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Haciendo País

“Las cosas van a cambiar, los esfuerzos han sido inmensos”: Tanja, la holandesa de las Farc.

En las filas de las Farc hay 83 extranjeros, según el más reciente censo de la Universidad Nacional. ¿Qué piensa esta holandesa de los tiempos que vienen y los días de guerra que deja atrás, luego de 15 años? Entrevista.

Pablo Navarrete
13 de julio de 2017 - 03:30 p. m.
Tanja Neijmeijer cuenta que los momentos más duros del proceso de negociación entre el Gobierno y las Farc se dieron en medio de los encuentros con las víctimas del conflicto armado./ Fotos: Joseph Borja y Boris Guevara
Tanja Neijmeijer cuenta que los momentos más duros del proceso de negociación entre el Gobierno y las Farc se dieron en medio de los encuentros con las víctimas del conflicto armado./ Fotos: Joseph Borja y Boris Guevara

Caminaba segura por el campamento sin descanso, abrazaba a sus compañeras guerrilleras aunque siempre parecía estar seria.

La guerrillera holandesa Tanja Neijmeijer, o Alexandra Nariño, como se hace llamar, lleva 15 años vinculada a las  Farc-Ep. Su extraña belleza sobresale en los montes que por tantos años han sido testigos del conflicto armado; y aunque  en principio cuesta trabajo hablarle, por su aparente frialdad, en medio del ocupado ‘día a día’ de la agenda para el posconflicto del Bloque Occidental Alfonso Cano aceptó hablar en exclusiva.

Los primeros pasos

En el 2.000 estudiaba lenguas y culturas romances en la Universidad de Groningen -norte de Holanda-; eso implicaba el aprendizaje de literatura hispanoamericana, historia, traducción y filología. Me gané una beca de intercambio por un año en Granada –España-, estudiaba arte latinoamericano, historia del franquismo y hacía teatro.                  

Cuando volví a Holanda me faltaba mi año rural, entonces me ofrecieron un trabajo como profesora de inglés en Pereira, Colombia. Apareció en un periódico estudiantil en Holanda, decía: Necesitamos profesora en Pereira dentro de 15 días. Fue un 15 de diciembre y necesitaba hacer el trámite de la visa y el papeleo para que yo pudiera viajar en ese corto tiempo. Era un trámite bastante largo y  logré hacer eso en 15 días; pero no tenía idea que en Colombia existía el conflicto armado ni por qué existía. Simplemente dije: -Colombia, Latinoamérica, eso es lo que necesito-. Tres días antes de partir fui por la visa, en el consulado y me dijeron: “Señorita, nosotros estamos obligados a contarle que en Colombia hay una guerra civil”.                       

Me asusté, les conté a mis papás, pero al mismo tiempo dije: -si hay colegios que necesitan profesores de inglés, debe haber gente que tiene vidas normales, a pesar de la guerra-. Decidí venirme, y si las bombas me caían en el aeropuerto, pues volvía a Holanda. Esa fue la promesa que les hice a mis papás.                                             

Consistía en investigar el aprendizaje del inglés en niños hispanohablantes, y cómo se podía fortalecer y acelerar el proceso del inglés en los niños. Era una especie de intercambio estudiantil. Empecé a descubrir la guerrilla, la realidad social y económica de este país. Yo no sabía nada de Colombia, el mundo se me abrió.                                                  

¿Sus papás eran de izquierda?                       

No, vengo de una familia católica, mis papás son campesinos, vivía en un ambiente profundamente intelectual. Era una familia promedio, que vivía en un pueblo pequeño de Holanda.                       

 ¿Cómo se imaginaba a Colombia cuando vivía en Holanda?                       

Me imaginaba un país bombardeado, donde los cohetes volaban por el aire, pensaba que me iban a querer hacer daño inmediatamente aterrizara el avión, pero cuando llegué vi que de guerra no había nada. Llegué a Bogotá, después a Pereira, donde empecé a investigar, me movía en círculos de gente con mucho dinero, trabajaba en uno de los colegios campestres más caros.

Veía mucho ejército en las calles, pero la guerra la comencé a descubrir en la televisión donde empecé a ver a esos ‘terroristas’ que diariamente hacían atentados y secuestrando gente. Esos ‘terroristas’ eran las Farc.                       

