¿Cómo sería vivir en paz con el otro?

La Orquesta Filarmónica de Israel, dirigida por Zubin Mehta, propone en Bogotá que el escenario de la música sea de reconciliación.

Teatropedia*
07 de agosto de 2016 - 02:25 a. m.
La música como receta para la superación de odios y la sanación del alma, es la propuestra para Colombia e la Filarmónica de Israel, dirigida por Zubin Mehta.  / / AP
La música como receta para la superación de odios y la sanación del alma, es la propuestra para Colombia e la Filarmónica de Israel, dirigida por Zubin Mehta. / / AP
Foto: AP - Ronald Zak
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Diríamos que busca sanar las heridas.
Que para eso puede servir la música.
Que cuando desde los escombros de la Biblioteca Nacional de Sarajevo sonó el Réquiem de Mozart fue imposible no erizarse. Era la más clara manifestación de cómo el hombre se podía sobreponer a todo. A todo.
Y sin embargo.
Aún hoy, tantos años después, hay quienes se rehúsan a sentarse a oír cualquier interpretación de Wagner. Porque les recuerda a Hitler. El horror, la muerte, el exterminio judío. Porque, como Primo Levi lo recordaba, al llegar a Auschwitz se encontró con que sonaba la Rosamunda de Schubert y no pudo más que reír horrorizado por la escena, filas de hombres y mujeres que enfilaban, acompasada y rítmicamente, su camino a los hornos. La ópera ahogaba sus gritos. Era el sadismo vuelto belleza.
El escritor Pascal Quignard lo intenta explicar en El odio de la música: oír no es como ver. Lo que se ve puede abolirse con los párpados, puede detenerse con la intermediación de una cortina, puede hacerse inaccesible por los muros. Pero lo que es oído no sabe de párpados, cortinas o muros… el sonido se impone. Violenta. Es inescapable.
Y sin embargo.
Para Zubin Mehta, el director de la Orquesta Filarmónica de Israel, la música puede ser ese pasado de dolor, pero también es belleza, y plenitud, y grandeza, y sensibilidad, y emoción, y entendimiento, y ensoñación, y virtud, y magia. La música expresa lo que no se puede poner en palabras y no puede permanecer en silencio, decía Víctor Hugo. O también quiere creer que la música llena el infinito entre dos almas, como escribía su maestro Rabindranath Tagore. E incluso sabe que quien escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla, como sugería el poeta Robert Browning.
Por eso hizo lo de la Biblioteca de Sarajevo. O también por eso transgredió el programa establecido en el Festival de Viena e interpretó el repertorio prohibido por el Tercer Reich: Mahler y Schoenberg, entre otros. Y quizá por eso se atrevió a tocar la wagneriana Tristán e Isolda con la Filarmónica de Israel el año que le dieron la titularidad de la orquesta, 1981.
Con el rechazo que ello trajo. Y el escándalo y la crítica. La sociedad no estaba lista para lidiar con los fantasmas de un pasado aún con cenizas ardientes… ¿o sí? Finalmente fue un hombre quien se opuso al concierto, no toda la sala. Si lo ponemos en tiempo presente, el director indio buscaba provocar, a través de la música y haciendo de ella ese vehículo único que puede producir terremotos en el alma, emociones y reacciones, pensamiento, sobre asuntos que están sobre la mesa, en la calle, en los diarios, incluso en los cajones o debajo del tapete; los miedos del hombre, los juicios del hombre, la memoria del hombre, sus decisiones en tomar, o no, partido en el mundo en el que está sumergido. ¿Volteo o no la mirada frente a la crisis de inmigrantes en Europa? ¿O sobre el discurso de odio promovido por Trump? ¿Me encierro entonces si la política de Isis es la del miedo? ¿Con qué cara critico la corrupción si cada vez que puedo me meto por las puertas del Transmilenio abiertas o simplemente cierro los ojos al verlo? ¿Caigo en la tentación de enredar el futuro del país por la antipatía que produce la imagen de un mandatario?
Cada pelea tiene su momento. Y Zubin Mehta es el tipo de persona que está dispuesta a darlas. Inteligentemente. La sala de conciertos es su ágora, una muy particular, porque colectivamente hay un ritmo que traza un camino común, en el cual, aunque estemos pensando y sintiendo cosas distintas cada uno de los que estamos allí sentados, podemos también hacerlo juntos. Nada nos pasa si estamos juntos. Podemos hacerlo juntos.
Hasta que el olvido permita la música
La imposibilidad del olvido hace de los actos de Zubin Mehta un impulso heroico, actos políticos en lo más hondo de la palabra, actos que buscan reivindicar el alma humana. Tocar desde la biblioteca destruida por la demencia humana es su grito de resistencia. Tocar en un país que está por decidir su futuro en paz, en el gran reto de la convivencia, también es un acto simbólico. Es como si su propuesta fuera: Si podemos sentarnos junto a alguien que no conocemos, pero disfrutar de lo que da la música, ¿por qué no intentar practicar ese ejercicio en la vida cotidiana?
“Si dejamos de recordar que existeuna posibilidad de paz, si no hacemosesfuerzos continuos por imaginarlacomo una opción realista…sólo nos quedaremos con la desesperación.(…) Reflexionar seriamenteen una esperanza de paz equivale adesear la posibilidad de un futuro”.Escribir en la oscuridad, David Grossman.¿Cómo sería vivir sin el enemigo? La respuesta a esa pregunta definirá el futuro de Colombia. Ello significaría, entre muchos otros gestos, dejar de deshumanizar al otro y desdibujar esa idea de “maldad” a la cual hemos reducido nuestra historia. Cuando escuchemos al otro, cuando veamos al otro sin la máscara diabólica que le hemos puesto, tal vez descubramos lo absurdo de las guerras. Y quizá queramos detenerlas.
Y esto lo sabe Mehta. Por eso usa el arte para reconciliar, en su sentido etimológico: hacer volver a alguien a la asamblea, a la reunión, a la unión, al acuerdo con otros. Exalta la humanidad y desde allí le ha impreso a la Filarmónica de Israel —que en 1936 había nacido como Orquesta de Palestina— ese carácter intencionado de buscar estar con el otro, junto al otro, reconociéndolo y poniéndolo en valor. Música por encima de compositores. Música más allá de la identidad, de la nacionalidad. Para él la música tiende puentes donde antes había abismos irreconciliables. Para él, no tiene por qué haber barreras en el terreno del arte, y quien se sienta en una sala de conciertos puede sumergirse intensamente detrás de un lenguaje donde no cabe el odio. Ni entre quienes interpretan los instrumentos, ni entre quienes oyen detenidamente a los músicos en escena. La música como receta para la sanación del alma.
Para Zubin Mehta, este espíritu de la solidaridad entre los hombres hace parte de su propia naturaleza. Como miembro ilustre de la comunidad parsi, nació en la India con un mandato religioso que vela por el bienestar de sus feligreses. También conocidos como los zoroástricos, los miembros de este pequeñísimo y distinguido grupo originario de Persia buscan la felicidad del ser humano y para ello se balancean entre el bien y el mal, siempre en busca del equilibrio y la bondad, la igualdad y el respeto a todas las formas de vida. Quizá por ello intenta, una y otra vez, reparar lo que ha estado malherido con algo tan enorme como los valores de la música.
Y son justamente esos grises que se contraponen al blanco o negro al que algunos intentan reducir el mundo los que Zubin Mehta logra presentar cada vez que levanta la batuta.
* Teatropedia es un proyecto educativo del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en pro de la formación de públicos en temas culturales. Más información en www.teatromayor.org.

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