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El Cauca, la región de los desarmes de las guerrillas

En dos municipios de este departamento, Caloto y Caldono, se dieron otros actos simbólicos de dejación de armas de la guerrilla del M19 y Quintín Lame. Ahora, lo hizo las Farc en Buenos Aires ¿Cuál es la diferencia entre los tres acuerdos de desarme?

Edinson Arley Bolaños / @eabolanos
13 de junio de 2017 - 10:49 p. m.
Así fueron los procesos de dejación de armas de tres guerrillas: El M19, Quintín Lame y las Farc. / /Archivo.
Así fueron los procesos de dejación de armas de tres guerrillas: El M19, Quintín Lame y las Farc. / /Archivo.

Por décadas las armas han sido un instrumento para hacer política en Colombia. La confrontación viene desde la época republicana y desde entonces el país no ha tenido sosiego ante las balas de las guerrillas y de los Gobiernos. Ambos actores, han pretendido imponer un Estado a sangre y fuego. Un Estado que, por todos estos avatares, aún está pendiente de construirse. (Vea nuestro especial sobre las zonas veredales)

Así, con la historia a cuestas de lo que ha sucedido con los acuerdos de paz del M19 y del Quintín Lame, esta vez el turno fue para las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). En un acto público en la vereda La Elvira (Buenos Aires, Cauca), Pablo Catatumbo, miembro del secretario de las Farc, y el representante especial de la misión de la ONU en Colombia, Jean Arnault, acabaron el manto de duda que sobre la entrega de armas de esa guerrilla se cernía.

Inicialmente, un delegado de las Naciones Unidas apareció abriendo las puertas de un contenedor de tres metros por dos de ancho. Luego, hasta mostrar cinco armas de distintos calibres, las fue nombrando una a una y las depositó en ese cajón metálico y frio: “Pistola 9 milímetros, fusil AK 47, fusil lanza granadas…”, así las mencionó y al final cerró las puertas explicando que ese era un ejemplo de lo que estaba pasando en las otras 25 zonas veredales del país.    

Con este acto, se completó la dejación del 60% de las armas de las Farc en todo el país. Ese fue el acto simbólico anunciado por la insurgencia para demostrar al país que esta vez la paz sí va en serio. Un acto muy distinto al que, en ese mismo departamento, habían hecho otras guerrillas de izquierda en el siglo pasado.

“Esperamos contar con garantías a la vida. Es urgente que se ponga en funcionamiento la unidad investigativa que inicie una estrategia de combate frontal contra el paramilitarismo, la principal amenaza de la paz del país. Tengan la certeza de que no les vamos a fallar. Mientras viva la esperanza lucharemos por buscar un mejor país. Qué viva la paz de Colombia”, dijo Pablo Catatumbo durante su intervención que no duró más de diez minutos en el evento de La Elvira.

La dejación de armas del M19

Fue la primera guerrilla de izquierda del siglo pasado en tomar la decisión de sacar las armas de la política. Aquel 9 de marzo de 1990 las chivas pitaban a su llegada al municipio de Caloto (Cauca). Un municipio que queda a media hora de la carretera Panamericana, sitio obligado para trepar a las montañas de la Cordillera Central.

Las calles, aún destapadas, estaban invadidas de gente que levantaba polvo tratando de organizarse en el recinto principal. De fondo, un momento esperado: la dejación de las armas del Movimiento 19 de abril (M19). Las banderas (símbolo de esa guerrilla) hondeaban un solo tricolor: azul, blanco y rojo. Se agitaban entre la multitud que perseguía a quien minutos después daría el discurso del adiós a las armas y su último adiós antes de ser asesinado el 26 de abril de 1990: Carlos Pizarro.

“Llegamos aquí con el alma serena, pero indudablemente por ella cruzan profundas pasiones. Por ella circulan emociones que se han ido construyendo durante 15 años de lucha, de vida, dedicados a lo que nos dictó la conciencia”, dijo Pizarro ese viernes 9 de marzo de 1990.

En la tarima, acompañado de Luis Cegueda, delegado de la Internacional Socialista; Monseñor Rodrigo Escobar, en representación de la Iglesia Católica; y Carlos Lemos Simons, Ministro de Gobierno durante la administración de Virgilio Barco, el comandante Carlos Pizarro Leongómez expresaría una frase que quedó para la memoria:

“Que este gesto nuestro, valeroso y altivo, sirva de enseñanza a todos los colombianos. Con todos, atención, fir. (Sonaron las botas de los combatientes). El M19, en las manos de su comandante general, hace dejación pública de la última arma en manos del movimiento 19 de abril por la paz y la dignidad de Colombia”, pronunció Pizarro y luego caminó hacia una mesa donde estaban todas las armas. Lentamente envolvió su pistola 9 milímetros (heredada del fundador de esa guerrilla Jaime Bateman) en una bandera de Colombia y la puso encima de donde estaban decenas de armas con las que combatieron durante 15 años.

