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Haciendo País

Cuando la polarización llega al final de los argumentos

María Alejandra Villamizar
24 de julio de 2017 - 03:58 p. m.

Los eventos que han obsesionado a la opinión pública las últimas semanas son una prueba fehaciente de la polarización del país, una de sus consecuencias es que llegamos al final de los argumentos y pasamos a la esfera de la desproporción, de la insensatez, de la ligereza y la imprudencia.

Una de los signos clásicos de la polarización política es la pérdida de relevancia de las voces moderadas. Es muy interesante que a este grupo se le identifique con la palabra “moderados” ya que en su significado más literal, la moderación pretende “evitar el exceso” y llamar a la cordura, a la cordura y a la templanza en las palabras o acciones.

Muy a la manera del viejo refrán “El que miente, roba y el que roba, mata” entramos a una espiral de polarización, donde el que descalifica insulta, el que insulta injuria y el que injuria calumnia. Después, las partes demandan.

La descalificación en la política entró por la vía de la polarización por cuestiones ideológicas. El que no piense como yo es mi enemigo. Al no tender puentes para poder conversar los argumentos ideológicos y políticos desde la diversidad de pensamientos, respetando los fueros personales, ser diferente se convirtió en un insulto que justificaría el calumniar (atribuir falsa y maliciosamente a alguien palabras, actos o intenciones deshonrosas. Dice el diccionario).

Esa polarización, la que llega a la calumnia y a la injuria, tiene un límite en lo judicial pues en ese espacio perverso creado por nuestras palabras, empezamos a confundir “posición” con “violación” de derechos, a descalificar modelos de vida, a señalar las divergencias solo para mantener la controversia. Importa el contragolpe, el vencedor humilla, su ganancia es el escarnio. Expresarse con un único propósito: destruir al otro.  En este nivel, solo la justicia, que observa el interés común, puede otorga a cada cual su dignidad.

Así, una es la conversación política y otra la de la administración de la justicia. No se pueden confundir. ¿A dónde hemos llegado? Una gresca entre dos adultos que, probablemente, generará enemistades en sus familias por generaciones, nada aporta al debate democrático y nos distrae de temas que sí pertenecen a lo público: garantías laborales, salud, proyectos de minería, cambio climático, vías, impuestos, inseguridad. ¿Construye país estas pugnas llevadas a terrenos personales?

De ahí que nuestro llamado al “Desarme digital” no sea un tema gratuito. Las redes por su característica inmediata, personal y masiva tienen esa doble faz de constructoras y destructoras. Se trata de tramitar diferencias, con argumentos, con hechos verificables sobre temas que debemos conversar juntos y ser conscientes de que tenemos en la tecnología o un fusil o un pincel.

 

 

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