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Blacksteban, el rapero de las Farc, encontró a su familia

Luego de reconocerlo en un video de Colombia 2020, la hermana del joven guerrillero se pudo reunir con él después de 14 años de creerlo muerto. Cientos de familias de combatientes siguen sin hallar a sus seres queridos. El reencuentro apenas comienza.

Nicolás Sánchez A. / @ANicolasSanchez
07 de mayo de 2017 - 09:30 p. m.
Tras 14 años, Hernán Darío y su hermana Yuri se reencontraron en Bogotá. Ella lo daba por muerto. / Óscar Pérez
Tras 14 años, Hernán Darío y su hermana Yuri se reencontraron en Bogotá. Ella lo daba por muerto. / Óscar Pérez

“Hace muchos años no lloraba de felicidad”, dice con los ojos aguados Hernán Darío Garcés, el mismo guerrillero que conocí en febrero en la zona veredal de Icononzo (Tolima) haciendo versos mientras cuidaba las armas de sus compañeros camino al desarme, y que hace apenas una semana rapeó por primera vez ante un auditorio en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Su rostro, endurecido por la guerra y una infancia difícil, cambió el pasado viernes cuando se reencontró con su hermana, Yuri. No la veía hace quince años.

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Se habían separado en 2002, cuando Hernán Darío decidió salir de Cali y acompañar a su mamá al departamento del Guaviare. Yuri y el resto de la familia lo daban por muerto. Ni siquiera lo buscaban.

Yuri descubrió que detrás de Blacksteban, el joven rapero que le cantaba a la paz en un escenario lleno de luces, estaba Hernán Darío, su hermano, a quien dejó de ver cuando tenía 15 años, el que se había ido para la guerrilla, a quien creía muerto.

El reencuentro se dio en el apartamento de su prima Cindy Garcés, en el norte de Bogotá, el pasado viernes 5 de mayo. Apenas tres días antes, Yuri había recibido por Whatsapp el video “La historia de ‘Blacksteban’: El rapero de las Farc” que se emitió en Noticias Caracol el domingo 30 de abril.

“Me agarré a llorar porque se notaba que había sufrido bastante”, cuenta Yuri. Reconoce que la familia ya no lo buscaba porque había perdido la esperanza. “Yo pensaba de todo, menos que estuviera vivo”, resume.

Una infancia difícil

“En Cali, a nosotros nos hacía falta de todo”, cuenta Hernán Darío al hablar sobre los motivos por los que abandonó esa ciudad. Rememora días en los cuales no podían comer tres veces y la escasa comida que recibían era un pan con un vaso de agua. En su casa vivían 15 personas, entre tíos, primos, hermanos y abuelos. “Para que vea que yo no me fui a la guerrilla porque sí”, me contó mientras abrazaba con una mano a su hermana, a quien pocas horas antes había vuelto a ver.

Él se ganó más de un regaño de su mamá porque trabajó desde muy pequeño. Lavaba carros y barría casas. Su madre le decía que algún día el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar la iba a reprender porque pensarían que lo obligaba a trabajar.

Sobre los recuerdos de la infancia, Yuri dice: “Hernán Darío era muy cansón. A mi mamá le llegaban quejas de todo lado”. Era tan inquieto que, como él mismo cuenta entre risas, sus vecinos le pusieron el apodo de “Piquiña”.

El entorno era violento. Vivían en el barrio San Marino, ubicado en la Comuna 7. Hernán Darío y Yuri cuentan que muchas veces la balacera los sorprendió cuando estaban jugando en el parque. “Cuando llegué al Guaviare ya conocía las armas. Nunca las había empuñado, pero sí las conocía por el barrio donde crecí”, afirma. Aún hoy las cifras de seguridad de esa comuna de Cali son preocupantes: entre el 2001 y el 2015 se registraron 1.090 homicidios.

En el Guaviare tuvo sus primeros contactos con la guerrilla y se volvió miliciano en el 2003. Trabajaba en fincas de las Farc para abastecer a las tropas. Un año después de unirse a la subversión sentía que las autoridades le respiraban en la nuca. “Como decimos nosotros, ya estaba quemado”, recuerda. Entonces decidió adentrarse en los campamentos. Allá se llamó Esteban.

