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Haciendo País

El taxista mafioso

03 de noviembre de 2017 - 01:00 p. m.

Era el partido de la clasificación al mundial que Colombia perdió en casa. Salía del centro de la ciudad después de comprar la camiseta de la selección que decía en la espalda: Falcao y el número 9. Y en medio de esas emociones, apareció un taxi con un señor conservador y de acento paisa. Fue sencillo entablar conversación.

-Me llamo Roberto, mucho gusto, a dónde lo llevo, señor- me dijo

Su formalidad fuera de lo común ya me pareció sospechosa, pero en medio de los ríos de personas por las calles y las algarabías por la clasificación inminente que suponía ganarle a Paraguay, me hicieron olvidar de tales sospechas, y más bien, me fundí en la canción de la radio; una salsa a todo timbal, que gritaba ¡guaguancó!, al ritmo de Ray Barretto, el inolvidable “manos duras” de la entonces gloriosa Fania All Stars.

-Por la universidad “la pacho”, por favor- le dije

Entonces comenzó una conversación inesperada. Me dijo que su hija estudiaba allí, que si yo también, sobre lo cual respondí que no. Que conducía el carro por placer y no por necesidad, y que su taxi si acaso tenía una semana de comprado. Pero que no, que ya lo iba a dejar, que a lo mejor sería una de las últimas carreras, y algo así como que me sintiera afortunado. Claro está, esto último lo dijo como para posar de chistoso.

Sonaba aparentemente en la radio otra canción de salsa, y traté de ubicar la emisora, pero pronto descubrí al ver la memoria roja usb, pegada al pasacintas que no era la radio sino su música personal. Y comenzó el coro donde nos dimos confianza: “Pastorita tiene guararé conmigo, yo no sé por qué será”. Entonces, me dijo que esto le recordaba su vida de joven en su pueblo natal, al norte de Medellín. Yo le dije que a mí también. Para sorpresa de los dos, el pueblo era el mismo, éramos paisanos, aunque en épocas muy diferentes. Precisamente, en esa diferencia se profundizó nuestra conversación.

-A mí me tocó salir corriendo de Medallo, pero aquí estoy vivito y coleando -, me decía mientras se reía a las carcajadas.

Nuestra conversación transcurría sobre aquellos tiempos convulsionados en Medellín y el Valle de Aburra, pero especialmente del éxodo de narcos y traquetos que se asentó entre Cúcuta y Ureña, ciudad fronteriza de Venezuela. Muchos se fueron a vivir pasando la sola línea divisoria, pero teniendo sus actividades económicas en Colombia, controlaban desde Cúcuta y corrían a esconderse en Ureña. Fue una gran jugada que pocos registraron y que tanto tiempo después este aparente taxista me reveló.

“La rumba me está llamando, bongó dile que ya voy. Que se espere un momentico mientras canto un guaguancó”. Decía la letra en la voz de Celia Cruz, y el taxista le subía al volumen. Por un momento pensé que se había arrepentido de contarme todas estas cosas. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. La salsa lo devolvía al recuerdo de nuestro pueblo, de nuestras calles y de las cosas que hizo. De toda la sangre que se derramó allí.  

-Yo trabajé con el patrón, pero después me le abrí – recuerdo que me dijo

Por “patrón” se entendía a Pablo Escobar y por “abrir”, aquel acto de traición que en la mafia se paga con la vida. Me dispuse a indagar, primero como pudo sobrevivir a aquel monstruo y, por otro lado, a saber, cuál fue el motivo por el cual se fue de su lado. No fue mucho lo que tuve que hacer al respecto, la conversación siguió su rumbo, y hacia las respuestas de estos interrogantes en medio de la salsa y la algarabía en la calle nos dirigimos.

-Y qué pasó – recuerdo que le dije

Narró que “el patrón” se volvió loco, que muchos se fueron. Que él lo único que hizo fue sumarse a un grupo de mafiosos del norte del Valle de Aburrá, y que después de tener su propio negocio y lavar dinero, se fue de la ciudad. Decidió Cúcuta, aunque en realidad Ureña porque allá no lo podían sacar las autoridades colombianas, o por lo menos era más complicado, pero podía pasar la frontera cuando quisiera, además era una ciudad de bajo perfil. Que ahora tiene casas, edificios, carros, y mete mercancía por contrabando para ambos países.

Por fortuna, llegamos rápido a casa, comenzaba a sonar “la calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, como no”…

-¡Yo hago de esas camisetas, al por mayor! – me dijo, señalando la camiseta de la selección Colombia y como queriendo proponerme algún negocio.

En el barrio todo el mundo se disponía para el partido y tenía que cambiarme rápido, era la posibilidad de clasificarnos directamente a un mundial. Entonces me bajé rápido y le pagué la carrera, nos dimos la mano y se fue, adentro del carro seguía sonando, “en su mundo, mujeres, fumada, y cana atracando vive Juanito alimaña”… yo entré rápido a mi casa. 

 

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