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Los misterios de la guerra en la selva

Mientras se implementa el Acuerdo de Paz, en territorios del bajo Guaviare empiezan a conocerse los secretos mejor guardados de la forma como sobrevivieron combatientes y civiles durante la confrontación.

Edinson Arley Bolaños / @eabolanos
27 de marzo de 2017 - 10:13 a. m.
Campamento de recepción en la zona veredal de Charras (Guaviare), donde se concentran 300 guerrilleros.  / / Fotos: Mauricio Alvarado.
Campamento de recepción en la zona veredal de Charras (Guaviare), donde se concentran 300 guerrilleros. / / Fotos: Mauricio Alvarado.

La ley

La camioneta en la que se moviliza el segundo comandante del frente 44 de las Farc, Jhon Edier, estuvo escondida durante 12 años en la selva. La engrasaron toda, la taparon con caucho grueso, la cubrieron con hojas y luego la enterraron. Conocen tanto la selva que pasó la guerra y la encontraron. De un solo chasquido encendió la Hilux modelo 98.

Secretos de la selva que nos encontramos caminando el bajo Guaviare junto con la Expedición Colombia, Ciencia y Paz, que también exploró esa capacidad de malicia y resistencia de campesinos e indígenas.

Puedes ver aquí el especial de la expedición científica al Guaviare. 

Jhon Edier Rodríguez estaba en la zona veredal de Charras, donde la comisión de científicos de cuatro universidades del país hizo una parada de tres días para indagar qué piensa la insurgencia de la investigación científica en estos territorios. Es oriundo del Tolima, llegó en los años 90 al Guaviare y fue designado por la guerrilla para hacer pedagogía de los acuerdos de paz a nivel veredal. En octubre pasado, fue quien le mandó razón al campesino Leonardo García Cubides, que podía regresar a la vereda Cumare (Guaviare), después de 14 años de destierro.

A García Cubides lo encontré en su otra finca del Plan de Cumare, a tres horas por trocha desde San José. Le estaba limpiando la maleza y haciendo un corral para meter 150 reses que compró cuando supo que podía regresar. La posesión de donde salió desplazado junto con su familia en 2003 queda a la orilla del río Guaviare. La Sirena, se ha llamado siempre. Ahí empieza la carretera que la guerrilla y la comunidad construyeron hacia la vereda Ceiba (Meta), Charras (Guaviare) y la inspección de Tomachipán.

“Como la guerrilla estaba haciendo la trocha, tenían unos cien carros y máquinas en la finca de nosotros, pero en la mata, en la selva”, contó García Cubides. Una madrugada de 2003, en un operativo de la Fuerza Aérea y el Ejército, la maquinaria fue destruida y bombardeada, y los hermanos García Cubides y su mamá terminaron acusados por las Farc de ser informantes del Ejército.

A raíz de eso, la guerrilla hizo una reunión en la escuela del Plan de Cumare y le preguntó a la comunidad cuál opción escogía: si los desterraban o los ajusticiaban. La mayoría votó por el destierro. Ese día salieron desplazados hacia Villavicencio. Leonardo García tenía 25 años. Hoy, 14 años después, vuelve a encontrarse con el comandante Jhon Edier, esta vez para aceptar la devolución de su finca de 800 hectáreas.

“En los acuerdos de La Habana está escrito que esos terrenos, como una manera de reconciliarnos, vuelvan a sus dueños. Y no solamente ese. Se está llamando a otros propietarios para entregarles sus predios”, explicó Jhon Edier.

A los García Cubides, como desplazados en Villavicencio, el Estado los reparó con una casa para cada hermano y una finca de 8 hectáreas en la hacienda La Argentina, la finca de Gonzalo Rodríguez Gacha, en extinción de dominio y ubicada en San Martín (Meta). La que fuera la mansión del capo de las pistas clandestinas de la mafia en el Guaviare, Meta y Caquetá.

La manigua

Cuando intentaron matar al Negro Acacio, el 26 de mayo de 2001, Albeiro Córdoba, el primer comandante del frente 44 de las Farc, fue dado por muerto. Fue un enigma para las autoridades judiciales y sólo hasta hace dos años se conoció una foto de su rostro. No gusta de entrevistas, pero quienes lo rodean conocen muy bien cuáles fueron sus astucias en la selva librando la guerra. Eso comentó Jhonatan, un guerrillero del Valle del Cauca que estaba en la zona veredal de Charras.