La dejación de armas del Quintín Lame

El surgimiento del Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL) se da con la toma a Santander de Quilichao (norte del Cauca) en enero de 1985. Fue una acción conjunta de varios indígenas y la guerrilla de Ricardo Franco. Eran los tiempos en que las guerrillas hacían acciones militares conjuntas en el marco de la Coordinadora Nacional Guerrillera, de la que también hacían parte las Farc.

El pleito con la guerrilla indígena también fue por la tierra. Entonces, las comunidades ancestales empezaron a juntarse para defender las más de 25 haciendas que habían recuperado en los últimos años a los terratenientes azucareros del norte del Cauca, lo cual desató una guerra cruel contra los dirigentes nativos: hasta 1978 los comuneros asesinados eran 50.

Hasta ese momento, el Movimiento Armado Quintín Lame estaba en la clandestinidad y sólo era un grupo de autodefensa que protegía a los líderes indígenas y patrullaba las tierras recuperadas. Pero decidió salir a la luz pública como movimiento guerrillero tras el desalojo por la policía antimotines y el Ejército de la hacienda López Adentro, del municipio de Caloto, una finca cañera que se habían tomado los indígenas a principios de 1984. El resultado de la incursión fueron varios muertos y heridos. Sin embargo, la gota que rebosó la copa fue el asesinato del padre Álvaro Ulcué, el 10 de noviembre de ese año.

El 31 de mayo de 1991, María Deicy Quistián se presentó en el campamento de Pueblo Nuevo (Caldono, Cauca) para dejar el arma que la había acompañado durante cinco años de lucha. Lloró junto a varios de sus compañeros. No había motivos para celebrar, apesar de que se pactaba el fin de la guerra. Han pasado 25 años desde ese día y los excombatientes todavía piensan que fue una decisión equivocada porque "aún siendo testigos del fracaso del proceso de paz del Gobierno con el M-19, no tuvimos el coraje de decir que no". “Cuando mataron a Carlos Pizarro, eso fue un mal síntoma, y teníamos que tener cuidado, pero no lo hicimos… Cuando la banda de guerra sonó, yo no lo podía aceptar, pero a nosotros nos faltó berraquera, nos faltó amarrarnos los pantalones y decir no”, dice María Deicy.

Entre octubre y noviembre de 1990 Henry Caballero se reunió con el consejero presidencial Jesús Antonio Bejarano, y ya en el primer mes de 1991 les exigieron estar en el campamento donde iban a entregar las armas porque estaba próxima la Constituyente.

Carabinas, R15, pistolas, revólveres, todas esas armas que consiguieron en combates, cuando se aliaron con el M-19 e hicieron operaciones conjuntas, quedaron sobre una mesa. Muchos guerrilleros no quisieron firmar el acuerdo, porque sentían desconfianza de lo que pudiera pasar. Lo hicieron sólo 178, pero nadie se quedó con un solo tiro, cuenta María Deicy.

De nuevo el Cauca

La vereda La Elvira de Buenos Aires (Cauca) es una tierra que vio transitar por años a los grupos insurgentes, incluso, en octubre de 2011 los pobladores vieron al entonces máximo comandante de las Farc, Guillermo León Sáenz Vargas, conocido como “Alfonso Cano”, merodear por esa cordillera antes de ser asesinado en límites con el municipio de Suárez, el 4 de noviembre del mismo año.

Buenos Aires es un pueblo que también vivió la guerra contrainsurgente de los paramilitares. A los pobladores los persiguieron, los desplazaron y a los que no se quisieron ir, los masacraron.  Una muestra de ello fue la masacre de El Naya en abril de 2001. Inició en la vereda El Ceral de ese municipio y terminó en las orillas del Pacífico caucano, después de que los hombres de José Everth Veloza García, alias "HH", comandante del Bloque Calima, atravesaran la cordillera occidental y asesinaran a más de 20 campesinos e indígenas durante seis días de horror.

Las montañas del Cauca, como en otras regiones periféricas del país, también albergan parte de la historia del conflicto armado con las guerrillas. La geografía quebrada, el nudo que une a Cauca, Valle, Tolima y Huila (Santo Domingo, Cauca); y los nudos de montañas de la Cordillera Occidental, que forman parte del Parque Nacional Natural los Farallones de Cali, y que conectan con el Pacífico, fueron los campos de batalla de la guerra con las Farc que está terminando.

Hace un par de años, el entonces gobernador del Cauca, Temístocles Ortega, pronunciaba discursos en cada uno de los municipios donde se libraba la guerra. El conflicto aún era intenso. Incluso, en Argelia (Cauca), en plena plaza pública y repudiando un acto de la guerrilla en el que murió una docente, llegó a retar a las Farc: “mátenme, si eso es lo que quieren. Aquí estoy, disparen. Pero no metan a la población civil en el conflicto”, dijo. A reglón seguido agregó: “En el Cauca se disparó el primer tiro de la guerra, que acá se dispare el último”.

Por Edinson Arley Bolaños / @eabolanos

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