Todavía recuerda las palabras de su mamá cuando él le dijo que se iría para la guerrilla. “Mijo, allá tiene que ser disciplinado y portarse bien porque allá las cosas son serias”, le advirtió.

Cuatro años después de entrar a la guerrilla decidió hacer un curso de enfermería. “Me acordaba de que a mi hermanita le gustaba mucho la medicina, entonces me formé para ser enfermero de las Farc”, cuenta. Durante 10 años atendió a sus compañeros. Por eso se atreve a afirmar que los años más duros de la guerra fueron entre el 2005 y el 2014, año en el que anunciaron públicamente las negociaciones que el gobierno de Juan Manuel Santos adelantaba con la guerrilla.

La muerte, que su hermana temía, casi le llega por esos años. El 19 de noviembre del 2010, fecha que, dice, va a recordar hasta el día que muera, estaba haciendo guardia. Se encontraba en la vereda La Aurora, zona rural del municipio de La Macarena (Meta). Hacía parte de un grupo de cinco guerrilleros. Hernán Darío, cuyo nombre de guerra era Esteban Pérez, de pronto escuchó ráfagas. El Ejército estaba en la zona.

Intentó coger su fusil, pero una bala le impactó la mano izquierda. “Casi me la mocha”, recuerda. Agarró el arma con la otra mano. Todos sus compañeros estaban heridos. Los soldados les gritaban que se entregaran, pero se rehusaron. Esteban, disparando, impedía que los militares avanzaran. Siguieron caminando como podían. Llegaron a una finca, donde unos campesinos les prestaron unos caballos. “Si no es por esas bestias, no estaría acá contándole el cuento”, afirma. Llegó donde estaba la avanzada guerrillera y todos recibieron atención médica.

Mientras Esteban sobrevivía a los combates, Yuri terminó el bachillerato en el colegio Manuel María Mallarino de Cali y se inscribió en cursos que nunca terminó: tomó clases de enfermería, de inglés y de atención a primera infancia, pero siempre se mantuvo al lado de la familia.

A mediados de 2012, en medio del trajinar de la guerra, Esteban empezó a buscar a su familia. Quería saber algo de ellos después de 11 años. Les envió mensajes con milicianos de Buenaventura, que nunca llegaron. En junio de 2016, con la declaración del cese bilateral y definitivo que acordaron el Gobierno y las Farc, tuvo la esperanza de que ahora sí lograría contactarlos. Insistió tratando de enviar mensajes, pero sus intentos fueron en vano.

“En Icononzo casi todos los guerrilleros habían encontrado a su familia. Prácticamente sólo faltaba yo”, dice mientras mira a su hermana, sentada a su lado, y trata de contener las lágrimas.

Versos en medio de la guerra

La primera vez que vi a Hernán Darío fue el 8 de febrero, en el campamento de las Farc en Icononzo. Era Esteban y cumplía labores como otros guerrilleros. Dormía en un cubículo que medía 2x3 metros, de lona verde y en medio del cual había un colchón. Escuchaba canciones del cubano Carlos Puebla mientras hacía guardia para cuidar los fusiles que reposaban en armeros. Me dijo que quería salir de la guerrilla “directamente” a cantar.

Desde que vivía en Cali le gustaba el rap. Su pasión por la música empezó porque veía a su abuela, Mamá Elia, cantar cumbias y currulaos. En las calles de su barrio competían con sus amigos por cuál era el que mejor improvisaba. Entre todos se daban consejos para mejorar su música. Luego, Hernán Darío partió para el Guaviare.

En la guerrilla no dejó de cantar. Siempre aprovechó la llamada hora cultural, un pequeño espacio de distracción para los combatientes en medio de la confrontación o el estudio de sus documentos políticos. Allí les compartía a los otros guerrilleros las canciones que escribía en sus ratos libres.

Esteban ganó fama entre los combatientes, pero su momento de gloria fue durante la Décima Conferencia, una reunión de más de 200 mandos de las Farc que se desarrolló en los Llanos del Yarí, entre el 17 y el 23 de septiembre del año pasado, para aprobar el Acuerdo de Paz que habían firmado el 26 de septiembre en Cartagena.

Allí, en medio de la nada, la guerrilla levantó una inmensa tarima con las condiciones que exigiría un artista internacional en Bogotá. Cada noche, después de las deliberaciones y declaraciones políticas, se subían allí artistas de la talla de Alfredo Gutiérrez, Aries Vigoth y Alerta Kamarada.

