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Diversidad de género y servicio militar obligatorio: perjuicios ignorados

Columnista invitado
06 de marzo de 2019 - 11:39 p. m.

Por: 

Lucía Carbonell López*

Verónica Calvo Cortés**

No es un secreto para nadie que una persona solo es reconocida por el Estado colombiano si se identifica como hombre o mujer. Lo que sí puede ser desconocido es que esto no sucede en todos los Estados ni en todas las culturas. El caso más renombrado es el de Alemania, que en 2018 incluyó un tercer género en los certificados de nacimiento, dejando así de imponerle un género a las personas intersex (personas cuyas características cromosómicas, genitales u hormonales no caben dentro de las categorías tradicionales de sexo masculino o femenino). Otro caso es el de Austria, en donde, también desde el año pasado, las personas son libres de elegir cómo se identifican en términos de género. Asimismo, diferentes culturas tienen dentro de su vocabulario categorías que dan cuenta de géneros que no entran dentro del sistema binario femenino/masculino; es el caso de algunos pueblos indígenas en América del Norte, por ejemplo los indígenas hawaianos.

La existencia de estas categorías sociales evidencia que no es natural comprender el género de forma dicotómica. Más aún, estas desmienten el mito de que solo existen dos tipos de cuerpos (sí, hay más de dos, tanto a nivel genital, hormonal o cromosómico) y que, por ende, el género es también binario. A su vez, evitan que nos creamos el cuento de que el tipo de cuerpo con el que nacimos nos prescribe una serie de características naturales que se expresan de manera coherente a través del género binario, es decir, a través del ser mujer o del ser hombre en diferentes ámbitos de la vida. No obstante, el Estado colombiano nos sigue obligando a decidir entre dos opciones; de manera que las personas que no se ubican dentro de ninguna de las categorías reconocidas estatalmente (personas intersex, género no binario, género fluído, género queer, entre otras) deben adoptar una de las dos, aunque no les represente, para ser reconocidas como ciudadanas.

Ahora bien, más allá del plano identitario, la falta de reconocimiento de identidades diversas de género por parte del Estado deja a muchas personas en situaciones de inseguridad, vulnerabilidad o incertidumbre. Un ejemplo de ello es el servicio militar. En Colombia este es todavía obligatorio para quienes tengan el componente masculino en su cédula. Lo anterior incluye, por supuesto, a hombres trans que hayan cambiado el componente, y personas que, aunque no se reconocen como hombres, hayan decidido cambiar el componente a masculino (personas de género no binario o personas intersex que no se consideran hombres o mujeres pero que tienen que elegir entre las dos categorías). Estas personas, como el resto, acuden a los exámenes de aptitud psicofísica, y es aquí donde comienzan de nuevo los problemas. Para inscribirse deben identificarse como hombres, mujeres o transgénero. Esto supone, en primer lugar, que una persona trans no es ni hombre ni mujer; en segundo lugar, excluye a las personas que no se identifican con ninguna de esas categorías, teniendo que escoger nuevamente una identidad que no les representa.

Además, no hay que olvidar que el ejército no solo refuerza el binarismo de género sino que se constituye como una institución hiper-masculina. Esto resulta en que las personas que no entran dentro de la norma de masculinidad, tanto por su identidad como por su expresión de género, se vean en una posición vulnerable al hacer este proceso, especialmente por ser declaradas casi automáticamente como no aptas para prestar el servicio. Esto, en últimas, es un recordatorio de que para el Estado algo está mal con estas personas independientemente de que quieran o no ingresar al ejército. Entonces, ¿para qué pasar de manera obligatoria por un proceso, ya de por sí fatigoso, en el que te recuerdan que no eres apto para prestar un servicio al Estado por tu identidad?

Adicionalmente, cuando se empalma un servicio militar obligatorio con un Estado que sólo reconoce el binarismo de género, se generan situaciones de inseguridad para ciertas personas. Por ejemplo, quienes no hayan cambiado el componente de género, pero cuya expresión de género es asociada a sujetos masculinos; o mujeres trans que tampoco hayan cambiado su cédula. La inseguridad que puede generar la obligatoriedad del servicio en estas personas radica en que tener una expresión de género masculina o no cambiar su componente de género (de M a F en caso de mujeres trans) abre la posibilidad de ser perfiladas por la fuerza pública como individuos que deben inscribirse obligatoriamente al servicio militar, poniendo en cuestión su identidad (se podría poner en duda la identidad de una persona cuando su componente de género en la cédula no parece ser “coherente” con su expresión de género).

En el caso de mujeres trans que no hayan cambiado su componente, esto puede ponerlas en riesgo de ser multadas por no haber realizado el registro obligatorio, desconociendo por completo su identidad como mujeres. Aquello no sucede con personas cisgénero (persona cuya identidad de género corresponde con el género asociado comúnmente a los genitales con los que nació), a quienes no se les pide acreditar su identidad para comprobar si tienen la obligación de hacer el proceso de inscripción.

Sobre lo anterior es importante agregar que hay muchas razones por las cuáles puede que alguien no cambie el componente de género en la cédula. Bien sea porque no se identifica con las categorías, porque se opone o se le dificulta cambiar el componente por razones de carácter social o económico. Otro motivo para no cambiar el componente es ahorrarse el agotador proceso de obtención de la libreta militar. Al no hacer este cambio, una persona en transición de género puede ver afectado su proceso de auto-reconocimiento. De esta manera, la obligatoriedad del servicio militar crea situaciones de incertidumbre acerca de la situación militar de estas personas,y al mismo tiempo genera, por un lado, miedo a ser perfilados por parte de miembros de la fuerza pública; y por otro, presiones extra con respecto a la toma de decisiones acerca del cambio del componente de género en la cédula.

Por supuesto que la obligatoriedad del servicio militar vulnera a todos los hombres que tienen que inscribirse, pues les exige registrarse para un servicio con el que pueden no estar de acuerdo. De igual forma, les pone en riesgo de ser multados y les obliga a pagar por la libreta militar independientemente de sus condiciones socioeconómicas, exigiéndoles a contribuir económicamente a una entidad militar, lo que puede ir en contra de la convicción de muchos. Pero hace falta agregar una razón poco mencionada para apoyar las múltiples iniciativas en contra de la obligatoriedad. Esta es, que los problemas que acarrea la obligatoriedad se agudizan para quienes no son reconocidos por el Estado por no caber dentro de las estrechas categorías de género.

Es claro que el ideal al que nos gustaría aspirar sería el de pertenecer a un Estado que le dé cabida a las múltiples formas de vivir el género. Pero, con la intención de ser realistas, por lo pronto aspiramos a sumarnos a las campañas contra la obligatoriedad de servicio militar (mucho más en épocas de post-acuerdo en las que nos estamos pensando cómo es construir un país en paz) pues, como ya lo planteamos, es una de las situaciones que genera más presiones de tipo social, psicológico y hasta económico a las personas cuya identidad de género no es hegemónica, poblaciones que ya de por sí son marginadas y discriminadas por el Estado al no ser reconocidas.

*Antropóloga, investigadora del equipo de Litigio estratégico de Temblores ONG y del área de Género y Sexo

**Miembro del equipo de Litigio estratégico de Temblores ONG

 

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