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Se cumplen 20 años del observatorio de paz fundado por excombatientes de los años 90

Crearon varios programas de educación con la idea de traducir la paz en acciones cotidianas y han promovido la no violencia. Ahora quieren aportar sus conocimientos en la etapa de posconflicto. Piden al Estado aplicar programas de reconstrucción social de forma consistente y organizada.  

Susana Noguera /@011Noguera
06 de enero de 2017 - 03:29 p. m.
Con el auspicio de la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, el Observatorio para la Paz ha realizado el Proyecto Piloto Irene: Mujeres, Reconciliación y Paz como cultura / Observapaz.
Con el auspicio de la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, el Observatorio para la Paz ha realizado el Proyecto Piloto Irene: Mujeres, Reconciliación y Paz como cultura / Observapaz.

El golpe de los platos de cerámica sobre el piso causó un sonido agudo que hizo que muchas mujeres se asustaran. Algunas de ellas habían titubeado cuando, durante un taller del Observatorio para la Paz, les dieron un hermoso plato nuevo y luego les pidieron que los rompieran. Para muchas era un pequeño lujo que les hubiera gustado tener en su cocina. Más tarde muchas contarían que mientras se agachaban a recoger los pedazos recordaban diferentes episodios de violencia que las hicieron sentir así: rotas, humilladas, inservibles.

La siguiente parte del ejercicio era pegar los pedazos, pero no con el objetivo de esconder el hecho de que el plato se había roto. La técnica artística se concentraba en crear una pieza completamente nueva que usara sus cicatrices para mostrarse aún más bella. Algunas ponían escarcha en las partes resquebrajadas o algún color brillante. A veces la pintura se diluía un poco con las lágrimas que alguna derramaba. Entonces todas paraban, la abrazaban, la consolaban y luego seguían.

Con delicadeza y esmero las mujeres campesinas, excombatienes y amas de casa recompusieron los platos y cuando terminaron ya no lo veían como una pieza de fábrica perteneciente a una determinada marca, ahora ese plato estaba hecho por ellas y para ellas. La superficie ya no era lisa, fría y perfecta, ahora estaba llena de grumos, pegante, recuerdos y experiencias. Era aún más bella.

Este ejercicio fue una adaptación que hizo el observatorio de una técnica japonesa llamada Kintsugui, que traduce carpintería de oro. Ese Kintsugui criollo hace parte de un proyecto piloto llamado Irene: Mujeres, Reconciliación y Paz como cultura. El proyecto busca integrar a las comunidades afectadas por el conflicto, incluyendo a víctimas, excombatientes y otros ciudadanos como actores esenciales de la paz.

El observatorio está liderado por Vera Grabe, antropóloga, doctora en Paz de la Universidad de Granada y excombatiente del M-19. Ella afirma que el proyecto es un desarrollo de los procesos de paz de la década de los 90.

En 1996, cuando la estrategia contrainsurgente estaba en pleno auge y se creaban diferentes estructuras paramilitares por todo el país, nació el Observatorio para la Paz que busca estrategias para aterrizar la paz a las vidas cotidianas de quienes han vivido la guerra. Ahora que acaba de cumplir 20 años, su meta es poner la experiencia acumulada a disposición del actual proceso de posacuerdo.

Vera Grabe afirma que una de las lecciones aprendidas, y que sería vital para el país en los próximos años, es la importancia de resolver los conflictos de baja intensidad en los hogares, escuelas y pueblos. “La meta es demostrar que la paz es una posibilidad para la vida cotidiana. Hemos comprobado que los procesos sí transforman a los seres humanos, pero sin esfuerzos generalizados no se crean cambios estructurales”. Por eso, afirma, el reto en esta etapa es poner en práctica programas, herramientas y propuestas de forma generalizada y recurrente.

Estas conclusiones surgieron tras dos décadas de estudio de diferentes procesos de paz. La Corporación al principio era un grupo de académicos que rastreaba los métodos de diferentes países del mundo. Con el tiempo reunieron estrategias de reconstrucción de relaciones comunitarias y las adaptaron a la realidad colombiana. Fue así como surgió el bachillerato pacicultor (los graduados hacen énfasis en construcción de paz), la paciliteracia (un método flexible de enseñanza a leer), Irene y otros proyectos que buscaban mitigar las violencias en los hogares, escuelas y barrios. Todas estas estrategias educativas son flexibles y permiten que adultos y jóvenes aprendan a leer, terminen el bachillerato y desarrollen sus capacidades como líderes comunitarios.