Y fue este grupo bogotano de reggae el que le dio la fama a Esteban. La noche del 17 de septiembre, en medio de su concierto, el vocalista de Alerta le pidió al guerrillero que subiera a cantar con ellos. Esa primera vez en tarima, Hernán Darío cantó Latinoamérica, de Calle 13, e improvisó algunos versos. Rimó, por ejemplo, “Por la paz vamos por la paz/ Por la paz vamos a luchar”.

“Aproveché ese momento para cantarle a la gente acerca de lo que realmente es la guerrilla”, cuenta.

Esa noche, entre el público estaba Fabio Ramírez, integrante de Independencia Records, una productora independiente que se constituyó hace dos años. Sin dudarlo, tomó la decisión de apoyarlo para que llegue a ser un artista internacional. “Tiene mucho talento, pero lo tenía guardado en la selva”, dice.

Hablaron con Carlos Antonio Lozada Jesús Santrich, miembros del Secretariado de las Farc, para convencerlos de que el arte era un buen medio para la reintegración de algunos de sus combatientes. Aceptaron y empezó el trabajo con Esteban.

Durante los cuatro meses que ha estado en la zona veredal, Esteban no ha dejado de ensayar, de practicar los ejercicios que le enseñaron en la productora. Allí, en lugar de fusil, empuña un cancionero de las Farc, un diccionario español-inglés, un libro de poemas y un par de cuadernos argollados en los que anota las canciones que él mismo compone.

Su nombre artístico es Blacksteban, nombre con el cual firmó su primer sencillo Reconciliación, que grabó gracias al trabajo de Independencia Records. Los integrantes de la productora viajaron hasta Icononzo a grabar la voz de Blacksteban y, a la par, varios músicos donaron su trabajo y grabaron en estudios en Bogotá.

El viernes 28 de abril, Blacksteban llegó al auditorio José Asunción Silva de Corferias (Bogotá) a presentar su sencillo. Minutos antes de salir al escenario decía que no estaba nervioso, pero la emoción se hacía evidente en su sonrisa. Su canción llama a toda la sociedad colombiana a deponer los odios que han dejado más de 50 años de guerra. “Para aquellos que votaron por el Sí/ Que no quieren vivir más la guerra en este país/ Y para aquellos que votaron por el No/ Quiero que escuchen lo que dice mi canción”, cantó. Al parecer, el mensaje caló entre los presentes: abandonó el escenario entre aplausos.

En televisión se pasaron apenas unos segundos de ese concierto, pero fueron suficientes para conmover a Yuri: “Verlo cantando en el video me generó muchos sentimientos encontrados porque, a pesar de que tuvo tiempos difíciles, supo aprovechar mucho en la estadía por allá”.

Verlos sentados, mientras él la abrazaba como se abraza a alguien que nunca se quiere dejar ir, me obligó a contener las lágrimas frente a ambos. Sin embargo, esa resistencia al llanto se rompió por lo menos cinco veces mientras escribía esta historia. En medio de esa entrevista me contó que en el reencuentro intentó cantarle a su hermana, cogió la guitarra, pero la voz no le salió. En ese momento era Hernán Darío, no Blacksteban. Estaba en la sala del apartamento de una prima, el lugar donde 14 años después volvió a ver a sus seres queridos.

Hoy, Esteban tiene 27 años, está a punto de entregar su arma, de volver a ser Hernán Darío y de seguir impulsando su carrera como Blacksteban. Yuri tiene 29 años y trabaja en un restaurante. Tuvo que contarle a Hernán Darío que dos de sus abuelos murieron mientras él estaba en la guerrilla. La abuela que lo inspiró a cantar fue una de ellas.

Hernán Darío habla como Blacksteban y anhela hacer una gira antes de cinco años por América Latina y el Caribe, mostrando su producción musical. Pero antes quiere ir a Cali a visitar a su familia apenas termine la dejación de armas. Sueña con ir al matrimonio de su hermano Samuel, en agosto. Y quiere saber algo de su mamá. Tiene claro que la reintegración no va a ser un proceso fácil, pero, como sentenció en el camerino tras su exitosa presentación en Bogotá: “Vamos pa’ adelante… Si no nos matan”.

Por Nicolás Sánchez A. / @ANicolasSanchez

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