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Instrucciones para sacar la guerra de la cabeza

A propósito del Día Nacional del Psicólogo que se celebra este 20 de noviembre, Médicos Sin Fronteras hace un diagnóstico de las afectaciones que décadas de violencia de toda índole han causado a la salud mental de los colombianos. Un aspecto al que se le debe prestar mayor atención en un escenario de posconflicto.

Médicos sin fronteras
18 de noviembre de 2018 - 05:00 p. m.
/ Cortesía Médicos Sin Fronteras
/ Cortesía Médicos Sin Fronteras

Por: Daniel Macía Agudelo- Referente de Salud Mental de la Misión de MSF en Colombia. @MSF_Colombia

Durante décadas, la sociedad colombiana ha estado expuesta a enormes niveles de violencia. Masacres, desplazamientos forzados, amenazas, secuestros y asesinatos selectivos, así como enfrentamientos armados y confinamiento de la población civil, se han contado entre los hechos que con mayor frecuencia han afectado a la población civil. Además, en un contexto marcado por la desigualdad, manifestaciones menos evidentes pero igualmente nocivas de la violencia han generado un escenario en el que la importancia de la atención en salud mental se toma cada vez más en serio.

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En desarrollo de su trabajo con víctimas del conflicto armado y violencia sexual, así como con los familiares de personas desaparecidas, Médicos Sin Fronteras ha podido identificar los múltiples efectos que sobre la salud, y específicamente sobre la salud mental, tiene la exposición a eventos violentos. A nivel individual, el miedo, la tristeza profunda, la desesperanza y el incremento en el consumo de sustancias, se cuentan como algunas de las manifestaciones más comunes de la afectación que en lo cognitivo, lo emocional y lo comportamental producen estas situaciones.

Por ejemplo, en nuestros proyectos en Tumaco y Buenaventura son frecuentes los diagnósticos por trastornos de adaptación, depresión y trastorno de estrés postraumático, asociados a situaciones generadoras de estrés, tales como desplazamientos internos en los barrios, migraciones a otras zonas geográficas, pérdida de los medios de subsistencia, muertes violentas de familiares, etc. Además están las problemáticas de ansiedad asociadas al hecho de vivir en contextos en los que se está expuesto permanentemente a hechos violentos o amenazantes (intimidaciones directas o a familiares, extorsión, balaceras en los barrios).

Sumado a lo anterior, en el ámbito comunitario, la desconfianza, la ruptura de las relaciones y la pérdida de lugares, costumbres y tradiciones que en su momento constituyeron para las personas fuentes de protección y seguridad, completan el panorama del impacto de un flagelo que deteriora el bienestar de los seres humanos. Cuando los lazos sociales de apoyo de las comunidades están débiles, se genera mayor afectación a nivel individual.

Tal escenario ha justificado y orientado la acción de psicólogos y psicólogas en Colombia, generando aprendizajes que han ayudado a robustecer los servicios de atención en salud mental y apoyo psicosocial en contextos violentos. El fortalecimiento de protocolos y guías de atención, la conciencia acerca de la importancia de la coordinación entre actores, la creciente intención de acción sin daño y la implementación de prácticas basadas en evidencia, son solo algunos ejemplos de los avances logrados en la materia de manera progresiva en los últimos años.

Sin embargo, los constantes cambios en las dinámicas de la violencia, sumados a la magnitud de su impacto, imponen a su vez retos mayores tanto al sistema de salud colombiano como a quienes, en el ámbito humanitario, se desempeñan en el área de la salud mental. Uno de los retos es el acceso real a estos servicios en el primer nivel de atención: en escenarios como el colombiano, principalmente en las zonas rurales y urbanas más afectadas por la violencia, urge una respuesta permanente, digna y de calidad en salud mental.

Uno de los mayores aprendizajes es la importancia de basar el acompañamiento en recursos más que en déficits: personas y comunidades, aun si están debilitadas por los efectos de la violencia, poseen también una amplia gama de herramientas que han sido, son y serán su principal vía para el afrontamiento de estas situaciones. Es tarea de los psicólogos identificar y ayudar a fortalecer tales recursos.

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Asimismo, hay que permanecer muy cerca de la experiencia de las personas afectadas: todo intento de atención en salud mental requiere no solo el conocimiento de los eventos que desencadenaron el problema, sino también un intento empático por comprender las características particulares del entorno en que se presenta y las personas que lo han experimentado. También es importante tener presente que no todas las personas se ven afectadas de la misma manera por un mismo evento, por lo tanto, cada una necesita formas específicas de acompañamiento. Una evaluación juiciosa es fundamental para brindar a cada persona o comunidad el nivel de atención adecuado.

Por último, es necesario ver más allá del trauma psicológico: si bien es una consecuencia probable tras experiencias relacionadas con violencia, la evidencia muestra que manifestaciones asociadas con depresión, por ejemplo, resultan más frecuentes. Y no hay que perder de vista el gran potencial de recuperación y resiliencia inherente a los seres humanos. De ahí la importancia de la presencia de los psicólogos y psicólogas y de que estos trabajen a partir de visiones amplias e integradoras de la salud mental. En contextos de emergencia como los que se viven en muchas partes de Colombia, este servicio es fundamental para que las comunidades afectadas por situaciones de violencia comprendan los efectos que tienen sobre ellas y fortalezcan procesos de afrontamiento que las ayuden a superarlas.

Por Médicos sin fronteras

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