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Carta a un detractor del proceso de paz, por Miguel Hernández

Quizá no podamos quitarle esa pena, ese dolor que le causó la guerra, no sabe cuánto lo siento, pero por favor, trate de pensar en nosotros, en mí, que soy joven, que estoy estudiando, que sueño con tener una familia aquí

Miguel Hernández Franco*
30 de junio de 2016 - 01:17 a. m.

Mire, en este país desde muy niño me han dicho que hay que odiar a las Farc, a la guerrilla, a los paracos, a Uribe, a los que están en contra de Uribe, a la extrema izquierda, a la extrema derecha, a Robledo, a Santos, a Petro, a los corruptos, a Pablo Escobar, a Carlos Castaño, al Procurador, al ELN, ódielos a todos, mijito, que esos lo que son es unos desgraciados, oí decir tantas veces. Y me acuerdo de la rabia de mi mamá explicándome qué era una pesca milagrosa, o mi papá avergonzado contándome por qué secuestraban y masacraban y por qué las noticias eran tan terribles, y bueno, yo sé que usted también recuerda, usted lo sabe.

Yo crecí odiando y conforme se fue formando mi criterio odié más a unos que a otros, provoqué, insulté, critiqué, juzgué, rechacé. Odié tanto, tanto, tanto, que incluso convencido de que la vida siempre debe ser una prioridad, una parte de mí, oscura y oculta, se alegraba maliciosamente cuando a Pepito Pérez le iba mal, o cuando daban de baja Fulano, o cuando capturaban a Mengano, porque así opera el odio: se nutre de la miseria de quienes odiamos.

No nos llevamos bien. No tenemos por qué llevarnos bien. Hemos tenido que tomar decisiones difíciles para cuidar a los nuestros, porque cuando hay tanto odio no queda de otra: algunos han tenido que salir corriendo, a otros los han masacrado, hay unos que ni sabemos dónde están, todos hemos sido tocados por el odio en algún momento, en mayor o menor medida, según la suerte principalmente, pero a todos nos ha tocado, todos odiamos a alguien, y hay culpa en todos los bandos.

Yo sé que no es fácil hacer las cosas diferentes cuando llevamos tantas generaciones haciéndolas de una manera determinada. No hay motivos para culparlo a usted por no querer hacer esto, por no creer en esta paz, por llamar al odio y a la guerra, de seguro usted ha sufrido mucho más que los que sí le apostamos a esto y nadie nunca ha tenido la mínima decencia de pedirle perdón: el rencor tiene formas sutiles de carcomer el alma. Créame que en medio de todo, en medio del odio que me resisto a sentir por usted que no quiere creer en la paz, yo lo entiendo. Yo también siento ese odio en ocasiones. No vale la pena.

Es posible que no haya manera de repararlo: hay errores que no tienen solución, esos son los que más duelen. En las guerras se cometen muchos de esos, no por malos, no por odiosos, sino porque no hay de otra, porque las circunstancias así lo demandan y hay que hacer lo que toca hacer. Quizá no podamos quitarle esa pena, ese dolor que le causó la guerra, no sabe cuánto lo siento, pero por favor, trate de pensar en nosotros, en mí, que soy joven, que estoy estudiando, que sueño con tener una familia aquí y no en otro lugar, porque aquí nací y en medio de todo me gusta y estoy seguro de que a usted también. Piense que todavía no he tenido la oportunidad de llevar a mis futuros hijos a pasear por las montañas, a la costa, al Amazonas, a ver ballenas, a los nevados; piense que sus nietos van a poder vivir en un país diferente, en un país sin odio, en un país en paz. Por favor, regáleme la posibilidad de soñar que voy a poder contarles a mis hijos historias de su país que no me hagan estremecer de vergüenza o miedo.

Esto que pasó hoy no es el fin de la guerra, ni de los problemas, ni de la corrupción, ni mucho menos del odio. Aún queda mucho por sanar, desafíos por superar, problemas por solucionar, hay tanto por amar aún. Lo más probable es que nada de esto quede en sus manos, los retos que tenemos por delante los asumiré yo, y los asumirán todos los jóvenes que hoy nos preparamos para recibir el país que usted nos va a entregar. Es el ciclo de la vida, nada más y nada menos.

No le tiene que caer bien Santos, no le tienen que caer bien las Farc, no le tiene que gustar Uribe, no tiene que estar con Petro, seguir a Marx, creer en Dios, esto no se trata de ellos; se trata de mí, que bien puedo ser su hijo, su nieto, su sobrino, su ahijado, y que como usted, también quiero quedarme, y tener una familia, y tener amigos, y vivir feliz, y en paz. Yo sé que es difícil confiar cuando no conocemos nada distinto al odio y al dolor y a la sangre y a la amenaza, no dan ganas de confiar, no se merece la confianza, yo entiendo, de verdad que a mí también me cuesta, pero confíe, no en ellos, no en las Farc, no en Santos, confíe en mí, que me estoy preparando para lo que viene, confíe en nosotros, los jóvenes, los que queremos y podemos hacer de este un país distinto. Espérenos un poco más, que prepararse para la vida toma tiempo, pero espérenos y confíe en que llegaremos y que esto que usted puede entregarnos hoy al confiar en la paz va a salir bien, confíe en que va a dejarlo en buenas manos.

Pero, por favor, no nos quite la esperanza.

 

Estudiante de Estudios Literarios y Ciencia Política. 

Por Miguel Hernández Franco*

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