“La idea inicial era crear un espacio donde todas las organizaciones de desmovilizados nos encontráramos a pensar la política de paz. Entre todos éramos más de siete mil desmovilizados. Para seguir profundizando en lo que era un real proceso de paz, todo lo que sigue después de la firma. El hecho de haber estado en la guerra da otras miradas, como unos lentes distintos para ver la realidad. Existe una reivindicación muy fuerte de que nosotros tenemos un papel importante para jugar en el país”, explica Ildefonso Henao que estuvo casi 20 años en la guerrilla del EPL y participó en los inicios del observatorio.

Henao y otros fundadores del proyecto explican que éste es parte del desarrollo de la paz de los años 90. “El primero de los desafíos que enfrentamos, y que todavía seguimos enfrentando, fue darle un sentido diverso a la paz. Dar a entender que hay muchas rutas para construirla. La paz es una ciencia que se estudia, se investiga, pero sobre todo, se aplica a la vida real”, añade Vera Grabe.

Con estas ideas como piedra angular, el proyecto ha logrado impactar a miles de personas en diferentes partes del país. Entre 2003 y 2016 desarrollaron el proyecto Escuelas Itinerantes de Paz en el que incluyeron a 550 niños, niñas y jóvenes de Medellín, Bucaramanga, Bogotá, Cúcuta, San Agustín y Soacha. La idea es ocupar el tiempo libre de los muchachos con eventos culturales y así alejarlos de la violencia y el expendio de drogas. En ese mismo periodo de tiempo el proyecto graduó a más de 3.600 personas del Bachillerato Pacicultor, en método flexible y enfocado a las necesidades territoriales. Actualmente hay 240 personas estudiando con este método en Neiva, Quibdó y Buenaventura.

Entre 2005 y 2014 más de 34 mil familias participaron en el programa Meterse al Rancho por la Paz. El proyecto, en el que además participaron 510 educadores y terapeutas, buscaba entrar a los hogares para promover cambios en la forma como se relacionan las familias para prevenir y desarticular la violencia familiar y al fortalecer de prácticas de convivencia no- violentas.

Afianzar esas relaciones es vital para crear una nueva realidad en paz. Así lo pudieron constarar las mujeres que participaron en Irene. Se presentaron simplemente como mujeres de diferentes municipios después de conocerse a fondo, entender sus miedos y potenciar sus virtudes se enteraron del grupo armado al que pertenecieron o el hecho del que fueron víctimas. Para entonces ya era demasiado tarde para que el rencor dañara su amistad. 

La experiencia con las mujeres

Sin proponérselo, el observatorio desarrolló un fuerte enfoque de género porque muchos de los asistentes a los proyectos que iniciaban eran mujeres. “Trabajar la paz como transformación cultural nos ha permitido ver todas las violencias culturales desde el género. Las exclusiones, la cultura patriarcal, las injusticias todo se hace evidente porque te les metes al rancho y abordas la vida cotidiana”, explica Vera.  Al entrar en contacto con esas realidades crearon herramientas que permiten abordar todas esas violencias derivadas del género y al mismo tiempo hacer un ejercicio incluyente con los hombres.

En el caso del Bachillerato Pacicultor, por ejemplo, las profesoras se encontraron con que muchas veces las mujeres tienen que enfrentarse a sus compañeros porque no quieren que estudien para que no descuiden las labores domésticas o porque creen que con la educación la mujer será superior a él.

En esos casos pueden suceder varias cosas: o ella renuncia al estudio y vuelve a su esquema tradicional, o el hombre entiende y cambia gradualmente sus actitudes machistas, o las parejas se separan. Es decir, ese proceso de paz crea transformaciones y mueve el sistema. Eso obviamente afecta todo el entorno familiar. “Eso es lo importante de la pedagogía de la paz como cultura: permite entrar a la entraña de la violencia para sacarla de raíz. También ayuda a encontrar esas prácticas de paz que las personas desarrollan de forma innata para contrarrestar la violencia que han vivido”, explica Vera.

Los diferentes proyectos han estado respaldados por el Ministerio de Educación, el ICBF, el Ministerio del Interior, así como entidades no gubernamentales. El Bachillerato Pacicultor, por ejemplo, es política pública del ICBF. Eso, dice Vera, es muy importante porque muestra que el Estado está permitiéndose una mirada diferente y asumiendo el rol que le corresponde. Sin embargo, los integrantes del observatorio sienten que los esfuerzos han sido aislados e intermitentes y por lo tanto no han tenido el impacto estructural que podrían tener.

Todo esto deja entrever la gran experiencia que tiene Colombia en proyectos de construcción de paz. Por eso al hablar de posconflicto los integrantes del proyecto explican que el reto no es inventarse lo ya inventado sino aplicar de forma rigurosa los planes y estrategias que ya están construidos y probados.

Por Susana Noguera /@011Noguera

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