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Haciendo País

Un lugar de memoria

José Obdulio Espejo Muñoz
26 de julio de 2017 - 10:32 p. m.

En 1989, el director de cine Oliver Stone ganó el premio Óscar por una película escrita, producida y dirigida por él: Nacido el 4 de julio. Es quizá la única cinta dramática de corte bélico estelarizada por Tom Cruse, quien encarna a un excombatiente de Vietnam con parálisis por debajo de la cintura como consecuencia de esta guerra, sumido en el alcohol e ignorado por la sociedad que juró defender.

La tragedia de Ron Kovic -el soldado que personifica Cruse- parece repetirse en una espiral sin fin en apellidos colombianos como Bermúdez, Duarte, Ramírez o Zapata, por citar algunos. Apellidos que portaron en su uniforme de fatiga un sinnúmero de soldados y policías, heridos o muertos en combate durante el conflicto armado.

Postrados por el resto de su existencia en una silla de ruedas en unos casos, abandonados por sus cónyuges en otros y olvidados por los colombianos del común, estos hombres permanecieron a la espera de un reconocimiento a su sacrificio, más allá de lo banal que resulta una pensión por invalidez o una indemnización económica como reparación a la parte de su cuerpo que perdieron en la guerra o que dejó de serles funcional.

A este olvido social se suman las familias de aquellos uniformados que perdieron la vida en el campo combate, en especial de las mujeres que los parieron con dolor y que, un buen día -con ese mismo dolor-, los vieron partir a las filas, bien por convicción, vocación o por la simple necesidad de obtener la tarjeta militar para conseguir un trabajo al final de su servicio.

Lo curioso es que este reconocimiento no provino de estadistas,  congresistas, políticos, académicos o empresarios. Fueron Rodrigo Obregón y la fundación Colombia Herida, que él preside, los responsables de patinar una ley para que el Congreso aprobara el Día del Héroe de la Nación y sus Familias.

El gobierno sancionó y reglamentó  entonces la Ley 913 de 2004, según la cual cada 19 de julio se celebrará el día del héroe colombiano, izando para ello el tricolor nacional a media asta o con un listón negro sobre la franja de color amarillo. Han transcurrido 14 años desde que se consagró este lugar de memoria para los militares y policías, pero muy pocos colombianos -incluidos los uniformados en actividad o en retiro-, conocen la existencia de esta efeméride y su significado.

Un lugar de memoria es más que una estatua, inscripción o sepulcro erigido para recordar un personaje o un acontecimiento, pues implica toda obra material e inmaterial que posea valor histórico y de recuerdo para un grupo social. Desde esta perspectiva, un monumento, una estatua, un poema, una canción o un día del año, se configuran como lugares de memoria para sociedades como la colombiana.

Ese es el sentido del 19 de julio: un día para que el país no olvide a los soldados que sufrieron, sufren y sufrirán las heridas de la guerra. Se escogió esta fecha porque es el preludio del Día de Independencia: a la media noche, la oscuridad, que representa la muerte de los caídos en batalla, da paso al  albor de la siguiente jornada, cuando con júbilo se conmemora el grito de independencia.

Aunque suene a patrioterismo -una costumbre mandada a recoger en estas épocas de posacuerdo o posconflicto, como más le suene a cada quien-, el próximo año deberíamos desempolvar esa vieja bandera que utilizamos para vitorear a la selección Colombia de balompié o a los ciclistas que corren en Europa e izarla en estos dos días.

 

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