Yo decía: “qué cosa tan rara, ¿por qué existe eso? Si son terroristas, como dice la televisión, como  dicen los que me rodea, si son así de terribles, así de narcotraficantes, así de asesinos, ¿por qué hay tanta gente que ingresa a las filas de las Farc?  ¿Por qué son tan grandes?  ¿Por qué tienen tanto poder? ¿Cómo tienen esa capacidad de hacer atentados diariamente?” En esa época, mi pensamiento acerca del mundo era muy básico, pero al mismo tiempo yo era una académica, siempre buscando un poquito más allá. No me contentaba con que me dijeran que la guerrilla engañaba a los campesinos, ese cuentico a mí no me entraba, y no le entra a nadie.                     

 Me comenzaron a producir mucha curiosidad las Farc y empecé a preguntar que cómo era ese cuento de la guerrilla y de los atentados. La gente siempre me daba respuestas muy tontas, muy parecidas al uribismo de hoy en día, y yo siempre me decía: “eso cuéntaselo a otro; a mí, dígame la verdad”.                       

Hasta que conocí a una profesora de matemáticas del colegio donde trabajaba, ella era universitaria y sabía a profundidad lo que pasaba; se me acercó un día, me comenzó a explicar la historia de Colombia, no solo la de las Farc, me llevó a los barrios más pobres de Pereira, a hablar con las madres comunitarias en Dosquebradas, a la Universidad Nacional, en Bogotá, me contaba de las pedradas con la policía, y empecé a escribir mi tesis sobre las Farc. Para el marco teórico, empecé a estudiar mucho sobre el concepto de ‘Estado’ pero también me tocó estudiar la historia de las Farc, su nacimiento y quiénes las conformaban.                       

Era una especie de documento comparativo entre las Farc, en el Caguán, y el Gobierno colombiano; era una semilla que estaban sembrando en el Caguán, y mirando el tema de los diálogos que se estaba dando con el Gobierno Pastrana y con la población. Quería asimilar y entender qué reglas imponían a la población donde se estaban desarrollando los diálogos. Investigué las leyes que tenían las Farc, y cómo hay un sistema establecido para cumplirlas, en confrontación con la Constitución del Estado colombiano, y observar cuáles de esas normas de la Constitución no cumple el Gobierno. Yo quería ir al Caguán, pero no pude; la mayoría de la información la saqué de Internet  y fui adquiriendo más conocimiento acerca la historia del conflicto armado en Colombia, y cuando terminé el año regresé a Holanda con otra idea, algo ya había cambiado en mi cabeza.                       

Al llegar a Holanda empecé a meterme en otro tipo de ambientes, a juntarme con gente que se levantaba a las 5:30 de la mañana a estudiar. No estaba acostumbrada a ese tipo de rutinas, tenía 21 años y en aquel ambiente se me comenzó a sembrar la semilla del cambio, la necesidad por las transformaciones y comencé a ver que sí era posible cambiar algo.                      

¿Mediante qué?                       

Me gustaba mucho la idea de una guerrilla tan grande que estaba luchando contra el Estado, y defendiéndose de ese mismo Estado que había aplicado métodos bastante excluyentes y terroristas en contra de su propia población.

Seguí en la universidad y decidí meterme en el activismo político. Empecé a trabajar con los ‘Internacional Socialistas’ y creamos una plataforma contra el Plan Colombia, liderada desde Holanda, meramente con anarquistas. Me fui a vivir en una ‘casa de ocupa’. Eso hizo que mi vida cambiara de una manera radical.                        

¿Qué tan radical?                       

