Colombia + 20
Haciendo País

De ciclos y puntos de inflexión

Camilo Álvarez
01 de septiembre de 2017 - 05:44 p. m.

De niño siempre me causó más que curiosidad la frase de: “Colombia, la democracia más antigua de América”, así que luego leí y aprendí que tal dicho se sustentó en varias razones: 1. Tuvimos el primer alcalde elegido por voto popular, durante la hegemonía del imperio español, nombrado el mismo 20 de Julio de 1810, en Bogotá, un tal José Miguel Pey. 2. La secuencia ininterrumpida de elecciones desde 1830. 3. El argumento de que nunca hubo golpes de estado, en el entendido de que lo de Rojas Pinilla fue más un golpe de opinión y no de Estado, que “respetuosamente” duró lo mismo que un periodo presidencial y que además “fortaleció” la cultura democrática con el voto femenino. 4. Hemos tenido relativa estabilidad institucional.

La frase que leí en libros de primaria, sin embargo, nunca explicó que esa democracia vetusta implicó guerras civiles casi en serie, que su “estabilidad” se mantuvo bajo sendos estados de excepción y que estableció, casi como derecho consuetudinario, la alternancia del poder convenida en cargos, prebendas, ventas, usufructos y mermeladas. Además, de hacer de la Casa de Nariño y sus cubículos un reservorio de delfines.

Varias generaciones de la Colombia contemporánea heredaron del malestar democrático sus pulsiones de cambio, para que al menos se superara esa frase entre comillas – hoy diríamos casi un slogan- hacia una verdadera modernización del Estado y el bienestar de sus ciudadanos y ciudadanas.

El costo y el peso de ese malestar, de la inconformidad hecha propuesta lo terminaría pagando toda la Nación, en especial la población rural y la periferia urbana, conducidos sistemáticamente a la pobreza y al derramamiento de sangre.

Tal vez el cierre de ese ciclo, sea el principal logro y posibilidad de los procesos y acuerdos de paz que se gestan hoy. Esa paz que sabemos inacabada, incompleta, inaccesible aún para las mayorías. Esa paz con la que existe controversia, es en gran medida, la que permite que lo que viene hacia adelante sea una posibilidad de cerrar ese ciclo largo, o al menos de establecer una profunda ruptura.

Estamos ante un punto de inflexión que se tensiona entre las crisis conocidas de los últimos años, que nos atajan en el escepticismo, y los signos de renovación y esperanza hacia un "podemos vivir y compartir mejor" que se avizoran. El punto es tan álgido, que el poder aferrado, intenta que la atención se mantenga bajo lo que han llamado “polarización”. En ese escenario los polarizados son quienes se han alternado el poder, es una idea de mostrarse como únicas dos opciones, por lo tanto, también es una manera de desconocer el descontento creciente, el malestar renaciente y renovado frente a la política que se desenvuelve en las calles.

A su manera, este momento nos trajo de vuelta la política -tema vedado y censurado en las bocas cotidianas y la opinión pública en épocas de conflicto- También se renovó la interpelación a la función pública y le dio peso a la indignación que genera el mal manejo de los recursos del Estado convirtiendo la indignación en opción de acción ciudadana y popular. Sobre todo, cuando cambiamos el diagnóstico y nos preguntamos de donde vienen los males, el Estado y la clase política vuelven a tener la pelota en esa cancha que se llama democracia. Despejándose poco a poco la variable de la guerra, emergen en las conversaciones los problemas de raíz, los de siempre, pero ya no solo en el lamento.

El punto de inflexión hace que en esta primera escala; los candidatos de la “polarización” se divorcien del sentido común de los ciudadanos, que las figuras públicas con trayectoria decente en política emerjan y que la opinión creciente sea un "no más de lo mismo". El cambio también viene de la mesa de Quito cuando están dispuestos a un cese al fuego y de quienes firmaron el acuerdo en La Habana y dicen que están preparados para la democracia. 

Tal vez, la democracia más antigua de América Latina apenas está naciendo.  

 

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