Fue uno de los hombres más sagaces de la guerrilla. Cuando llegaron los años del Plan Patriota y con él los bombardeos aéreos, aplicó lo que heredó de Tirofijo: les ordenó a las unidades del frente 44 que no encendieran linternas, no prendieran fogones y no fumaran. Los centinelas de turno marcaban el camino con cuerdas de bejuco para tocarlas en medio de la noche y caminar seguros. No dejaban caminos abiertos, pues cuando llegara el Ejército un grupo de diez lo combatía en lo que llamaban una cortina, mientras los otros salían a buscar otra zona. Así resguardaron por varios años al Mono Jojoy, quien fuera el máximo comandante del bloque Oriental de las Farc.

Estaban en Guaviare unas semanas, de ahí pasaban a Uribe (Meta), luego a los Llanos del Yarí y después al Pato Guayabero, en San Vicente del Caguán (Caquetá). Eso contó un exguerrillero que estaba de paso en la zona veredal de Charras. Él pidió la baja hace seis años y ahora sólo tiene una urgencia: encontrar a la familia de dos hermanos de Neiva (Huila) que fueron retenidos por el bloque Oriental y ajusticiados por orden del Mono Jojoy. Sabe en qué parte de las sabanas del Yarí (Caquetá) quedaron enterrados los comerciantes de abarrotes acusados de ser informantes del Ejército.

La vida

En la vereda El Plan de Cumare, a pocos metros de la escuela donde hay un cementerio fantasma, está enterrado el otrora comandante del frente 44 de las Farc, alias Venur González. La maleza ha tapado las tumbas de muchos difuntos. La del comandante resalta porque es un altar enchapado en cerámica, pero no tiene nombre.

Por esa zona y parte del bajo Guaviare opera el grupo de 100 combatientes de las Farc que no se acogieron al Acuerdo de Paz. Lucen el mismo camuflado verde, camisa esqueleto, fusiles y botas de caucho.

La expedición se los encontró en plena selva de la vereda Mata de Bambú. Quien se presentó como comandante del área fue alias Richard, me contó Sebastián Gómez, el coordinador de esta travesía. Sin embargo, el jefe de todos los armados es alias Iván Mordisco.

Durante la conversación, Richard le contó a Sebastián que iban a continuar haciendo presencia en la zona, evitando la pesca de foráneos, la tala y caza indiscriminada, controlando los impuestos y la seguridad de la zona, ante la amenaza de los paramilitares, que han anunciado su ingreso desde San José del Guaviare. Los combatientes que están en la zona veredal de Charras afirman que ese grupo de insurgentes no se llaman disidentes sino delincuentes.

Los disidentes ya han realizado reuniones con la comunidad para repartir un folleto de 26 páginas con un titular: Resistencia, frente primero Armando Ríos Farc-EP. Sin embargo, los campesinos no quieren una nueva revolución armada.

En 2002, los paramilitares llegaron a Charras y se dirigieron hacia Cumare. Muchos de los campesinos cogieron lanchas y se desplazaron río abajo hasta que pasaron los enfrentamientos entre el frente 44 y la gente de Pedro Oliverio Guerrero, alias Cuchillo. A los dos días, la guerrilla le pidió a la comunidad que recogiera los cuerpos y los enterrara. Ahí en ese cementerio perdido en el monte, y otros, en fosas comunes que aún son un misterio.

Cuando llegamos al centro poblado de Charras, mientras buscábamos a Pedro José Hernández, suena a todo volumen una canción como un eco adolorido de un destino que para los campesinos fue lo que les tocó. “De paisano a paisano, del hermano al hermano por querer trabajar. Nos han hecho la guerra patrullando fronteras, no nos pueden domar… He pasado la vida explorando otras tierras para darle a mis hijos un mañana mejor”, dice el norteño de la agrupación Los Tigres del Norte de México.

Pablo José tiene 70 años y llegó en 1969 a esta tierra. Estaba en el cementerio de la vereda limpiando la tumba de Jhon Fredy Hernández Montaña, su hijo, que fue asesinado junto con otros dos campesinos por los paramilitares de Cuchillo el 3 de septiembre de 2000. Han pasado 17 años del fatídico hecho y el dolor sigue contenido en su garganta. Aun así, con todos los dolores, este agricultor, quien perdió 260 reses en la guerra, levantó su negocio y su finca, y aquí dice que morirá.

Ese día lo acompañaban dos campesinos, quienes intentaban señalar algunos matorrales donde quizá hay difuntos enterrados a escondidas en las noches frías de la guerra en la sabana. Regresaron al camposanto después de años sin visitarlo. Lo hicieron para hacer un homenaje a quienes aún buscan a sus familiares que están sepultados ahí.

Por Edinson Arley Bolaños / @eabolanos

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