Una vez hicimos una acción en el parlamento de Holanda y me metieron a la cárcel. En esa época, el Gobierno colombiano estaba discutiendo si permitía al ejército construir bases colombianas en Aruba y Curazao, obviamente nosotros estábamos en contra, porque dentro del marco del Plan Colombia iban a utilizar esas bases para hacer vuelos de inteligencia, utilizados por un ejército que trabajaba con paramilitares. Eso podría traer un efecto muy nocivo para la población en Colombia, no podían colaborarle a un ejército que tenía tan mala fama en materia de Derechos Humanos. Nos disfrazamos de paramilitares y nos fuimos al edificio del gobierno holandés en La Haya; hicimos un escándalo, nos untamos la cara de salsa de tomate, nos pusimos bombas sobre los cuerpos, llamamos a los medios de comunicación para que vieran la escena paramilitar que estábamos representando; había gente que estaba muy preocupada alrededor mientras hacíamos semejante cosa, decidieron a llamar a la policía y nos llevaron a la estación, nos encerraron un día; cuando salí mis padres estaban sumamente preocupados.

Me dijeron que estaba cogiendo por un camino que no era, les expliqué qué pensaba, no solamente de Holanda, sino de Colombia y de lo que tenía que cambiar. En un momento mi papá me dijo: “lo que tú quieres es el comunismo”. Entonces yo le dije: “pues si quieres llamarle así, hazlo”, él me dijo: “eso ya fracasó, no tiene razón de ser”. Pero seguí mi camino.                      

¿Cómo funcionaba la plataforma en Holanda contra el Plan Colombia?                       

Esa era una iniciativa mía y de  jóvenes de otros países, había gente de Alemania e Inglaterra, en su mayoría anarquistas. Creamos una plataforma contra el Plan Colombia, pero no teníamos el apoyo de las Farc ni del ELN. Éramos un grupo de jóvenes independientes que creían en esa apuesta por la justicia social y que sentíamos la obligación de apoyar desde el exterior. Muchos medios de comunicación dijeron que yo fui reclutada desde Europa por el PC3[i], pero eso es falso.                       

¿Cuándo se volvió a poner en contacto con Colombia?                       

Después de 2 años estaba desencantada del activismo político, en Holanda es bastante duro. Para mí, las armas eran una opción, Colombia jamás me llamó la atención como un país para vivir, pero en esa época era muy difícil llegar a la gente holandesa. La gente no siente la necesidad del cambio y siempre les cuesta mirar más allá de su propia vida. Mientras estábamos cómodamente dentro de nuestras fronteras, simplemente nos dedicamos a leer las noticias para mantenernos al tanto, como gente ‘civilizada’, pero realmente, es muy incivilizada porque no nos importa el resto del planeta; apagamos el televisor y seguimos durmiendo tranquilos. Cuando terminé mi carrera en la universidad, y ya era toda una profesional, la sociedad empezó con la presión: que tengo que encontrar un trabajo, que tengo que tener carro, casa, esposo e hijos.

No voy a decir que no me llamaba la atención, había crecido toda la vida con esa idea, no hay nada malo en eso. Sin embargo, había algo más, podía hacer algo para que las cosas cambiaran en este mundo. No me parecía un pensamiento radical querer cambiar al mundo, a la sociedad, a un país, esa postura es una necesidad, y lo entendí hace 15 años cuando me vine para Colombia.

Camino a las Farc

Nuevamente llegué y me encontré con la profesora de matemáticas del colegio. Ya éramos muy amigas y con su familia nos llevábamos muy bien. Hablábamos mucho y en cierto momento ella me contó que era miliciana de las Farc, lo que yo hasta ese momento desconocía. No tenía pensado irme para el monte ni nada de eso, le dije que yo quería aportar algo más a la lucha, que me gustaban los ideales de las Farc, me sentía identificada con ellos. Ahí fue cuando ella me contó toda su historia: “ahora sí podemos hablar”.

Empecé a hacer pequeños trabajos intelectuales, a escribir cosas, hacía pintas en las universidades y me puse en contacto con un guerrillero urbano. Él me dijo que era mejor que yo trabajara en Bogotá, porque Pereira era muy pequeño; me fui con él para Bogotá y empecé a trabajar como miliciana. Duré 8 meses, cuando toda la estructura en la que estábamos trabajando se ‘quemó’, capturaron a una gente, me dijeron que me podía quedar en Bogotá pero que me tenía que desligar un tiempo de la organización, o me podía ir al monte por 16 meses. Yo ya había estado en el monte un mes, pensaba que tenía experiencia.                         

¿Cómo fue ese mes en la selva?

