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Haciendo País

Carta de los campesinos del macizo colombiano sobre los retos de construir paz en el campo

Columnista invitado
30 de septiembre de 2016 - 04:38 p. m.

León Gieco escribió: "solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”, y los tiempos presentes y venideros obligan a que la Paz tampoco lo sea, a que exista en el pueblo colombiano un compromiso más allá de la aprobación o rechazo de lo acordado en los diálogos de La Habana.

Tal compromiso los campesinos del Macizo Colombiano (campesino entendido no como el mero trabajador del campo, sino como quien guarda y tiene una relación directa y especial con la tierra y la naturaleza) lo tenemos y cumplimos a cabalidad día a día, pues todo acto político y social hecho desde y por nosotros -individual y colectivamente- es una apuesta a tiempos de paz, ya que sabemos que los retos no terminan ahí: en las urnas.

Debemos ser conscientes de que estamos frente a un momento decisivo en la historia del campesinado colombiano especialmente, pues la paz y la guerra inician o acaban en el mismo sitio donde germina la semilla o se marchita la flor.  

El panorama después del cese del fuego no es nada alentador: hasta el día 12 de septiembre ya iban 13 líderes campesinos asesinados, 12 de ellos habitantes del suroccidente colombiano. De igual modo, al acecho están los monstruos con sus garras en forma de retroexcavadoras, con sus fusiles a la espera, con los ojos alucinados viendo la inmensa montaña colombiana. Esto no solo demuestra la magnitud de los retos que se están asumiendo, también es la prueba de que por las manos de los campesinos, innegablemente, pasa la paz, que es necesario darnos la importancia que merecemos, brindarnos garantías que protejan nuestra vida y la de los nuestros, construir desde la tierra una paz estable y duradera, una que no lastime la dignidad ni la memoria por la que tanto luchamos.

Debe haber en los colombianos una propensión a la esperanza, a la querencia y a la convicción de que vendrán mejores tiempos, y el ánimo de caminar hacia una Colombia mejor, de lo contrario lo que se acuerde será un papel firmado que quedará en alguna gaveta como el recuerdo de que alguna vez estuvimos a punto de construir esa Paz Maciza que tanto reclama el futuro.

No nos debe enceguecer la promesa de un país en paz cual paraíso. No. No hay que bajar la guardia, persigamos la paz con pasos firmes. Preguntémonos ¿qué tipo de paz queremos? ¿La paz de quienes hicieron la guerra dando la espalda a la realidad de quienes siempre la reclamaron? ¿Qué lenguaje adoptamos? ¿El del que la promulga, pero a la vez en su lógica guarda la promesa de nuevos conflictos? ¿O la del campesino mutilado, la del negro expropiado, la del indígena maltratado, la del trabajador explotado? ¿Cuál es la voz que hemos de escuchar para enrutarnos a la paz definitiva, duradera y verdadera.

Porque, aunque se firme, poco es lo escrito. Aun hay niños mendigando en las calles, connacionales lejos de su tierra, familias sin techo y, lo más grave, colombianos viviendo en un país que no merecemos: un país en guerra.

Los campesinos del Macizo Colombiano exigimos no solo el final de las detonaciones de las balas, sino también el de los tacos de dinamita agrietando nuestras lomas. Exigimos el derecho a la vida y todo lo que ello implica: ser soberano desde nuestras cocinas, pasando por huertas, hasta nuestro futuro; poder beber agua limpia y tener poder sobre ella y su preservación; exigimos nuestro campo libre de actores armados; exigimos que nadie nos escriba el destino: esa tarea nos corresponde… exigimos no morir la muerte de vivir como extranjeros en una tierra que es nuestra; exigimos poder reproducir el milagro de la vida desde nuestras parcelas en paz.

Decimos sí a la paz, pero nos negamos a que se sigan feriando nuestros ríos, nuestras montañas como si la vida fuese algo que se reparte entre multinacionales hambrientas. Le decimos sí a la paz que libera, y nos comprometemos a seguir luchando por conseguirla.

Para que la semilla germine, para que los ríos corran, para que los pájaros canten y nuestros niños rían, para que la vida pueda ser fecunda decimos sí a la paz. Porque a nosotros la guerra nunca nos fue indiferente, la miramos a los ojos, dormimos con ella, recorrió nuestras trochas, jodió nuestros cultivos, quiso mutilar nuestra esperanza y no pudo, la combatimos con pala, azadón, machete, semilla y corazón.

Ya es tiempo de sembrar la paz en nuestros campos: la luna ya está buena, el caballo ya está ensillado, nos terciamos el machete, ya nos tomamos el tinto… cesó la horrible noche. Llegó el amanecer que tanto reclamábamos. Nos vamos a seguir trabajando por ella.

*Fernando Cortez, Integrante del Proceso Campesino y Popular del Municipio de la Vega. @Fernandocorttez

 

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