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Haciendo País

¿Polarización o democracia?

Juan David Cárdenas Ruiz
05 de marzo de 2018 - 07:32 p. m.

Como nunca en la historia del país, el escenario político-ideológico del país está mostrando un abanico variopinto de posiciones políticas e ideológicas. La entrada al sistema político de las Farc por un lado, y las posiciones abiertas de derecha de varios sectores han “estirado” el espectro ideológico más hacia sus límites, abriendo espacio a matices dentro de los espacios de la derecha y la izquierda, e impulsando posturas de quienes se autodenominan como de centro.

Lo curioso es que, en este escenario, que podría ser caracterizado como el de una democracia renaciente y vibrante, viene tomando camino y fuerza la idea-fuerza de que la existencia de posiciones mas fuertes, incluso “radicales” de ambos lados del espectro debemos verlas como el punto máximo del llamado fenómeno de la polarización política, y en ese orden de ideas debemos condenarlas, e incluso atacarlas llegando a utilizar la condena social mas allá de la ley, es decir, la violencia.

Si se hace un análisis de las causas de la violencia política en Colombia, todos los actores armados que se han rebelado frente al estado han esgrimido el problema de la exclusión política y los obstáculos para la participación política. La salud de un sistema democrático debe medirse, no únicamente en términos cuantitativos, donde Colombia no sale bien librado, sino también desde una óptica cualitativa de la representatividad de todas las opciones disponibles para los electores, la diversidad en las agendas y los actores de dichos procesos de representación política, y la posibilidad de ejercer la participación sin que el no “encajar” dentro de los discursos dominante sea sinónimo de ver amenazada la propia vida.

El mayor riesgo del triunfo narrativo del discurso de la polarización es la posibilidad que tienen muchos partidos y políticos de camuflar sus posturas dentro de la zona gris que termina siendo el supuesto “centro” político e ideológico. Esto quita transparencia y contribuye a la manipulación del elector.

Lo más interesante de este panorama es que quienes más denuncian esta polarización, se oponen a ella, y se erigen como adalides del consenso son aquellos sectores políticos que deben su justificación a la existencia de esos extremos. Al ser tan difícil construir una postura ideológica del centro, la identidad se fundamenta en el “no ser como los extremos” antes que el definir un propio “ser”.

De una u otra forma esta ganando terreno la idea de que confrontar en política es “políticamente incorrecto”, cuando el conflicto es precisamente la esencia del debate político. De lo que se trata acá, entonces, es en entender que lo que estamos viviendo puede ser canalizado positivamente, entendiéndolo como una transición de un sistema excluyente a uno más incluyente, defendiendo el derecho a la participación política y la libre expresión. En el fondo, es un cambio estructural donde todos los actores políticos ganan, los ciudadanos encuentran opciones mas afines a sus intereses, y el sistema político en general avanza en la recuperación de la legitimidad.

El trabajo, en adelante, es construir una cultura política basada en los principios de la tolerancia, el respeto a la diferencia y la libertad de expresión. No hay porque temer a la confrontación de las ideas, ¿acaso no era eso lo que pretendía la firma del acuerdo de paz?, ¿Por qué, precisamente cuando estamos viviendo esa explosión ideológica, lo interpretamos como algo negativo? El argumento de la polarización solo conviene a quienes se oponen a la polarización.

No hay que dejar ganar espacio a la idea de que permitir otras ideas en el sistema político implica que esas ideas nos van a gobernar, todo lo contrario, lo que pueden hacer es enriquecer los términos del debate, diversificar el escenario de los liderazgos políticos y llevarnos hacia nuevas agendas temáticas que superen la guerra, el conflicto y el odio como movilizadores políticos y electorales.

 

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