En diciembre del 2002 había estado un mes en el monte en un curso de milicianos (un curso político-militar) en el páramo de Sumapaz. Allá distinguí al camarada Carlos Antonio (Patiño), que comandaba el frente urbano de las Farc Antonio Nariño. Duramos un mes y tuve el primer impacto de ver a la guerrilla uniformada, de pasar por las casitas de la población y ver la respuesta de la gente. Me impactaban mucho las guerrilleras.

¿Por qué?                       

Eran muy consentidas, cantaban canciones, se hacían trenzas, eran muy femeninas; me imaginaba que las guerrilleras tenían que ser muy rudas. Fue chévere encontrarse con una historia diferente, eran muy finitas en su manera de tratar, uno se imagina que los guerrilleros son gente brusca; me encontré con guerrilleras profundamente tiernas y amorosas, educadas, serviciales.

En lo profundo de la selva

Tomé el primer curso político-militar, de los más importantes para afianzar ciertos fundamentos, porque para hasta ese momento yo estaba trabajando pero no conocía ni los estatutos de la organización; después de eso, decidí bajar otra vez a Bogotá y empecé a hacer otros trabajitos.                       

Fue ahí cuando se ‘quemó’ la estructura y me dieron la opción de irme para el monte o quedarme en Bogotá, desligada de la organización. Entonces dije: “me voy para el monte”. Entre otras, porque todavía tenía muchas dudas, había ido al paramo de Sumapaz pero uno no se come el primer cuento que le echan.

El lavado de cerebro de los medios de comunicación en Colombia respecto a las Farc es grande, por ejemplo, que las Farc se financian por narcotráfico, el tema de las ‘minas quiebra patas’ y todas las historias que durante muchos años, nos vendieron acerca de las Farc. Entonces yo sabía que esa era mi oportunidad de ir a ver.                       

¿Ya había decidido que iba a vivir en Colombia?                       

No me gusta hacer planes, a duras penas pienso en el día de mañana, simplemente estaba interesada en saber de qué se trataba todo esto. Nos fuimos para el monte. Los primeros 15 días nos quedamos en un campamento gigante donde nos tenían a todos los nuevos, me mandaron a un curso de economía política con Simón Trinidad. Él era el instructor, lo recuerdo mucho dando ese discurso con unidades del  Frente 39  y del Frente 16.

La mayoría no sabía leer ni escribir. A mí me costaba un poco entender el español pero lo hablaba bastante bien, y con mucho más acento. Eso producía mucha curiosidad, los guerrilleros me hacían círculos, me preguntaban cosas y se burlaban de mí. Son muy burleteros, muchos pensaban en esa época que yo era una bobita que había llegado. No les cabía en la cabeza que uno llegaba de otro país, que hablaba un idioma diferente, uno es como un niño, entonces me hacían preguntas como por ejemplo ¿Cómo se ve el mundo desde un avión?  ¿En qué parte de Colombia queda Holanda? y cuando yo fui mirando la paciencia del camarada Simón Trinidad con esa gente me di cuenta que era un hombre absolutamente brillante, no solamente en el sentido intelectual, sino también en sacar la paciencia y enseñarle al guerrillero con respeto, era un gran pedagogo.

Siempre se ha dicho que era una organización que no tenía un norte político, pero eso no es cierto, decían que las Farc era un grupo de campesinos pero que ya habíamos perdido nuestros ideales, que no sabían para dónde iban, y pensé: “un grupo que ha perdido su ideología política,  que ha perdido el norte, no se preocupa por formar a su militancia”. Eso me impresionó mucho.

Eso, y también con el trato que vi entre los guerrilleros, era  respetuoso, amable y solidario, me iba convenciendo aún más. Después de 15 días, al resto del grupo lo mandaron para un curso básico y a mí para donde el ‘Mono Jojoy’ a dictar un curso de inglés. Después de 2 meses pedí ingreso.

Y se quedó ahí…

El ‘Mono’ no creía que yo iba a ingresar; le dije: “camarada, yo quiero un curso básico”. La gente  se reía de mí porque 3 meses después de ese curso yo estaba vuelta nada, estaba súper arrepentida, eso fue terrible.

