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Disidencias y coincidencias sobre la voluntad de paz en Colombia

Columnista invitado
07 de octubre de 2017 - 08:00 p. m.

*Por: César Augusto Muñoz M y Carlos Cárdenas Angel

¿Qué es una disidencia? Según la Real Academia Española es la acción y efecto de disidir; grave desacuerdo de opiniones y separarse de la común doctrina, creencia o conducta.

Como parte del repertorio informativo sobre el acuerdo de paz, es cada vez más frecuente la mención a las disidencias del grupo guerrillero, hoy transformado en movimiento político. La noticia de los últimos días, es la confirmación por parte del presidente Santos de la muerte de Euclides Mora, el mandatario en su cuenta de twitter escribió: “El mensaje es claro: entréguense, de lo contrario les espera la cárcel o la tumba". A propósito de estas noticias a continuación se hace un análisis del alcance y la complejidad de estos últimos hechos. 

Hechos recientes y no tan recientes

El tema de las disidencias empezó a emerger en la agenda informativa bajo la caracterización de los insurgentes de las Farc que no quisieron acogerse al proceso de paz, por razones que suelen explicarse a partir del supuesto interés de seguir vinculados al negocio del narcotráfico. En esos términos, la disidencia más visible ha sido la del frente primero “Armando Ríos”, oficialmente “disidente” desde julio de 2016.

Este grupo en los últimos meses ha tenido una creciente influencia en los departamentos de Guaviare, Guainía, Vaupés y las fronteras entre Meta y Caquetá; controlando las economías criminales y manteniendo la capacidad de control social en las poblaciones rurales de estos departamentos. En el mes de mayo logró la atención nacional e internacional, cuando secuestró a un funcionario colombiano de Naciones Unidas que se encontraba en la zona socializando el Plan de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito.

Este frente, inicialmente liderado por Néstor Gregorio Vera Fernández, alias Iván Mordisco, guerrillero con más de 18 años en las filas de las Farc, fue visitado por Miguel Botache Santillán, alias Gentil Duarte, comandante del frente séptimo quien hacía parte de la delegación en La Habana y quien además participó en la X conferencia guerrillera en los llanos del Yarí. Duarte había sido enviado allí por las Farc para tratar de controlar la disidencia y encarrilarla hacia el proceso de paz.

Por el contrario, Gentil nunca regresó y se convirtió en el comandante de la disidencia. Algunos dicen que este experimentado guerrillero, conocedor de la zona, con fuerte influencia en otros frentes que tienen un papel importante en el cultivo y procesamiento de coca, se sumó a la disidencia tras el triunfo del No en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Adicionalmente, se han identificado otros focos de disidencias en el Meta, Caquetá, Vichada, Cauca y Nariño, que al parecer han empezado a articularse.

De acuerdo con testimonios de campesinos del departamento de Nariño, hace tan sólo unos días en la zona rural del departamento, un grupo de guerrilleros en otrora del frente 29 se presentaron como la nueva generación de las Farc.

Ante la incertidumbre que ha generado el alto nivel de incumplimiento por parte del Estado para implementar los puntos acordados en La Habana y renegociados a partir de los resultados del plebiscito del 2 de Octubre de 2016, las disidencias se vienen alimentando cada vez más de reincorporadas y reincorporados que deciden retomar el camino de las armas. Según la Silla Vacía,  en el mes de septiembre a las cuatro disidencias que lidera Gentil Duarte, se han sumado casi cien personas.

Las razones para tomar esta decisión pueden ser diversas, ya sean ideológicas o económicas, pero finalmente es una decisión que responde a una situación límite ante la aparente falta de voluntad del gobierno colombiano para asumir con dinamismo y responsabilidad el proceso de estos hombres y mujeres que se han dispuesto a transformar sus vidas. Se habla que son ya aproximadamente 480 integrantes de las disidencias, entre los que hay personas con liderazgo, formación ideológica y experiencia militar (como en el caso reciente de Edgar Mesías Salgado, alias Rodrigo Cadete, quien ya estaría intentando expandir la influencia de las disidencia hacia Neiva y Arauca), operando en 41 municipios y distribuidos en 15 grupos.

