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Cartas sobre la marcha final: Buscándole la comba al palo, por Tanja

La guerrillera holandesa cuenta cómo vivió la marcha final hacia la zona verdal de normalización donde las Farc dejarán las armas.

Tanja Nijmeijer
12 de febrero de 2017 - 07:00 p. m.
Tanja Nijmeijer cuenta cómo vivió la marcha final y cuáles son las inquietudes que tiene frente a la implementación del acuerdo de paz. / Cortesía
Tanja Nijmeijer cuenta cómo vivió la marcha final y cuáles son las inquietudes que tiene frente a la implementación del acuerdo de paz. / Cortesía

A principios de diciembre llegué a La Elvira, Cauca, después de haber vivido cuatro años en La Habana, Cuba.  Volver a ponerse las botas de caucho, volver a cargar un fusil, volver a vivir en un campamento, pero sabiendo que tan solo será cuestión de meses para que la dejación de armas sea definitiva; todo esto no deja de producir nostalgias. 

Es extraño vivir la puesta en práctica de algo que durante tanto tiempo se discutió en La Habana. Sentir que lo que eran letricas, comas y firmas allá, se traducen en cambios radicales en la vida de una y de mis compañeros y compañeras acá. 

Cambios tan drásticos como tener que vivir la última marcha el día 31 de enero. Algo que fue parte de mi vida cotidiana durante tantos años, llegó a su fin: el alistamiento, el almuerzo de arroz con fríjol, el barro, las lomas eternas, la ropa mojada, el cansancio extremo, hasta tal punto que me dolían los huesos. Las caídas. Pero también la broma durante la marcha, la sonrisa, la ayuda inesperada, el baño y el tintico caliente después. 

Es imposible no recordar y sentir nostalgia, de esa que produce pesadumbre y un nudo en la garganta. Un nudo que se hizo insoportable cuando íbamos ya casi llegando al sitio, para encontrar la población civil de la zona esperándonos en el camino. Gritaban consignas, tales como “¡No están solos!” “¡Vivan las FARC!” y solo pude pensar en que tenía que contener las lágrimas, ya que en ese momento y en ese lugar específicos, estas podrían ser interpretadas de forma errónea. 

Ya llegando al sitio, confirmamos lo que ya se había estado rumorando sobre las zonas en general: aquí en La Elvira no había nada; apenas tres máquinas estaban descapotando el terreno. Era obvio que el territorio no estaba adecuado ni siquiera para construir un campamento provisional, porque le haríamos estorbo a los trabajadores. 

La vida guerrillera está llena de situaciones extremas de peligro, de aguante físico y de dificultades. No nos caracterizamos por estar lloriqueando por el primer obstáculo que se nos presente. Somos perseverantes y siempre le buscamos “la comba al palo” a cualquier imprevisto; si no hay solución, el chiste y la solidaridad nos alivian los dolores y las tristezas. Comparado con bombardeos, marchas y hambrunas, un terreno sin adecuar no nos corre ni brisa, como decimos en la guerrilla. 

Sin embargo, los guerrilleros y las guerrilleras también nos caracterizamos por tener un extremo sentido de justicia, de dignidad y de cumplimiento de los compromisos adquiridos. Muchas inquietudes flotaban en mi cabeza en ese instante: ¿por qué cualquier obstáculo que se le surge al Gobierno es presentado como “dificultad” por los medios, mientras que los nuestros son presentados como “incumplimientos”? ¿por qué existe una preocupación conmovedora cuando se trata de los menores que están en nuestros campamentos, pero no percibimos el mismo interés cuando de nuestras madres gestantes y lactantes se trate? No hay instalaciones para proporcionarles el cuidado que se merecen, ni a las madres ni a sus bebés: ¿Acaso esos bebés, por alguna razón que no quiero entender, no son sujetos de los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes?

Nunca me ha gustado abusar de las teorías conspirativas, que detrás de cualquier acontecimiento buscan el accionar de fuerzas oscuras que dirigen la humanidad hacia abismos, buscando el beneficio de una u otra parte. Así que no quiero creer que la falta de construcciones en las zonas sea producto de alguna estrategia malvada, sino de una sencilla incapacidad de parte del Estado para cumplir los compromisos adquiridos. 

Pero ¿y si pasa lo mismo con el acuerdo sobre garantías de seguridad y lucha contra el paramilitarismo? En ese caso, una “sencilla incapacidad” del Estado se convertiría en una amenaza real para las y los integrantes del nuevo partido político que surja del tránsito de las FARC-EP a la vida civil. Dejaría de ser una falta de agua, de vivienda, de instalaciones, para convertirse en amenaza y muerte.

Sé que finalmente el optimismo revolucionario vence siempre dentro de mí. Sé que las FARC-EP somos capaces de aportar en lo que se necesite para la implementación de los acuerdos y para nuestra reincorporación en la vida civil. Sé también que hay millones de colombianos y colombianas que quieren ayudar a construir la paz, porque así nos lo han manifestado en los territorios. Quiero un futuro digno para las y los luchadores de las FARC-EP; ¡manos a la obra!

Por Tanja Nijmeijer

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