Fue un entrenamiento político militar, tenía 5 minutos para bañarse, 10 minutos para almorzar, tenía que cargar mucho peso en la espalda, llegar exhausto y tener que hacer maleta, manejar machete, no tener dónde dormir y empieza a llover. Lavar ollas, atrincherarse, los asaltos del ejército a medianoche, llaman dos, tres, cuatro veces en la noche con el pito. “¡A empacar!”, que nos vamos de marcha; al que deja cosas botadas se sanciona o tiene que hacerse una autocrítica, eso fue muy duro.

¿Se arrepentía de haber pedido ingreso?

Sí, todo el tiempo pensaba en que no iba a poder con eso, pero siempre había pequeñas victorias que me hacían pensar que podía hacerlo y lo que más me motivaba era que la gente que me rodeaba me decía que yo no podía, me decía: no pida ingreso, es muy delgada para estar aquí,  usted no conoce cómo es esto, esto es muy duro para una extranjera como usted.

Duré 3 meses, Carlos Antonio Patiño fue a visitarme a ese campamento, yo no quería hablar con él, me preguntó, “mujer, ¿cómo va?”, yo le dije que eso era muy duro y me puse a llorar.                       

Él me dijo que este tipo de entrenamientos eran necesarios para que cuando estuviera dentro de la guerra de verdad, no se me hiciera tan duro. Los entrenamientos generalmente son más fuertes que la guerra. Yo le dije: “sí, camarada, está bien” y me fui porque no estaba para esas charlas.

Tuve la suerte de que en ese momento comenzó el Plan Patriota[ii], se disolvió el curso básico y me mandaron para donde el ‘Mono’ Jojoy. Como dos semanas después asaltaron el campamento y yo agradecí que había hecho ese curso básico, sino me hubieran matado ese día, porque te enseñan a reaccionar en momentos de presión, y eso es muy importante si hay un bombardeo o un asalto; tú tienes que reaccionar con rapidez y si no reaccionas, pues ahí quedas.

¿Cómo vivió la época del ‘Plan Patriota’?

Fue un cambio radical y en muy poquito tiempo. Hasta ese momento habíamos vivido en campamentos estables, donde se hacían cursos, la guerrillerada se movilizaba en carro, y la economía se traía hasta el campamento, la bajábamos del camión y la llevábamos al economato; la comida era muy rica, teníamos de todo: verduras, una vez a la semana mataban una vaca para comer carne. Era una guerrilla acomodada, nos decía el ‘Mono Jojoy’.                       

No era el Caguán, pero tampoco era como debería ser una guerrilla. Cuando empezó el ‘Plan Patriota’ empezaron a desembarcar en la selva espesa, precisamente desembarcaron detrás de donde yo estaba en el curso básico. Ellos se movían donde realmente nadie pensaba que se fueran a mover, era una selva impenetrable en el Meta. Nadie pensaba que el ejército fuera a llegar al campamento del ‘Mono’, el ejército descubrió el campamento por un guerrillero que estaba en el río en canoa, el muchacho vio a un soldado que estaba haciendo señas a otro soldado. El guerrillero hizo de cuenta que no había visto nada y siguió por su camino, así descubrimos que iba a haber un asalto.

Cuando llegó el ejército, nosotros ya sabíamos y el ‘Mono’ había desocupado todo, había sacado medicamentos, explosivos, comida, pero se les olvidó llevarme.                       

Me quedé en el campamento y todo el tiempo preguntaba: ¿cuándo me van a llevar? La gente me decía: “sí, ya vienen por usted”. Todos habían salido en carros, estaba muy extrañada; sin embargo, creía que realmente iban a volver por mí, hasta cuando comenzó a sonar plomo, había como 15 personas en ese momento, el grupo de retención, yo no sabía qué hacer, sólo pude atrincherarme en la cortina (entre la rancha –cocina- y la ranchería –sitio para comer-) pero nunca disparé, estaba muerta del susto. Ellos estaban al otro lado del río disparando a la rancha, duré un rato ahí. Alcancé a enrollar alambre para protegerme, pero en un momento miré a un lado y al otro, ya no había nadie conmigo. Me habían dejado sola, estaba muy asustada y como normalmente habíamos estado en campamentos estables, no nos movíamos mucho, para mí era totalmente desconocida la zona donde nos había caído el asalto del ejército.

