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Haciendo País

La memoria vive en la diversidad de las víctimas

Juliana Bustamante Reyes
11 de agosto de 2018 - 02:54 p. m.

‘Recordar es pasar por el corazón’. Esta expresión generalmente se usa para explicar los vínculos familiares, en especial el de padres e hijos, y esta asociada con amor, momentos felices, hogar, nostalgia. Pero no siempre los recuerdos son buenos, cálidos y amorosos. Para las víctimas del conflicto armado en Colombia muchos de sus recuerdos son dolorosos, violentos, desoladores. ¿Cómo pasan estos recuerdos por el corazón?

Mampuján es un corregimiento del municipio de María la Baja en Bolívar, donde en marzo de 2000 se produjo el desplazamiento de 245 familias con ocasión de una ola de violencia despiadada en toda la región de los Montes de María. Con el tiempo, muchas mujeres de esa región, lideradas por Juana Alicia Ruiz, encontraron la manera de contar sus historias y canalizar sus penas y dolores a través del trabajo manual. Las tejedoras de Mampuján fueron homenajeadas por el Procurador General de la Nación el pasado 2 de agosto en el marco del VI Salón de Arte Popular BAT. Su trabajo ha venido siendo reconocido desde hace unos años cuando, por ejemplo, ganaron en 2015 el Premio Nacional de Paz. Hoy son un referente definitivo en las apuestas por construir memoria con miras a la reconciliación.

Oír a Juana -víctima de violencia sexual en su infancia y luego de violencia política- es una lección de valentía, humildad y humanidad. Nada más auténtico que el sentimiento de paz que define a la mayoría de las víctimas reales de este país, atiborrado de dolor y violencia. Su relato, y el de los tapices que construyen como tejedoras, habla de cómo la rabia y el dolor, a través del arte, reducen su poder avasallante al salir, al ser puestos en segundo plano y tener la posibilidad de ser vistos de frente. Las historias que contaron estas mujeres con sus tejidos les permitieron pasar de la indignación y la impotencia, a la acción y a la convicción de paz, de lo que hoy son ejemplo sin par. El trabajo colectivo las unió como comunidad y les permitió sanar sus heridas; y, ahora, sus tapices tienen la fuerza de la esperanza y la alegría. Pudieron pasar su dolor por el corazón, lo recordaron y lo transformaron en una experiencia humana y artística llena de contenido.

Parte de la dificultad del postconflicto en Colombia tiene que ver con el hecho de que no haya una única versión de los hechos, una valoración definitiva de lo sucedido, que simplifique la complejidad inmersa en nuestra historia de violencia reciente. Pero bien sabemos que esa única versión no existe, sabemos que no es posible. Porque un conflicto tan largo no es estático, se transforma con el paso del tiempo y con el cambio de las circunstancias. Víctimas y victimarios terminaron confundiéndose en ocasiones y quienes quisieron optar por la neutralidad fueron violentados. Entender el conflicto colombiano implica reconocer episodios dolorosos como masacres, desplazamientos masivos, violencia sexual, abuso de menores, muerte de inocentes, persecución y terror. Sin embargo, el miedo a mirarnos como sociedad y como cultura puede mitigarse con esfuerzos simbólicos como los de las tejedoras, con los que se logre por vías alternativas, contribuir a la construcción de nuestra historia, dando cuenta de las múltiples violencias que tienen tantas versiones e interpretaciones.

Entender nuestro pasado tiene que pasar por caminar el territorio y las experiencias de la Colombia rural que llegan generalmente filtradas e invisibilizadas a los escritorios en Bogotá. En el proceso actual de reconstruirnos como país tenemos la  posibilidad excepcional de rescatar los valores y las tradiciones artísticas y folclóricas de nuestras comunidades. Conocer y validar estas diversas expresiones de memoria enriquece nuestro relato como nación y abre el camino real a la reparación integral y a la construcción colectiva de identidad.

El trabajo en torno a la construcción de la memoria del conflicto armado en Colombia sólo podrá reflejar lo que ocurrió en el país, si cuenta con la mayor cantidad de voces posibles, con todas las muestras simbólicas que permitan contribuir a crear una narrativa rica, diversa e incluyente. La memoria, así, se transforma en una oportunidad y una nueva forma de vida que mira hacia adelante y reivindica a quienes más han sufrido la violencia.

 

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