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La paz en Colombia: Nuestro legado ambiental a la humanidad

Paula Gaviria Betancur
06 de noviembre de 2016 - 11:14 p. m.

En 2015 el Papa Francisco sorprendió al mundo con la Carta Encíclica “Laudato Sí”, haciendo un llamado urgente a proteger “nuestra casa común” e invitando a un nuevo diálogo sobre el modo en que se está construyendo el futuro del planeta. El cambio climático es uno de los principales desafíos de la humanidad y amenaza nuestra existencia como especie. Las manifestaciones de deterioro y agotamiento, producto del intenso desarrollo económico e industrial, y los conflictos armados, entre otros aspectos, nos recuerdan a diario la importancia de respetar y promover los derechos humanos y los de la naturaleza, como parte de un progreso sostenible que no deje a nadie por fuera.

El pasado diciembre, cientos de líderes mundiales se reunieron en París para comprometerse a que la temperatura en nuestro planeta no siga aumentando. Hace poco, Leonardo Di Caprio y la National Geographic nos hicieron un llamado a afrontar el cambio climático “antes que sea tarde”. Colombia no ha sido ajena a este fenómeno y le ha respondido al mundo con dos propuestas contundentes: en 2012 impulsó la construcción global de una agenda de desarrollo, incorporando el concepto de sostenibilidad y la terminación del conflicto armado más antiguo y de mayor número de victimización de América Latina.    

Siendo uno de los países más biodiversos del planeta, tenemos una responsabilidad mayor. En los últimos 20 años, el impacto ambiental del conflicto está asociado a tres millones de hectáreas de bosque deforestadas, 1.300 millones de toneladas liberadas de CO2eq, un millón y medio de hectáreas degradadas, 780.000 hectáreas incorporadas a la frontera agrícola cuyo uso actual es diferente al de su vocación, y más del 60% de las fuentes hídricas principales del país potencialmente afectadas por la extracción ilícita de minerales o por derrames de petróleo, según un reciente estudio del Departamento Nacional de Planeación (DNP).

Cifras similares presentan al menos 18 conflictos violentos que desde 1990 se han visto alimentados por la explotación de recursos naturales. Precisamente por eso hace 15 años la Organización para las Naciones Unidas declaró el 6 de noviembre como el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la guerra y los conflictos armados.

Ahora que en Colombia estamos ad portas de terminar el conflicto armado, vale la pena pensar en los beneficios ambientales que nos traerá la paz. En un escenario conservador, según el DNP, los dividendos ambientales en nuestro país serían del orden de 2,7 billones de pesos, mientras que en un escenario optimista se alcanzarían los 7,1 billones de pesos, producto de la disminución de la degradación ambiental.

Los municipios donde se instaló el conflicto son regiones de alta biodiversidad y albergan el 42% de los bosques del país. Sin embargo, en estos lugares se presenta la mayor deforestación del país a causa de extracción ilegal de madera, los cultivos ilícitos, la extracción ilícita de minerales y la colonización.

Se calcula que la deforestación ocurrida en municipios de conflicto de 1990 a 2013 causó la liberación de más de 1.300 millones de toneladas de CO2eq, equivalentes a cerca del 13% de las emisiones anuales de China. Los gases efecto invernadero son los causantes del calentamiento global que está cambiando el clima del planeta.

A nivel territorial, la región con el mayor potencial para obtener los dividendos ambientales de la paz es la región de los Llanos, en donde podría beneficiarse en dos billones de pesos, si logra disminuir la tasa neta de deforestación a cero. La región de Centro Sur es la segunda región de mayores beneficios con 1,2 billones, seguida de pacífico con 758.000 millones.

Con el fin del conflicto armado deberían cesar los derrames de petróleo, lo cual traería un beneficio económico de 636 mil millones de pesos asociado a los servicios ambientales que los ecosistemas afectados dejan de producir, esto sin mencionar los altos costos para la descontaminación de fuentes hídricas y el suelo. Por ejemplo, el atentado al oleoducto Transandino en Tumaco dejó sin agua potable a cerca de 200.000 habitantes, de acuerdo a los reportes de la alcaldía. Adicionalmente, entre 2009 y 2015 se invirtieron cerca de 35 mil millones de pesos en limpieza de derrames de petróleo.

Por otro lado, reducir la liberación de 75 a 33 toneladas de mercurio al año emitido por minería de oro representaría un dividendo ambiental de la paz cercano a 516 mil millones de pesos al año, producto de los costos evitados en salud en las poblaciones que rodean las zonas en donde se ha identificado la presencia de extracción ilícita de oro.

La Organización Mundial de la Salud cuantifica las afectaciones por mercurio a través del coeficiente intelectual y ha podido documentar limitaciones en el pensamiento, la memoria, la capacidad de concentración, el lenguaje y las aptitudes motoras. Infortunadamente, somos es el segundo país que más emite y libera mercurio al año por minería de oro, generando efectos negativos en la salud.

Hoy Colombia tiene la oportunidad histórica de construir una paz sostenible, y uno de los retos más importantes que plantea la maximización de dividendos ambientales de la paz es la exitosa implementación de programas nacionales integrales con enfoque territorial.

Estos programas permitirán fortalecer las capacidades locales e incluir criterios de desarrollo sostenible en la construcción de paz en entornos rurales, y nos permitiría avanzar como nación en el respeto a la vida, gracias al fin del conflicto y a la protección del medio ambiente. Por esta razón, nuestra paz será un legado que contribuirá al cuidado de “nuestra casa común”.

 

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