Es decir, el panorama no es alentador; a un proceso de implementación que presenta de forma sistemática retrasos, tropiezos y resistencias, se suman el permanente hostigamiento desde sectores políticos, así como la indiferencia de los grupos empresariales y la población especialmente urbana, quienes rechazan la posibilidad de una verdadera reconciliación y no aceptan la integración social y económica de las/os reincorporadas/os. En ese contexto, la tendencia será a que la disidencia aumente, y en esta medida se articule internamente como organización post-Farc o con otras organizaciones ilegales.

Si bien el tema de reforma agraria ha sido transversal a todos los capítulos de negociaciones de paz con grupos insurgentes, en el proceso actual con las FARC los incumplimientos por parte del gobierno implican componentes adicionales como son: la incapacidad para comprender la importancia que tenía para el grupo la desmovilización colectiva y no individual, la falta de articulación entre entidades involucradas en la implementación, la ausencia de los gobiernos locales como parte activa del proceso, la incapacidad para comprar tierras y financiar proyectos productivos, entre otros.

Por el otro lado, a las Farc se les podría responsabilizar por descuidar el trabajo pedagógico en sus integrantes, al haber concentrado una parte importante de su comandancia en la creación del partido político y dejando de lado el desarrollo de los procesos formativos, confiando demasiado en la “oferta institucional”. Asimismo, algunos –incluso al interior de la organización- critican el traslado de unos comandantes a zonas donde no tenían ascendencia, lo que llevó al debilitamiento de la cohesión de las estructuras.

Finalmente, en algunos Espacios Transitorios desapareció por completo la disciplina militar y con ella se fueron también el trabajo colectivo y la mística guerrillera; esa que cada mañana les invitaba a la división del trabajo en equipos hasta el final del día, cuando la jornada se cerraba con la hora cultural. Estas acciones colectivas fueron en el pasado los componentes identitarios que daban sentido a la vida de las y los reincorporados.

Hoy en día, consumen los días entre el tedio y la rutina de no tener mucho qué hacer. En algunos casos han empezado a instalar cocinas en las unidades de vivienda, un hecho aparentemente insignificante, pero que refleja el enorme impacto de la atomización y fragmentación de la vida colectiva que por años llevaron estas personas.

Y mientras algunos van perdiendo su identidad – que es una forma de morir-, otros efectivamente están muriendo, asesinados al regresar a sus familias, abordados por sicarios en motocicletas, o enfermos tras las rejas, a la espera de la amnistía prometida que meses después del plazo establecido no les ha llegado.

El contexto actual de negociaciones de paz con los grupos insurgentes tiene características muy particulares, entre ellas las que involucran el fenómeno del narcotráfico como componente histórico que durante las últimas cuatro décadas ha moldeado la sociedad y el Estado colombiano. No obstante, llama la atención que ante la oportunidad de transformación social y política se corra el riesgo de seguir repitiendo una historia cíclica de conflicto, violencia y desigualdad.

Da la impresión que la estrategia de la administración estatal para implementar los acuerdos es, una vez desarmadas las Farc, hacer todo lento, cansar a los negociadores, derrotar moralmente al opositor para que se resigne a observar cómo se evaporan y alejan las transformaciones por las que se levantó en armas. De esta forma, el Estado estaría reproduciendo una vez más el ciclo inofensivo del DDR - Desmovilización, Desarme y Reinserción- sin las verdaderas reformas de fondo que prometió este acuerdo.

Basta con reflexionar acerca del contexto en el que surgieron las Farc: a partir de un proceso de negociación con la insurgencia campesina (mayoritariamente liberal, pero con focos de influencia comunista), algunos sectores de la misma se mostraron desconfiados de cara a la negociación. En ese momento, guerrilleros como Manuel Marulanda Vélez (que se convirtió en inspector de carreteras durante el día y taxista de noche) se acogieron al Plan Nacional de Rehabilitación del gobierno de Alberto Lleras. Así, una parte del movimiento campesino armado pasó de ser una guerrilla de autodefensa a un movimiento agrarista, el cual empieza a ser asumido como una amenaza bajo la lógica anti-comunista de la doctrina de Seguridad Nacional. 

El dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado repitió hasta el cansancio que: “hay en este país una serie de repúblicas independientes que no reconocen la soberanía del Estado Colombiano…Hay la República Independiente de Sumapaz. Hay la República Independiente de Planadas...” Algunos meses después fue bombardeada Marquetalia al sur del Tolima, muy cerca de donde actualmente se encuentra el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación en el Municipio de Planadas.

En buena medida las supuestas repúblicas independientes se convirtieron en crecientes zonas de trabajo colectivo donde, como lo describe Alfredo Molano, las guerrillas previendo los operativos del Ejército se dedicaron a cultivar, a construir depósitos  para almacenar alimentos y pertrechos, a organizar la población civil bajo unas normas de convivencia, así como a adiestrar unidades y mandos militares.

Tras el escalamiento de la confrontación militar, en el esfuerzo del gobierno colombiano por eliminar las facciones armadas a través de bombardeos e invasiones militares, el resultado fue lo opuesto, ya que el movimiento campesino armado se consolidó en estos territorios y se crearon las Farc. Es decir, de alguna forma, las Farc nacen como una disidencia de un proceso de negociación de paz, tomando un sentido trágico el hecho de que puede todavía existir una “nueva generación de las Farc”.

Disidencias hoy… ¿y mañana?

Los sectores políticos que se han opuesto al proceso de paz, y en especial sus facciones más radicales, argumentan que la disidencia no es tal, que se trata de las mismas Farc, como una especie de brazo armado del partido político recién conformado. De esta forma, mantienen la línea argumentativa con la cual han explicado de manera revisionista el genocidio de la UP. Para estos sectores, el asesinato y la desaparición de miles de militantes se desarrolló bajo la dinámica de una supuesta combinación de todas las formas de lucha. Bien podrían retomarse aquí las palabras de Marx, refiriéndose a Hegel, cuando aclara que: “dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.

Hace unos pocos días se divulgó la noticia de una acción realizada por disidentes en cercanías de Cartagena del Chairá (Caquetá), en donde escribieron con aerosol “Farc-EP” sobre varios vehículos de transporte público. En determinado momento, si el desarrollo de la implementación sigue el curso que está tomando, no es descabellado afirmar que la disidencia dejará de serlo, pues retomará con legitimidad y fuerza las banderas históricas de la guerrilla de las Farc. Dejando en un estado de vulnerabilidad y riesgo inminente al naciente partido de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, reviviendo con vigor el fantasma de lo ocurrido con la UP. 

En todo proceso de paz es comprensible la emergencia, al interior de los actores armados, de sectores inconformes con el proceso, las negociaciones y los acuerdos logrados. Comprender su naturaleza, sus lógicas y dinámicas permite identificar las estrategias y voluntades de cada uno de los actores de acuerdo con su tiempo histórico. Haciendo honor a los indicadores, como en el pasado lo hizo Juan de la Cruz Varela, hoy Timoleón Jiménez en cabeza de las Farc ha demostrado voluntad y cumplimiento al anhelo de paz. Así mismo, como en su momento lo hizo el gobierno de Rojas Pinilla, el de Santos ha puesto en marcha la estrategia de dilatar llenando de artilugios cada uno de los componentes del acuerdo.

La crisis más reciente ha surgido por la oposición de sectores políticos del Centro Democrático y Cambio Radical a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Paradójicamente, el gobierno del premio nobel de paz lo que está cultivando con su accionar de cara a la implementación, es mantener y fortalecer la supuesta “cultura” de la violencia entre colombianas/os, como si fuera un virus anquilosado en nuestra identidad como nación, o aún peor, llevándonos paulatinamente a la resignación equivocada de creer que se trata de un componente genético de lo que somos –y seguiremos condenados a ser- como sociedad.

Ante la falta de voluntad del gobierno que firmó los compromisos para acercarse a la paz, es poco probable lograr despertar y articular un respaldo desde los diversos sectores de la sociedad (organizaciones de la sociedad civil, el sector empresarial, las universidades, organizaciones internacionales, otras organizaciones guerrilleras, las fuerzas militares, entre otros) que permita dinamizar la implementación y en consecuencia retomar el rumbo.

Desafortunadamente, todo parece indicar que de disidencia en disidencia, seguiremos siendo una sociedad disidente de la transformación no violenta de nuestra propia realidad.

 

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