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Tumaco a puerta cerrada

Eduardo Álvarez Vanegas
15 de diciembre de 2017 - 05:32 p. m.

“Para un negro estar a puerta cerrada es como el cáncer”, me dice en voz baja un líder de uno de los barrios que hoy en día se están disputando los grupos que hasta 2016 fueron redes urbanas de las Farc. Los palafitos, donde viven miles de tumaqueños, cargan con un fuerte significado cultural: como los cuerpos de agua en los que se asientan, han dado forma al carácter fluido y abierto de sus relaciones sociales en la cotidianidad. Los palafitos no son sinónimo de pobreza y subdesarrollo como torpemente se ha asumido. Por el contrario, son expresión de la cultura material en las que sus habitantes socializan en el día a día. Se llaman, se gritan, se saludan, se hacen chistes y se cuidan entre sí. Allí, la vida de las comadres y los compadres es la vida de las familias extendidas que transcurren a través de las puertas abiertas de sus casas y que se entrecruzan en los puentes o estrechas vías peatonales.

“Todo se ha dañado más desde que El Tigre se salió de la zona veredal, los de David siguen ganando terreno en los barrios contra los de El Tigre y los de Guacho se empezaron a meter por el barrio California, que les asegura el control de los esteros que los comunica al Mira. Ahora matan en las vías principales y en el centro de la ciudad. Las mujeres no salen ni entran de sus barrios después de ciertas horas, a los niños los ponen de campaneros (1), las niñas creciditas son blanco de los jefes de barrio que las seducen con celulares y ropa ante la impotencia de sus padres, pues no todos tienen los recursos para enviarlas a Cali o a Pasto. Ellos mandan razón: ‘vamos a ver cómo nos coronamos a su hija’. Y también nos ha tocado hasta asegurar ventanas y cerrar las puertas”.

Estas realidades han modificado las rutinas de miles de personas que habitan los barrios considerados como los más peligrosos y a los que no entran ni la Policía ni los intrépidos del turismo humanitario. “Mire usted, las mujeres ya no pueden conchar (2) en los esteros porque ahí andan esos grupos para hacerle algo a uno y que necesitan esa zona para sacar droga. No son más que muchachos que vimos crecer, irse con los paracos y luego con las Farc. No respetan y al que no sea conocido le van dando plomo. Si usted es hombre, lo matan, si es mujer la violan.”

En estos barrios, alejados de los sitios seguros donde pululan los agentes de la DEA y los oficiales de interdicción, se esta viviendo una crisis humanitaria que ha dejado aproximadamente 1.500 desplazados intra-urbanos en los últimos tres meses (otros cálculos aseguran que son más de 2.000) a causa del enfrentamiento entre estos grupos. A esto se suma el consabido contexto de vulnerabilidades, falta de medios de vida, fronteras invisibles y señalamientos por vivir en uno u otro barrio –que no son otra cosa que una sentencia de muerte.

El lunes 4 de diciembre Tumaco despertó de celebrar sus fiestas. Ese día no sólo se contabilizaba un número indeterminado de muertos durante el fin de semana (ocho según unos, nueve según otros), sino que también ocurrió algo que no se veía en años. En la tarde, supuestos miembros de ‘El Tigre’ se desplazaron en lancha, desde el barrio Nuevo Milenio, para atacar con ráfagas de fusil a los de ‘David’, en el barrio Buenos Aires. Las personas que transitaban por ese sector, más conocido como El Pindo –puente que conecta las islas con la parte continental de Tumaco y estratégico para la salida de lanchas con droga– quedaron en medio del fuego cruzado.

Los tumaqueños se preguntan cómo es posible que esto suceda a plena luz del día y por qué no había ni Policía ni Armada, a sabiendas de la tensión que se vive en estos barrios y las amenazas que circulan día a día. “¿De qué sirve tanto policía, de qué sirve controlar calles, si es que los jefes de barrio y sus muchachos se mueven por los esteros?”, se pregunta con incredulidad un poblador. De hecho, al día siguiente, circuló una nueva amenaza sobre otro posible enfrentamiento cuando el puente estuviese lleno de gente, para disparar indiscriminadamente.

Todo esto ocurre en medio de un ambiente de progresiva degradación y criminalización, que se teme pueda empeorar a causa de la entrada del frente Olivero Sinisterra, al mando de ‘Guacho’, y quien tiene todas las capacidades para repartirse gran parte de las cinco comunas de Tumaco con las Guerrillas Unidas del Pacífico, al mando de ‘David’. En este proceso, del que saldría fuertemente golpeado los hombres y familiares de El Tigre (muchos de ellos exmiembros de la Columna Daniel Aldana), se teme que los homicidios selectivos y el desplazamiento intra-urbano aumenten, al igual que otras violencias menos visibles como desapariciones y confinamiento de poblaciones. De hecho, ya es común oír decir que ciertos barrios –cuyo nombre omito por seguridad– se llevan a la gente para desparecerla, lo que estaría afectando considerablemente el registro de homicidios sólo en el área urbana del municipio.

Mientras tanto, el vicepresidente Naranjo continúa visitando Tumaco. Lo ha hecho muchas veces y con la mejor intención. Pero sus visitas, me cuentan funcionarios públicos locales y líderes comunales, los deja cada vez más perplejos, ya que su estrategia del Centro de Inclusión Social, que busca acercar los servicios estatales a la comunidad, no será sostenible en el mediano y largo plazo. Dicho Centro no es más que una especie de Estado-kiosko que no creará capacidades y seguirá siendo dependiente de la voluntad y autoridad de un funcionario del centro del país y sus desorientados burócratas, quienes irán dejando sus cargos paulatinamente en 2018.  

El foco en Tumaco es rentable políticamente y atractivo para los grandes medios. No obstante, está relegando otras realidades regionales del pacífico nariñense igual o más graves, sobre las que volveré en otra oportunidad y cuya solución o control no se vislumbra en el horizonte. Además, está dejando de lado otras violencias menos visibles frente a las cuales la Fuerza Pública no se puede jactar de enfrentar exitosamente, dada la imposibilidad de expresarlas en frías cifras. Entretanto, los tumaqueños siguen cerrando sus puertas y aislándose de sus rutinas.

(1) Término empleado para denominar a las personas que se ubican en puntos estratégicos, vías principales y entradas a barros, para vigilar e informar quién entra o sale, si hay individuos extraños, si las autoridades entran o no. Se comunican vía celular, principalmente.

(2) Recoger camarones en los esteros.

 

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