Fui por el equipo, me pregunté a mí misma para dónde ir, primero cogí para el área que había sido la casa del ‘Mono’. Me quedé parada un rato y me fui para la carretera a ver si de pronto por ahí había gente. En ese momento el ejército ya estaba entrando al campamento y cuando llegué a la carretera ahí estaban todos emboscados, me gritaron, me preguntaron furiosos que dónde había estado metida. Fuimos saliendo por un campo minado y logramos salir. Por la tarde me encontré con el ‘Mono’ en la carretera, yo estaba furiosa, me había dejado botada en el campamento.

¿Cómo fue su vida dentro de las Farc?

Yo duré muchos años como guerrillera de base, pagando guardia y haciendo lo que hace un guerrillero cualquiera. Duré así desde que empezó el Plan Patriota, de 2003 a 2008, cuando me mandaron 6 meses a orden público, en esa época fui secretaria de célula, tuve que aprender a ser  ecónoma, fue una tortura para mí por lo que duré apenas 5 meses en el cargo. Siempre quise hacer un curso enfermería pero nunca me lo dieron.

Camino a la paz

Antes de morir, el ‘Mono’ me había dicho que me iba a mandar para la Comisión Internacional. Cuando el murió, en el 2010, los jefes decidieron acelerar todos los planes que él había dejado, y ese era uno de ellos. Me mandaron para el norte del país, allá duré dos años con Iván Márquez trabajando muy duro en edición de videos, en producción de material para la Comisión Internacional, y cuando se comenzó a hablar acerca del proceso de La Habana se reunió el Estado Mayor Central y me metieron en la lista para ir a Cuba.

Lo más difícil en 15 años en la guerrilla fue La Habana. Yo llevaba como 10 años en el monte, la selva y la guerrilla eran mi vida, ellos son mi familia y en La Habana había una comunidad de guerrilleros pero no era lo mismo, uno vivía en casa, fue muy difícil acostumbrarse a eso.

¿Cuál era su trabajo allí?

De todo, en el primer punto, el Agrario, estuve en la Mesa de Negociaciones, me aguanté todo ese punto, que fue más de un año, y cuando terminó me empezaron a meter en Comunicaciones; estuve trabajando en las páginas internacionales de las Farc para traducirlas a inglés, alemán, italiano; comenzamos a montar el noticiero y a realizar los diferentes productos mediáticos. Aprendí mucho en esa época. Posteriormente formé parte de la subcomisión de género. Eso significaba volver de nuevo a la mesa de negociaciones y por último hice parte de la comisión para la entrega de los menores en las filas de las Farc.

¿Tenía confianza en el proceso?

Siempre supe que el proceso iba a funcionar, que iba a tener un resultado bueno. En las primeras negociaciones sobre el punto Agrario lo veía un poco perdido, enredado, porque había mucha discusión sobre la metodología que se iba a aplicar. Se gastaron casi 6 meses en formular la metodología, en acordar los principios de la negociación, los ejes de la discusión y de las metodologías; sobre cómo iba a ser la comunicación del proceso. El mundo sólo ve el producto terminado, pero hay muchas cosas técnicas alrededor que son muy complejas de manejar y que había que hablar para que el proceso fuera exitoso.

A veces uno pensaba con desespero: ¡Cuándo va empezar la discusión! Hasta que el día en que se empezó a redactar el punto uno, pensé: “esto tiene buen rumbo”, más que todo en el primer punto, pero luego en el resto de la negociación se llegó muy rápidamente a un eje en el que todos se dieron cuenta de que el proceso de paz no era un tema de ideologías, comenzó a haber una claridad entre el gobierno y entre las Farc, para darse cuenta de que algo tenía que cambiar en el campo colombiano.

Esa siempre fue la pelea nuestra, el hecho de no reconocer al campesinado como un sector históricamente discriminado, que necesitaba ser sujeto de derechos constitucionales. Sin embargo. El Gobierno pretendía que los campesinos se volvieran socios de grandes empresarios mientras que en nuestra concepción consideramos que eso no funciona porque es una competencia desigual.  Logramos llegar a acuerdos en ciertos aspectos, como la modernización del campo, educación en el campo, vivienda y salud para los campesinos; el Gobierno logró entender que sin esos puntos, este país no iba para ningún lado y el proceso tampoco.

