana. Marchando nos hicimos camaradas, forjamos las más sinceras amistades, nos enamoramos, reímos, lloramos, bailamos.

Ahora las prioridades han cambiado y con ellas la cotidianidad. Atrás quedó el rigor de la actividad militar, aunque conservamos la disciplina que nos permite funcionar como colectivo.

La guerrillerada dedica su tiempo a estudiar, se preparan para nuevos retos, máxime cuando la educación ha sido prioridad en las Farc. Por ello fuimos insistentes en incluirla en los acuerdos de La Habana, lo cual significa certificar la validación de niveles básicos y acceso a formación técnica y universitaria para los excombatientes.

Los últimos días han sido agitados, de apretadas agendas atendiendo las múltiples dificultades logísticas por las que atraviesan las zonas veredales, que para el caso de Colinas y Charras en el Guaviare, lugar que el Estado Mayor Central determinó me corresponde coordinar, apenas han llegado algunos materiales y las vías de acceso son un desastre, panorama que despierta inconformidad e incertidumbre.

Así avanzamos en la nueva etapa, trazando la ruta que nos abra paso a la vida civil, pero además que nos permita hacer política sin correr el riesgo de ser asesinados. Con derecho a disentir y construir nuestras propuestas hombro a hombro con la gente, motivando debates que aunque vayan en contravía de los intereses de los más poderosos, no nos signifique la muerte.

Llegará el momento de volcarnos a las calles y plazas públicas, con la garantía de ser escuchados sin estigmatizaciones, hablarle al pueblo de nuestras ideas, construir las bases de una sociedad democrática donde pensar distinto no sea un delito.

Por Colombia2020

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