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La incertidumbre de vivir en La Macarena

En el municipio del Meta, otrora santuario de las Farc, los pobladores aún tienen temores frente a la desmovilización guerrillera pues no saben qué sucederá en sus tierras cuando los hoy guerrilleros vuelvan como civiles.

José David Escobar Moreno/ @TheBoxToBox
16 de septiembre de 2016 - 11:26 p. m.
La Fuerza Pública sigue trabajando de la mano con la comunidad para generar confianza en el posconflicto.En La Macarena se vivió una semana de pedagogía por la paz.  / / Fotos: Mauricio Alvarado
La Fuerza Pública sigue trabajando de la mano con la comunidad para generar confianza en el posconflicto.En La Macarena se vivió una semana de pedagogía por la paz. / / Fotos: Mauricio Alvarado

Ningún rincón de La Macanera (Meta) está exento de haber tenido algún episodio con las Farc. “En esa esquina se le vio por última vez a mi vecino”, “en ese árbol del parque, la guerrilla ahorcó a tres campesinos”, “desde aquel balcón se dirigía el Mono Jojoy a su tropa y la población”, “allá estuvieron secuestrados más de doscientos soldados”, son algunas de las frases recurrentes en los relatos de los macarenenses.

Aún hoy, después de más de una década de que la Fuerza Pública se asentara en la zona, algunos pobladores no se atreven a hablar. Y si lo hacen, piden que se modifiquen sus nombres por miedo a represalias cuando la guerrilla haga su tránsito a la vida civil. Antes de que en 2003 se creara y arribara a La Macarena la Fuerza de Tarea Conjunta Omega, integrada por 18.000 miembros de las Fuerzas Militares, las Farc controlaban la región.

Una pequeña comerciante macarenense, quien solicitó que no se citara su nombre, asegura que en el pueblo todavía hay presencia de hombres de las Farc. “Uno sabe quiénes son, pero ellos nunca van a aceptar que trabajan para la guerrilla. Lo otro que va a suceder es que va a reaparecer gente que hace años se fueron. Van a pasar tantas cosas que es inevitable sentir miedo”, asegura la menuda mujer de unos cuarenta años de edad.

Un grupo de madres víctimas de las Farc en La Macarena, junto con otros pobladores, también le dijeron a El Espectador que la Alcaldía no ha hecho la pedagogía suficiente sobre lo pactado entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Dolly Sánchez, una de las líderes, no conoce de cerca el acuerdo de paz y le preocupa lo que pasará si entre los guerrilleros y la Fuerza Pública hay problemas durante la Décima Conferencia de las Farc.

Entre los macarenenses consultados por este diario, todos sabían que a partir del 27 de septiembre, un día después de que se firme el Acuerdo Final con las Farc, los guerrilleros se van a empezar a mover hacia las zonas que acordaron con el Gobierno para concentrarse, desarmarse y reintegrarse a la vida civil. Sin embargo, los pobladores piensan que durante ese tiempo los guerrilleros van a poder transitar armados por el casco urbano y sin el control estatal. O, peor aún, que el municipio reviva los fantasmas de la violencia.

Y es que para las Farc La Macarena ha sido un punto estratégico desde que se asentaron de lleno en esa región durante el fallido proceso de paz con el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002). La “zona de distensión”, como se denominó a los cinco municipios (Uribe, Mesetas, La Macarena, Vista Hermosa y San Vicente del Caguán) en los que la Fuerza Pública no hacía presencia mientras el presidente conservador sostenía diálogos con el grupo guerrillero, permitió la consolidación de las Farc en el territorio.

A finales de los años noventa, el líder del bloque Oriental de las Farc, el “Mono Jojoy”, le solicitó al guerrillero conocido con el alias de “Silverio” que buscara en La Macarena un territorio ideal para construir un campamento guerrillero. “Silverio”, que conocía a la perfección la zona por haber sido el líder del frente 54 de las Farc, encontró un lugar a cuatro kilómetros del casco urbano, con varias rutas de acceso, selva espesa para esconderse del Ejército y agua potable. El campamento fue bautizado como El Borugo y hoy el Ejército lo adaptó como el museo del horror de las Farc.

A partir de 2002, cuando la negociación con las Farc se dio por terminada, la guerrilla empezó a moverse desde los llanos del Yarí —retaguardia histórica del grupo guerrillero y que comprende los territorios entre el Meta y el Guaviare— hasta La Macarena, con el propósito de hacer presencia en Cundinamarca. El objetivo era poner en jaque a la capital del país al rodearla desde varios frentes.

A pesar de que el plan 2010 de las Farc, concebido en 2008 por el comandante del grupo guerrillero, Alfonso Cano, les permitió mejorar el posicionamiento en el terreno de combate, la estrategia militar del gobierno de Álvaro Uribe Vélez impidió que cumplieran su objetivo. Los golpes asestados durante los ocho años de la seguridad democrática debilitaron el poder de las Farc, que terminaron buscando una salida negociada al conflicto.

Luego de casi una década de enfrentamientos con las Farc, a varios miembros de la Fuerza de Tarea Omega (coroneles y mayores) que hablaron con El Espectador  —y pidieron no ser mencionados— les resulta incómodo que su rival de los últimos 52 años pase los controles del Ejército y merodee por las bases militares “como Pedro por su casa. Es muy difícil cambiar el chip después de años de estar confrontándolos, pero es un cambio que tenemos que hacer y que hace parte de muchos que se avecinan para el país”, aseguró un capitán del Ejército.

Para los macarenenses, la mejora de infraestructura vial es uno de los cambios fundamentales para que la región prospere. Por carretera, desde Bogotá hasta La Macarena, el recorrido dura aproximadamente 17 horas, obligando a que la mayoría del tráfico comercial y de población sea aéreo. Por ejemplo, los 200 turistas que llegan a diario al municipio lo hacen en avión. Ninguno llega por vía terrestre.

Un pasaje de avión hasta Villavicencio, capital del Meta, oscila entre los $180.000 y $200.000. Sin embargo, los pasajes para los macarenenses son escasos, porque la mayoría de los cupos están asegurados de antemano por los turistas. “Hace dos meses mi marido se enfermó gravemente de los pulmones y necesitábamos transporte rápido a un hospital con las condiciones para atenderlo. Fue imposible encontrar un tiquete aéreo. Nos tocó transportarnos en un camión”.

Pedro, un hombre de 58 años que lleva viviendo 46 en el casco urbano de La Macarena, asegura que con la inversión en infraestructura vial los problemas de acceso a la salud, trabajo y educación en el municipio se van a solucionar paulatinamente. “Que esta zona del país haya estado tanto tiempo relegada hizo que nuestros jóvenes no tuvieran otra alternativa que irse a la guerrilla. Espero que mis hijos tengan con este nuevo proceso de paz la oportunidad de estudiar y tener una mejor vida”.


* Enviado especial a La Macarena gracias a la invitación de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega del Ejército.

Por José David Escobar Moreno/ @TheBoxToBox

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