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Dejar morir

Columnista invitado
06 de julio de 2017 - 06:08 p. m.

Por: César Augusto Muñoz M*

“Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. Pero entre ese hambre repetido, cotidiano, repetida y cotidianamente saciado que vivimos, y el hambre desesperante de quienes no pueden con él, hay un mundo de diferencias y desigualdades”. El Hambre por Martín Caparrós.

En un par de horas cuando termine de escribir este artículo, saldré a trotar una hora, luego me sentaré a la mesa, desayunaré y como todos los días; caminaré un par de cuadras, tomaré un bus, llegaré al trabajo, prenderé el computador, revisaré el correo, haré algunas tareas atrasadas y pasado el tiempo, volveré a buscar otro alimento y así seguiré hasta terminar la jornada. Nada excepcional, todo hace parte de la vida cotidiana. Cada acción que realizo tiene la energía suficiente por la provisión de alimentos y líquidos.

En estas mismas horas, 1.546 prisioneros exguerrilleros de las Farc -Ep, de los cuales 148 son adultos mayores y 49 mujeres, entre ellas Mayerli Becerra Muñoz madre lactante de un bebé de cuatro meses de edad, están en estado de cetosis, luego de 11 días de huelga de hambre. Esto quiere decir, que sus cuerpos llevan varios días comiéndose a sí mismos para obtener la fuente de energía necesaria para vivir, dañando de manera severa los órganos vitales y el sistema inmunológico. En este estado la probabilidad de morir es muy alta.

No alcanzo a dimensionar lo que pueden estar sintiendo esos cuerpos, no me puedo poner en los zapatos de ellos, no tengo una experiencia de dolor que me permita describir lo que significa morir lentamente mientras el cuerpo es devorado por sí mismo, teniendo la cura a una decisión de distancia. Lo que tengo claro es que la posibilidad más alta para estas personas es que no pase nada, que lleguen a un punto donde la muerte sea inminente y no exista ningún tipo de solución.

El hambre como lo ha afirmado el periodista Martín Caparros “es el mayor fracaso del género humano” y sucede con la precisión de un reloj. Cada hora mueren en el mundo alrededor de mil personas, principalmente porque son cuerpos, vidas que no importan lo suficiente.

En este caso, la decisión de los prisioneros de la exguerrilla más grande de América, luego de entregadas todas las armas, ha sido utilizar sus cuerpos presos como mecanismo para que su libertad importe. Contradiciendo de la manera más elemental el debate leguleyo en el que nos hemos incrustado como nación para conseguir la paz. Esos cuerpos que cada día pierden más capacidad de acción están dejando un mensaje que debería ser evidente para el país. Más allá de los acuerdos, las leyes y los decretos, -la vida, la muerte, la libertad- depende de las decisiones y las voluntades de otros.

Seguramente, al terminar de leer esta columna, no suceda nada pero por lo menos se debe dejar constancia que mientras unos leemos, andamos, escribimos, caminamos y somos indiferentes, otros se alimentan de esa indiferencia para “hacer vivir y dejar morir”.   

*Integrante de Asfaddes

 

 

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