¿Qué punto es el que menos le suena del Acuerdo?

No me declaro inconforme pero pienso que hubiéramos podido lograr más, uno siempre puede ver el vaso medio lleno, o medio vacío, pero ahí están las salvedades. Si me pregunta qué no nos gustó, le diría que el Gobierno no quiso comprometerse con el tema de las fumigaciones en el punto 4, que es fundamental, la Organización Mundial de la Salud dice que eso es tóxico, el Ministerio de Salud también lo ratifica, y todavía dicen que van a seguir con eso, para uno es decepcionante.

¿Cuál fue el impacto más grande que tuvo en La Habana?

Las audiencias con las víctimas del conflicto armado; cada uno de ellos tenía 15 minutos para contar su historia personal, y allí uno escucha unas historias muy desgarradoras, yo miraba a Victoria (Sandino) con lágrimas, y al frente a los del Gobierno con lágrimas, uno era tragando saliva porque era muy impactante.

También, el reconocimiento que por parte de las organizaciones de mujeres en Colombia, pero de las organizaciones, no de la sociedad en general. La sociedad colombiana no ha reconocido como debería hacerlo el trabajo que hizo la subcomisión de género, como sí lo hizo la comunidad internacional; eso me llena de satisfacción. A pesar del pleito del plebiscito y de la manipulación mediática que hicieron, el trabajo interno sobre los derechos de las mujeres -feminismo y que las Farc, por ejemplo, nos logramos llamar anti patriarca-, me parece supremamente importante.

¿Qué le han dejado 15 años como militante en las Farc?

Pensar en el colectivo. Uno es muy individualista, nos damos cuenta cuando llegamos a vivir en colectividad diariamente, a veces uno no quisiera ver a nadie en medio de situaciones adversas como la guerra, pero en medio de una organización guerrillera he aprendido a compartir.

Una vez estábamos perdidos en una comisión, no teníamos más comida, teníamos una carabina y estábamos matando micos para comer. Nos encontramos con el ejército, el ejército nos quitó la planta eléctrica para las comunicaciones y ya no teníamos nada que comer. Cualquier cosita la compartíamos entre todos, había un poquito de harina, la revolvimos con sal y con agua e hicimos una colada de sal, la repartimos para 22 personas. Esas son cosas que alegran la vida de uno en la mitad de la guerra, enseñan mucho.

¿Extraña a su familia?

Claro, nosotros desde La Habana teníamos mucho contacto con ellos, incluso nos pudimos ver, y a partir de ahí tenemos contacto por redes. Están muy felices con el hecho de que yo haya jugado un papel importante en medio de la construcción del Acuerdo de Paz, a pesar de que son de otro país, y a diario me dicen: ¡por qué, mija! entendemos todo lo de la lucha, pero ¿por qué en otro país?; pero han logrado entender el lenguaje de la paz.                       

Hacia el posconflicto

¿Sueños para el posconflicto? Yo pocos planes hago. Además porque considero que hay muchos factores externos que pueden hacer cambiar el proyecto de vida, fíjese, mi proyecto hace unos años era ingresar a la guerrilla y estar en la guerra. Ahorita vamos a hacer la paz, y sin embargo, vamos a seguir luchando por nuestras metas políticas.

Necesitamos mucho pueblo, que la gente entienda de manera profunda qué es lo que estamos haciendo. Cuando ganó el No en el plebiscito, yo vi que los jóvenes salieron a las calles a movilizarse para mostrarle al mundo que esto sí era necesario, pero no puede parar ahí.

Los jóvenes tienen que seguir estos procesos de contarle al mundo el Proceso de Paz y el resultado del Proceso, no podemos esperar grandes resultados de jóvenes que se han informado sobre el conflicto armado en una televisión que les ha mostrado la peor parte de nosotros, pero uno cree que las cosas van a cambiar, porque, de verdad los esfuerzos han sido inmensos.

*Editado por Olga Behar
[i] PC3. Partido Comunista Clandestino

[ii] Plan Patriota.

Por Pablo Navarrete

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