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Haciendo País

Nuevas generaciones, entre la guerra y la paz

Carlos Alberto Benavides
10 de diciembre de 2017 - 02:37 a. m.

La realidad de nuestras ciudades muestra que cada vez más, los victimarios y víctimas involucrados en los crímenes y delitos son jóvenes – mayoritariamente hombres – entre los 15 y los 28 años. El involucramiento de niños, niñas y adolescentes menores de 15 años también va en crecimiento. ¿Qué nos pasa como sociedad para que nuestras nuevas generaciones estén en esta situación? ¿La solución es meterlos a la carcel y hacer más y más cárceles y cada vez bajar más la edad de imputabilidad?

Hace algunos días Germán Vargas Lleras presentó su propuesta de seguridad en Medellín. Su mirada se inscribe en una forma más de cerramiento e instrumentalización de las necesidades y el ejercicio de la democracia. Mencionó que no permitiría ‘la despenalización’ de la protesta social (como lo recogió el medio La Silla Vacía), refirió que iba a ‘perseguir’ la dosis personal de sustancias psicoactivas. Entre algunas otras propuestas del mismo corte, propuso bajar la edad de imputabilidad de los 14 años a los 12.

Estas propuestas nos dan idea de cómo será el talante de una hipotética presidencia. Tendríamos un retroceso importante en cuanto a la reforma de política de drogas y su revisión constante sobre la base de evidencia y un indicador de cómo se piensa el tema de jóvenes y juventudes y ese -muy complejo y difícil de intervenir- vínculo que en ocasiones se da con el mundo de la violencia y de los mercados ilícitos. Todo ello, como ejemplo de qué sería una visión de seguridad, con ausencia de garantías políticas (recordemos lo que pasó en el Congreso la última semana).

Para construir paz necesitamos reflexiones y propuestas nuevas sobre la base de experiencias aprendidas y también del país que queremos y merecemos. Insistir en formas de criminalización y estigmatización a fenómenos como el de la delincuencia juvenil no permite pensar con audacia formas integrales e interseccionalidad como apuestas de política y de transformación social profunda.

Sobre el mencionado vínculo habría que pensar nuevas estrategias, por ejemplo: trabajar más en políticas de apoyo a jóvenes en situaciones de vulnerabilidad. Traigo a colación la experiencia de ‘Jóvenes en Paz’ adelantada por la administración pasada en Bogotá. Se traducía en un apoyo económico básico como contraprestación de trabajar unas horas y estudiar -para acabar primera o bachillerato- igual cantidad de tiempo. En el plano rural se necesita urgentemente una política de largo plazo de educación rural y de empleo joven que se asocie con nodos de producción y cadenas de transformación en la ruralidad.

Hay que ser audaces y pensar con radicalidad cómo construir un mundo mejor. Adelantemos un piloto de Renta Básica Universal en el que a jóvenes en el campo y la ciudad se les asegurara un apoyo económico mes a mes, como parte de un esfuerzo compartido para la formación, el trabajo, la educación y en general la mejora de la calidad de vida.

Aquí hay trazos de las profundas diferencias entre lo que Vargas Lleras expresa al país y lo que otras perspectivas podemos proponer. Discutámoslo. En este tema como en otros es necesario que una fuerza amplia irrumpa, con creatividad y capacidad, con alegría y no desde el miedo; para que se haga una nueva mayoría que pueda avanzar en ideas frescas para la búsqueda de paz con bienestar, solidaridad y responsabilidad. Para que prevalezca la vida.

 

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