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Haciendo País

Basura y cultura política

Camilo Álvarez
11 de febrero de 2018 - 03:02 p. m.

El titular es “La ciudad más importante del país está colapsada por las basuras”, con tintas de emergencia ambiental y sanitaria los argumentos oscilan entre dos modelos para la recolección y el tratamiento de las basuras, un modelo que prefiere los empresarios privados y un modelo que prefiere una empresa pública. La disputa entre los dos modelos -que es potente- se traduce en retórica y acusación permanente, y como en otros temas, se vuelve desde el poder la manera de asumir los problemas sin enfrentarlos. Así, quien lleva más de 2 años en el palacio de Liévano dice que la crisis de hoy es culpa de su antecesor por cambiar el modelo y el exalcalde dice que el actual burgomaestre está favoreciendo intereses de lucro. Pero las basuras son evidentes tanto como la propagación de enfermedades y roedores. El rol de la cobertura de los grandes medios es más benevolente –comparado con el tratamiento a la crisis de 2012- y además de los trabajadores y trabajadoras de aguas de Bogotá despedidos, la movilización ciudadana es más bien nula, esto último me lleva rondando las ideas acerca de nuestro comportamiento como sociedad. En el conjunto residencial en el que habito, por ejemplo, el cuarto de basuras ya estaba saturado el segundo día. Cuando nos encontramos entre vecinos en las mañanas nos identifica la mirada bogotana -o colombiana- de inconformismo, esa que va a acompañada de un “Humm, esto es terrible!” y ese es tal vez el tope de indignación posible.

Los trabajadores del edificio que conviven todo el día cerca al cuarto de basuras, son los primeros afectados, se notan entonces los primeros cambios: el abrebocas es un tapabocas, acercar a los recicladores conocidos para que se lleven lo que se puede reutilizar y vender, Y esperar… porque si algo han hecho las EPS con mis vecinos es aprender a esperar para volverlos pacientes. El fin de semana hubo corrida de toros y quienes vivimos alrededor fuimos cercados de nuevo. Más de 1000 uniformados -dicen los medios- se disponen al cuidado de la fiesta brava; una película de Hollywood es filmada en el centro internacional y el batallón guardia presidencial, policía militar y contratistas de logística cierran otra parte del centro para que en tiempos de paz “evitemos heridos en explosiones controladas”. La circulación entonces, aun siendo domingo se vuelve caótica y las bolsas de basura crecen haciendo muros, antecediendo las vallas de los toros y la filmación de la película parecen un primer cordón de trincheras. El centro es una batalla campal con fuerza pública y privada, pero a la basura no hay quien la defienda, no hay quien mueva un dedo. Aun en emergencia sanitaria y ambiental la prioridad de la fuerza pública es cuidar el <entertainment> de otros. La semana empieza. Con algunos de mis vecinos intentamos regular el consumo de productos que generen más residuos, separamos las basuras mejor que la semana anterior. Sin embargo aunque pasó un camión durante la noche, el entorno sigue siendo cada vez peor y la espera más larga.

Pienso si esta es una escena más de nuestro Macondo que nos puede dar claves acerca de lo que somos. Hago un símil con la percepción de lo que acontece en nuestra coyuntura electoral: las basuras, como la corrupción, nos cuestan miles de millones a los ciudadanos y por ello los intereses son gigantes. El rechazo es igual o peor frente a lo que sucede, el “humm, esto es terrible” es el estribillo tarareado, las campañas se mueven entre las acusaciones y la búsqueda de culpables para aplicar una ley que no existe. Los problemas nos pasan de largo entre el trajín del trabajo y la rabia que no se traduce en cambios.

Así, lo que importa parece pasar a un segundo plano rápidamente aunque nos inunden las ratas y las cadenas de whatsapp digan más acerca del más allá de las fronteras, como si nuestra excusa de no vivir mejor fuera la miseria de otros lares.Las manos del cambio aún son pocas, o no nos vemos, o no nos conectamos estando más conectados que nunca.

La antesala de un país que está cambiando se mide también por el estado emocional, si el inconformismo no se traduce en acciones, si la esperanza no se materializa en cadenas humanas la responsabilidad será parte de los comentarios de los viernes y no en la ruptura de los ciclos. Asombra ver los datos de cómo mientras crece la basura en Bogotá toneladas por hora, los transeúntes se acomodan cambiando su ruta o mirando más hacia arriba. Pienso si es parte de nuestro acervo adaptarnos a lo inadaptable. Si la caverna hoy equipada con tanta tecnología no permite que el sentido común sea el que fluya: Nadie va a limpiar lo que hacemos sino empezamos por nosotros mismos.

Hacer, por ejemplo de la vecindad más que un manual de convivencia una sociedad en crecimiento, entender el poder no como el control de espacios sino como el servicio de ordenar el territorio para quienes lo habitamos. Siempre existirá una relación con el poder y la responsabilidad en los problemas sociales, en este caso el poder político y administrativo; pero también está ese otro rostro, en este caso como ciudadanos, creo que eso que repetimos: “la paz empieza por casa” es la misma idea en este sentido, porque ni con la paz, ni con las basuras, ni con la cultura política sirve la abstención, hay que participar para diferenciar entre lo que es un desperdicio y lo que se puede transformar.

 

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