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Haciendo País

Una foto en el Andino

Columnista invitado
03 de julio de 2017 - 05:00 p. m.

Por: John Anzola

Vamos a intentar imaginar, por un momento, que estábamos en el Andino la tarde del sábado comprando regalos para el día del padre. El centro comercial se encuentra repleto de personas que, en su mayoría, están haciendo lo mismo. Es difícil caminar entre tanta gente, no hay por dónde. Decidimos entrar al baño. Y de repente, un estruendo. Ahora estamos inmersos en el caos. Nos encontramos en el suelo, sangrando y rodeados de escombros. El ruido de la explosión nos ha dejado sordos. El humo y un fuerte olor a pólvora invaden nuestros pulmones. Sin poder movernos, empezamos a preguntarnos ¿qué pasó? No entendemos lo que está sucediendo. Anhelamos con desespero que vengan a auxiliarnos. No queremos morir. (Lea: “No siento nostalgia por dejar las armas”: “Timochenko”)

Lo último que quisiéramos es que nos tomaran una fotografía en medio de esta escena. Y menos nos agradaría que después la pusieran a circular en redes sociales, acompañada con mensajes provenientes de distintos sectores en los cuales se busca señalar al enemigo político de turno como responsable de lo acontecido, intentando obtener réditos electorales fundamentados en acusaciones ligeras o falaces que encuentran eco en la atmosfera de incertidumbre generada por el terrorismo.

El atentado en el Centro Andino no solo planteó interrogantes acerca de los autores de la detonación y sus motivaciones, sino que evidenció, una vez más, como el morbo por la sangre y la violencia se instrumentalizan en este país para ganar votos mediante la difusión del miedo ¿Qué está pasando por la mente de una persona cuya primera reacción al ver a dos mujeres gravemente heridas es sacarles fotos? ¿A quién se le ocurre pensar que es una buena idea compartir ese tipo de imágenes con desconocidos? (Le puede interesas: "Paz y terrorismo")

Es posible que la mayoría de quienes lo hicieron no tuviesen una motivación distinta a la de obtener más visitas en sus perfiles, más “me gusta” o menciones que les brindaran unos cuantos minutos de intrascendente popularidad; un tipo de conducta que podría encontrar explicación en algún síndrome surgido de la era digital -uno de esos que aparecen a cada rato en internet-, en donde tratan de suplirse carencias socioemocionales buscando aprobación y reconocimiento virtual. Sin embargo, aquellos que deliberadamente utilizaron las fotos para hacer política adolecen de una mínima noción sobre el significado del respeto a la dignidad humana.

Desafortunadamente no es la primera vez que pasa algo así y lo más probable es que tampoco sea la última. El uso es este tipo de imágenes ha sido constante en las redes sociales, aunque no solo en nuestro país. El individualismo ha banalizado la muerte de tal manera que cada vez somos más incapaces de ponernos en el lugar de los demás. Estamos volviéndonos inmunes al dolor de los otros.

Esta clase de acciones criminales deberían generar un rechazo unánime entre la sociedad -independientemente de sus preferencias políticas- y expresarse en masivas movilizaciones ciudadanas. No obstante, en Colombia se volvió habitual que el miedo sea amplificado por la caja de resonancia en la que se convirtieron algunos sectores políticos que han querido restringir el tema de la seguridad ciudadana a los avances del proceso de paz con las FARC.

Los responsables del explosivo en ese baño no solo provocaron la muerte de tres mujeres y heridas a otras ocho personas; también lograron desestabilizar y polarizar aún más -si acaso era posible- a la ciudadanía. Seguramente ni ellos mismos sospecharon que iban a contar con la inestimable colaboración de aquellos que prefirieron privilegiar sus ambiciones de poder sobre la mesura y la reflexión tan necesarias en momentos como ese.

Ignorarlos sin perderlos de vista. Eso debemos hacer con aquellos que convirtieron a las redes sociales en el refugio para su discurso de odio y miedo, los mismos que no dudarían en convertir nuestra agonía en un espectáculo para su beneficio, como se demostró en los días posteriores al atentado. Evitemos caer en sus juegos de palabras y en sus discusiones faltas de argumentos, no valen la pena.

 

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